20 hoteles en los que dormir es lo de menos
Barricas de vino convertidas en habitaciones, cabañas ecológicas rodeadas por lobos árticos o un apartamento turístico con aspecto de intestino grueso. Alojamientos extravagantes que dejan huella
Los hoteles están concebidos para descansar y dormir a pierna suelta, pero hay algunos que invitan a todo lo contrario. Alojarse en estos últimos es una experiencia en sí misma, independientemente del lugar donde se encuentren. Los hay claustrofóbicos, como los hoteles cápsula, otros que dan miedo y también aquellos en los que la soledad absoluta puede llegar a abrumarnos. Pero también hay palacios reales que nos envolverán en una experiencia suntuosa, construcciones prehistóricas reconvertidas, confortables cabañas de diseño vanguardista en el Círculo Polar… Son hoteles que parten de ideas un tanto extrafalarias (o en el mejor de los casos, singulares) donde habrá que hacer un esfuerzo para cerrar los ojos.
1. Dormir en el interior de un intestino
Fundación Verbeke, Kemzeke (Bélgica)
La idea de dormir en una habitación en forma de intestino grueso probablemente no se le haya pasado a nadie por la cabeza. Salvo al diseñador holandés Joep Van Lieshout , al que le pareció una idea original para dar rienda suelta a su talento. Así, concibió este alojamiento, CasAnus, como una de las propuestas que ofrece el jardín del museo de arte contemporáneo de la Fundación Verbeke, un espacio eclético a 20 kilómetros de Amberes construido sobre un antiguo invernadero donde se muestran nuevos artistas y vanguardias. Una vez superado el impacto de dormir en una recreación libre de nuestro sistema digestivo, recubierto enteramente de poliéster, su espartano interior ofrece una cómoda cama, agua corriente y calefacción. No se puede pedir mucho más. Alrededor de 20.000 personas al año visitan este museo tan fuera de lo común, aunque son pocos los que se atreven a pasar la noche en su alojamiento más singular (120 euros para dos personas, desayuno y acceso al museo incluidos). La fundación ofrece otras dos propuestas de alojamiento que compiten por ser la más estrambótica: un huevo y un campingflat, es decir, un campin con varias plantas.
2. Inmersión en un cuento de gnomos y hadas
La Balade des Gnomes, Durbuy (Bélgica)
Quien quiera pernoctar en este hotel que parece sacado de un cuento de hadas deberá demostrar una fantasía desbordante, ya que se hay que elegir entre 11 alojamientos asociados a películas, cuentos o leyendas. Enclavado en el interior de un frondoso bosque de las Ardenas belgas, en la provincia de Luxemburgo (no confundir con el país vecino), La Balade des Gnomes "es un hotel distinto a los demás", según anuncian en su web los propietarios, donde vivir "un mundo de aventuras entre la armonía de la naturaleza y el espíritu infantil que todavía reside en todos nosotros". ¿Qué tal, por ejemplo, la casa del trol, en la que se duerme entre raíces de árboles? ¿Y la cápsula lunar, desde cuyo vehículo-cama se ve un techo reluciente de estrellas? ¿Y un auténtico caballo de Troya? Esta balada de los gnomos está a 10 kilómetros de Durbuy, uno de las lugares más encantadores de Bélgica y cuyo casco viejo medieval también invita a espolear la imaginación.
3. En barricas de vino, con vistas al Rin
Sasbachwalden, Friburgo (Alemania)
Dormir donde un día maduraban nobles vinos. Esta es la propuesta que aguarda a quienes se animen a alojarse en estas enormes barricas de 8.000 litros de capacidad recostadas sobre suaves laderas de viñedos que dominan el llano del Alto Rin. Acondicionadas con camas, salón e inodoro, ofrecen, en un espacio mínimo pero muy confortable, todo lo necesario para una noche romántica en pareja. Desde este particular mirador sobre las colinas de Hornisgrinde, en el norte de la Selva Negra, no muy lejos de Friburgo (sur de Alemania), se contemplan unas vistas únicas del valle del Rin con la cordillera de los Vosgos, frontera natural entre las regiones francesas de Alsacia y de Lorena, como telón de fondo. Los anteriores inquilinos (vinos de las variedades Riesling y Spätburgunder) se pueden catar en las tabernas cercanas.
4. Diseño sueco en la copa de un árbol
Hay establecimientos tree tops (en copas de árbol) por todo el mundo, pero en este de la Laponia sueca, en el condado de Norrbotten, 50 kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico, lo más llamativo, además del entorno, son el diseño y el confort genuinamente nórdico. No es tan fácil trepar a sus casas-árbol, pero la verdad es que una vez arriba, la sensación es extraordinaria: una vista increíble de un paisaje rotundo e hipnotizante. "Los límites entre interior y exterior se difuminan", explican los arquitectos a cargo del proyecto. Algunas de estas casas-árbol no responden a la clásica estructura funcional escandinava y adquieren formas de lo más variopintas: está el Dragonfly, el Bird’s Nest (nido del pájaro), el Cube o el UFO (con aspecto de platillo volante). Eso sí, el interior de todas ellas es un impecable ejemplo de diseño sueco sobrio, moderno y elegante.
