10 descubrimientos en la costa de la Toscana
De Livorno a Massa Marítima y la isla de Elba, una ruta litoral por las delicias de la región italiana, entre catas de vino y aceite, y playas de intenso azul
Todo el mundo llega a Toscana buscando sus paisajes perfectos, sus ciudades renacentistas llenas de Arte, su historia milenaria y otros motivos por las que esta región italiana se ha convertido en un destino gourmet y paraíso del slow food.
Son muchos menos los visitantes que se quedan los días suficientes para descubrir zonas más alejadas de las rutas turísticas, como la Costa Central toscana o la isla de Elba, perfecta para relajarse después de un intenso viaje cultural por la región. Esta es tierra de naranjos, viñedos, calas de arena, y enclaves arqueológicos que nos hacen remontar al tiempo de los misteriosos etruscos.
1 Días de vino y aceite en la costa etrusca
La Strada del Vino e dell’Olio Costa degli Etruschi (la ruta del vino y del aceite de la costa Etrusca) es la quintaescencia de la costa de Toscana: un recorrido de 150 kilómetros, perfecta para hacer en coche en un día, en la que probar vinos cultivados en viñedos frente al mar y circular por avenidas flanqueadas de olivares y cipreses. Desde el sur de Livorno hasta Piombino y Elba, el recorrido se detiene en bodegas y granjas que ofrecen catas de vino y de aceite de oliva, así como restaurantes que invitan a disfrutar esa buena vida de la que presume la región. El punto de partida puede ser Bolgheri, a unos kilómetros hacia interior desde la costa, una localidad coqueta e histórica, cuna del Sassicaia, el primero de los vinos toscanos de fama mundial. Podemos, por ejemplo, asistir a una cata en la Enoteca de Centro o en la Enoteca Tognoni, y disfrutar de un par de vinos locales.
Una segunda parada puede ser Castagneto Carducci, presidido por la Propositura di San Lorenzo, un edificio del siglo XIII cuyo interior contiene desvaídos frescos y una terraza con excelentes vistas a la soleada costa Etrusca. Tenuta Argentiera, al sur de Donoratico, es una de las bodegas más grandes y espectaculares de la región, con viñedos que se extienden desde las colinas cubiertas de bosques hasta el mar. El edificio, además, tiene cierto aire de fortaleza y vistas a la costa
2 Un viaje al medievo en Suvereto
El punto final de esta ruta del vino y del aceite es Suvereto, una aldea medieval que se conserva milagrosamente intacta y cuyas calles empedradas con escalones de color crema ascienden entre balcones con flores hasta la Rocca Aldobrandesca, del siglo XV, con una impresionante panorámica del pueblo y de los viñedos que lo rodean. La otra joya del lugar es Petra Wine, en San Lorenzo Alto, una bodega sostenible alojada en un moderno edificio con aire de templo diseñado por el arquitecto suizo Mario Botta, que se integra en la ladera de la colina y en que se elaboran vinos 100% ecológicos.
Sureveto es un pueblo slow food, perfecto para descubrir sus vinos y disfrutar de la buena mesa, probando platos toscanos modernos en la agradable terraza de la Osteria di Suvereto da l’Ciocio, o en la terraza emparrada y el jardín del Ristorante dal Cacini, con vistas al mar. El pueblo está rodeado de olivares, viñedos y suvere (alcornoques) a los que el pueblo debe su nombre. Es uno de los destinos más encantadores de la costa Etrusca, y podemos recorrer su campiña circundante gracias a una red de 80 kilómetros de rutas señalizadas para cicloturistas, senderistas y aficionados a las rutas a caballo.
3 Mariscada en Livorno
La historia de Livorno está unida a su puerto, que ya era importante en el siglo XVII y que se convirtió en centro de comerciantes de todo el mundo, atrayendo mercancías exóticas e incluso nuevos cultos y que dieron a la ciudad ese aire multicultural del que ha presumido históricamente. El centro de Livorno está surcado por canales de estilo veneciano y abundan los edificios belle époque que recuerdan su próspero pasado. Dicen que su marisco es el mejor de la costa tirrena, y que aquí se prepara como en ningún otro lugar de la Toscana. Conviene acercarse a primera hora al Mercato Centrale y a su impresionante lonja de pescado (Modigliani tuvo su taller en la planta superior del mercado) y luego almorzar en Vetto alle Vaglie, un bar de vinos con una carta de productos frescos, o en La Barrocciaia, una ostería de la que hablan con devoción los livorneses, con platos sencillos pero muy sabrosos. Podremos bajar la comida en el paseo marítimo, e incluyendo en la passeggiata la ajedrezada terraza Mascagni, construida en los años veinte y visita inevitable en la ciudad.