5. Bienvenidos a bordo...de su habitación
Jumbo Stay, Estocolmo (Suecia)
El hotel Jumbo Stay, en el aeropuerto de Estocolmo, no es que esté completamente despegado del suelo… pero sí un poco elevado. Este viejo Boeing 747, retirado del servicio hace años y convertido en hotel, cuenta con 33 habitaciones para alojar a hasta tres personas, aparte de un dormitorio grande pensado para parejas. Para los más atrevidos se ofrece la posibilidad de pernoctar en el interior de las dos enormes turbinas del avión, a las que se accede por sendas escaleras. Toda una experiencia, incluso para aquellos que sufren de aerofobia o miedo a volar, y que rivaliza con las lujosas comodidades de los vuelos en business de las mejores compañías del mundo.
6. Entre tigres de Sumatra y lobos árticos
No hay que irse a África para dormir rodeados de leones que se asomen a la cristalera para saludar, a su manera, por las mañanas. En Francia, el Zoo de la Flèche, junto al valle del Loira, no muy lejos de las ciudades de Amiens y Tours, nos ahorra muchos kilómetros y horas de vuelo. A diferencia de un safari de verdad, aquí los osos polares o los lobos curiosos forman parte del vestuario. La propuesta es tener una experiencia de inmersión en el zoo, en cualquiera de los 20 apartamentos. La carta del hotel es curiosa, ya que se puede elegir entre dormir junto a tigres de Sumatra o lobos árticos, guepardos, leones africanos, osos grizzlies de Canadá, osos polares… Lo difícil, probablemente, será conciliar el sueño, pese a que la seguridad de los huéspedes está más que garantizada.
7. En el hogar de un explorador polar
Manshausen, islas Lofoten (Noruega)
Para quienes no le conozcan, Borge Ousland es el gran aventurero y explorador noruego de los últimos tiempos, un digno heredero de Fridtjof Nansen (1861-1930) o Roald Amundsen (1872-1928), conquistadores de los polos. Ousland, entre hazaña y hazaña, ha sacado tiempo para crear un auténtico paraíso para disfrutar de la naturaleza solitaria de las Lofoten, concretamente en la remota isla de Manshausen, cerca del Círculo Polar Ártico, en medio de los escollos del fiordo de Vestfjorden. Allí ha plantado siete cabañas turísticas con grandes cristaleras que son joyas arquitectónicas construidas con cristal y metal como materiales principales, pero adaptadas a las rocas circundantes, de forma que se integran en el paisaje natural que las rodea.
En estas latitudes del planeta apenas oscurece en verano, por lo que tendremos muchas horas para asomarnos a sus miradores panorámicos, de suelo a techo, y contemplar las tranquilas aguas del fiordo. Este idílico emplazamiento también es único para admirar las auroras boreales desde cualquiera de las cabañas, armoniosamente equipadas siguiendo el estilo nórdico: cálido y confortable pero muy práctico. En una granja cercana se ofrecen las comidas para los huéspedes así como acceso a una amplia biblioteca en la que encontraremos todos los libros del explorador Borge Ousland.
8. Abrazados por las olas
Faro de Harlingen (Países Bajos)
Hay pocas vivencias tan extraordinarias como dormir en un faro. En algunas de estas atalayas asomadas al mar hay que estar bastante en forma para llegar hasta lo más alto. Como en el faro de Harlingen, en la provincia holandesa de Frisia, cuya misión siempre fue guiar a los barcos por los traicioneros bajíos arenosos de esta costa, y que ahora se ha reinventado como alojamiento con un encanto arrebatador. Un pequeño y coqueto apartamento turístico, donde la farera nos servirá cada mañana el desayuno mientras contemplamos la inmensidad del océano y una hermosa panorámica de la ciudad hanseática de Harlinger. Sin salir de ella hay otros dos alojamientos insólitos disponibles: una grúa portuaria y una lancha de salvamento, pero con mucho menos romanticismo.
El de Harlingen es solo uno de los muchos faros que viven una segunda juventud: el faro de Corsewall, en Escocia; el de Palgruza, en Croacia; el de Ryvingen, en Noruega; o el de Roter Sand, probablemente el hotel más solitario de Alemania, entre muchos otros. Aunque tal vez, ninguno tan íntimo como el de Harlinger, donde solo caben dos.
9. La vida campesina de la Apulia
Romantic Trulli, Alberobello (Italia)
Trulli. Así llaman en la región sureña italiana de Apulia a las casas de tejados cónicos de piedra que, en el siglo XVII, un conde decidió construir para los campesinos de la zona. Estas casas redondas encaladas son perfectas, en cualquier caso, para el tórrido clima del sur de Italia: los gruesos muros de mampostería y las pequeñas ventanas mantienen el calor a raya. Algo ideal para los actuales huéspedes, pues muchas de estas viviendas, antaño humildes, se han vuelta elegantes perlas turísticas. En la localidad de Alberobello, por ejemplo, las casas del bed & breakfast Romantic Trulli ofrecen sitio para entre dos y siete personas. Están rehabilitadas de manera acogedora y con buen gusto, y el mobiliario es obra de artesanos de la región.
10. El retorno a la prehistoria en un broch escocés
Estas antiguas construcciones escocesas tienen ya sus buenos 2.000 años a las espaldas. Se trata de fortificaciones circulares de la Edad de Hierro, con doble muro. Los llamados brochs –o black houses– originariamente se erigieron a modo de torres en lugares apartados. Hoy muchos no son más que ruinas, pero unos cuantos sí han sido restaurados a conciencia por arquitectos y se han convertido en modernos hospedajes con suelo radiante y con chimenea abierta. En resumen: confort a la última, pero con una antiquísima envoltura de piedra seca escocesa.
11. Dormir como benditos
Puig de María, Pollença (Mallorca)
Aquí hace tiempo que ya no viven ni monjas ni frailes. Ahora es un espacio ideal para el reposo y la soledad de personas espirituales deseosas de pasar la noche en un monasterio. En el santuario de la Madre de Dios del Puig, en el monte mallorquín de Pollença, a 330 metros de altura, no solamente hay unas vistas maravillosas, sino también un pequeño albergue que ofrece habitaciones sencillas a precios relativamente económicos. Pero esta experiencia única hay que ganársela: antes de llegar, hay que superar un escarpadísimo empedrado.
Dormir en hospederías monacales es todo un clásico y sin salir de España hay muchísimas posibilidades. Algunas permiten alojarse tanto a hombres como a mujeres, como en Santa María de Huerta, un sensacional monasterio cisterciense en Soria, o el de Santa María del Paular, envueltos en los pinares de Rascafría, en Madrid, o el de San Pedro de Cardeña en Burgos. Otras son exclusivamente para hombres, como Poblet, en Tarragona, o solo para mujeres, como el de las bernardas de Ferreira de Pantón, en la Ribeira Sacra gallega.
12. En cápsulas de salvamento, al estilo James Bond
Capsule Hotel, La Haya (Países Bajos)
Los que quieran dormir seguros, en La Haya encontrarán las insólitas cápsulas de salvamento que el artista Denis Oudendijk (conocido como el arquitecto de la basura) creó en un canal que hay cerca de la zona portuaria. Se inspiró en las cápsulas de salvamento que hay en las plantas petrolíferas de alta mar, con ojos de buey como las de los grandes barcos. En el Capsule Hotel tendremos que dormir en unas habitaciones de algo más de cuatro metros de diámetro, sin grandes lujos en su interior: hay sacos de dormir y para comer una bolsa con latas de comida. Desde luego, no son aptas para claustrofóbicos pero para el resto suponen una experiencia insólita.
La versión básica es realmente muy escueta y está provista de un inodoro químico. Pero hay una alternativa de lujo, donde podremos sentirnos como en la película de James Bond La espía que me amó (1977): envueltos en un glamour setentero, con la bola de discoteca y el reproductor de DVD con varios títulos de 007, haremos un verdadero viaje en el tiempo.
13. Lofts rurales en la Baja Austria
Sonnentor, Sprognitz (Austria)
Los buscadores de silencio tienen un verdadero paraíso en esta granja de Sonnentor, en la Baja Austria, donde los estresados urbanitas pueden encontrar una tranquilidad absoluta, abstraerse con los trinos de los pájaros y disfrutar de buenos aromas campestres. Conciliar el sueño no parece una tarea difícil en esta región del Waldviertel, donde todo es sostenible. En medio de la granja hay dos lofts rurales construidos, por supuesto, con materiales del entorno, en las que pueden pernoctar dos personas en cada cabaña. De día hay seminarios sobre hierbas, cursos de cocina y de artesanía o conferencias de temáticas muy variadas pero siempre pegadas a la tierra. Un baño de ecologismo y, sobre todo, una auténtica cura de relax.
14. Viaje al Berlín comunista
Ostel Das DDR, Berlín (Alemania)
Estamos en 1978. El muro de Berlín es todavía inamovible, como el poder del jefe de Estado de la RDA, Erich Honecker. Un florido papel pintado adorna las habitaciones, provistas de mufutis –mesas multifunción– y teléfonos con dial. Este hostel, en el barrio de Friedrichshain, arropa a los clientes con la nostalgia de la República Democrática Alemana. En realidad, se trata, de un museo extremadamente cuidadoso con los detalles, que se perciben en los jarrones y otros adornos así como en los viejos aparatos de radio de esa agitada época, oscura para la mayoría de quienes la vivieron, pero con un indudable atractivo vintage para las nuevas generaciones. Un viaje a la ostalgie (término alemán usado para referirse a la nostalgia de la vida en tiempos de la RDA).
15. Burbujas a cielo abierto
Finn Lough, Enniskillen (Irlanda del Norte)
Dormir bajo un manto de estrellas es lo que proponen los hoteles burbuja que se van construyendo por todo el mundo. Un ejemplo son estos bubble domes a orillas del lago Erne, en Irlanda del Norte. Son burbujas de plástico transparente, con unas vistas panorámicas que permiten al huésped sentirse plenamente integrado en el bosque y, por la noche, contemplar el cielo lleno de estrellas. Son románticas, perfectas para amantes de la naturaleza, pero también tienen un interior elegante y sencillo, en el que no falta un detalle, ni siquiera un práctico telescopio.
Los hoteles burbuja triunfan por todo el globo. En España ya hay destacados ejemplos, como el Mil Estrelles de Borgonyà, en Girona; el hotel burbuja Miluna, en Hormigos (Toledo); el Albarari Campo Estelae, de A Coruña; y el conocido Aire de Bárcenas, en Tudela (Navarra).
16. Volver a ser un niño, por todo lo alto
The Land of Legends Kingdom Hotel, Belek (Turquía)
Lo contrario del reposo y la soledad son 41 toboganes de agua, piscinas de olas, desfiles de dragones y servicio de todo incluido. Incluso una montaña rusa de 1.200 metros. En este hotel de cinco estrellas de la costa sur de Turquía, los huéspedes pueden sentirse como caprichosos reyes, y en tal cosa se afanan los empleados. O como niños, si eligen las habitaciones inspiradas en los personajes populares de la literatura infantil. Tampoco las habitaciones son aptas para puristas: aquí los colores celebran una fiesta, y no faltan el proyector y una gran pantalla para jugar a la PlayStation. ¿Dormir? Aquí no se trata de eso.
17. Un hotel vanguardista con vistas al Penedés
A solo 15 minutos a pie de Vilafranca del Penedés, encontramos uno de los proyectos de diseño más premiados internacionalmente. Podríamos pensar que estamos ante un montón de tubos neumáticos amontonados, pero se trata de un hotel, el de las bodegas Mastinell, al oeste de Barcelona. Aquí las habitaciones están unas sobre otras como en una estantería para vinos, y sus techos ondulados están cubiertos por mosaicos de azulejos con un toque Gaudí. Los grandes ventanales redondos de este inusual hotel dejan ver unas habitaciones comodísimas en las que además se puede contemplar los idílicos viñedos de la principal zona vinícola de Cataluña. El hotel está plenamente integrado dentro de la bodega y, por supuesto, los huéspedes pueden practicar el enoturismo, degustando el cava de sus bodegas (comunicadas de manera subterránea con el hotel), probando los magníficos manjares de su restaurante o aprovechando para hacer rutas por el Penedés.
18. Dormirse al trote
Si siempre quiso dormir en un hotel que se moviera por el campo con un caballo de potencia, tiene que ir sin falta a la verde Irlanda, donde pacientes caballos van tirando con parsimonia de coloridos carruajes cubiertos para que los huéspedes disfruten de unas sosegadas vacaciones al paso. El contacto con los lugareños está garantizado, así como el romanticismo de la hoguera y de unas noches fantásticas en medio de una naturaleza increíble.
19. Regreso a la cueva (con todas las comodidades)
Grotta Palazzese, Polignano a Mare (Italia)
No hay nada tan antiguo como dormir en una cueva. Lo hacían nuestros antepasados de Altamira hace miles de años, pero seguro que nunca soñaron con hacerlo con las comodidades que se disfruta en la Grotta Palazzese. Su restaurante está superfotografíado en Instagram por sus maravillosas vistas al mar, pero tiene también unas habitaciones modernas encima de la gruta. Aunque por fuera no parecen gran cosa (un hotel moderno más), por dentro disfrutan de las mismas vistas al Adriático. Los desayunos se sirven en la gruta-restaurante.
20. Un descanso de reyes
Así solo se hospedan las familias reales, pero en este palacio de Dragsholm, que tiene 800 años y está en Odsherred, un geoparque de la Unesco, también la plebe puede dejarse caer entre majestuosas sábanas. La estancia incluye, por supuesto, una guía por el palacio y unos principescos paseos por el parque natural. Por no hablar de los regios manjares que se sirven en el celebérrimo restaurante Slotskøkkenet.
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