Para ver lo más típico hay que acercarse a la Piccola Venezia, un laberinto de pequeños canales construidos en el siglo XVII para ganar terreno al mar y la Fortezza Vecchia, situada en el paseo marítimo. Un circuito en barco es la forma más auténtica de contemplar el ambiente típico de esta parte de la ciudad, con su ropa tendida y mezclada con bares y cafés a pie de agua. Livorno está a un paso de Florencia, Pisa y Roma en tren y merece la pena acercarse.
4 Picnic entre tumbas etruscas
El golfo de Baratti, con su forma de media luna, es el extremo sur de la llamada costa Etrusca, la zona litoral de Toscana. Nos lo encontramos al final de una recta carretera flanqueada por playas de arena y altos pinos piñoneros, pero su principal recamo, al margen de sus playas, es el gran parque arqueológico de Baratti y Populonia, instalado sobre un promontorio con vistas al mar. En el parque hay cuatro senderos señalizados que nos dejarán contemplar una ciudad en ruinas y tumbas prehistóricas muy bien conservadas. Se trata de uno de los yacimientos etruscos más valiosos de la Toscana, con algunos hitos impresionantes, como los túmulos circulares de la Necropoli di San Cerbone. El pintoresco sendero Via del Monastero nos dejará llegar además hasta el monasterio benedictino de San Quirico. Pero es la vía della Romanella la que nos lleva a la acrópolis etrusca de Populonia, donde las excavaciones han sacado a la luz los cimientos de un templo etrusco del siglo II y los restos de templos romanos, la plaza central de la ciudad y una calzada.
5 En la playa de Napoleón
Quizá cuando Napoleón fue desterrado a la isla de Elba fuese un castigo; hoy estaría tan encantado que no trataría de escaparse (como hizo en 1815, tras casi un año de exilio forzoso). La isla, de solo 28 kilómetros de largo por 19 de ancho, es un paraíso de calas, viñedos, aguas azules brillantes, carreteras con curvas cerradas, un pico de 1.018 metros (el monte Capanne) y vistas espectaculares. Y todo esto se completa con una excelente cocina marinera, vinos de primera línea y una tierra y un mar perfectos para el excursionismo, el ciclismo de montaña y el kayak de mar. Si evitamos la temporada alta (en verano las playas están muy solicitadas), Elba es una especie de paraíso para desconectar del mundo. En otoño, cuando se vendimia y se recolecta la aceituna, podremos encontrar muchos rincones tranquilos y pintorescos. Una tupida red de senderos permite moverse a pie y en bicicleta, partiendo sobre todo de Portoferraio (que debe su nombre a un exportador de hierro desde tiempos de los romanos), donde encontramos el lado más popular y pintoresco, con una telaraña de calles y callejuelas por las que la ciudad vieja asciende desde el puerto hasta las dos fortalezas.
Hay que visitar por supuesto la Villa dei Mulini, la residencia de Napoleón durante su exilio o el museo Villa Napoleónica di San Martino, una elegante mansión construida en los tiempos más románticos, con cierto aire parisiense. Y para poner un broche popular al paseo, se impone una visita a la subasta del pescado, un pasatiempo muy típico del lugar.
En la isla hay otros puertos de pescadores más apartados, como Marina di Campo, y playas dignas de visitar, como La Biodola, la más cercana a Portoferraio, así como Colle d’Orano (a la que dicen acudía con frecuencia Napoleón para contemplar su Córcega natal) y Fetovaia, frecuentada por los nudistas.
6 Destierro en Gorgona (y otras islas toscanas)
Elba es la más conocida de las llamadas islas Gorgonas, un archipiélago de siete islas a las que los antiguos romanos solían enviar al exilio a los que se lo merecían (o no) por alguna razón. Algunas de estas islas han conservado hasta ahora este carácter de destierro. De las siete, al margen de Elba, la más popular es Giglio, con solo 1.442 habitantes, un popular destino senderista que tiene además bahías muy frecuentadas por bañistas. Se hizo famosa porque aquí fue donde tuvo su trágico final el crucero Costa Concordia en el 2012, pero es un sitio sugerente para pasar el día, fácilmente accesible en ferri desde Porta Santo Estefano. Capraia es otra diminuta isla, con apenas 8 kilómetros de largo y 4 de ancho, culminada por el monte Castello (447 metros), a la que también acuden excursionistas en verano cuando abren sus escasos hoteles y restaurantes. El resto del año permanece absolutamente solitaria.
Y hay otras islas aún más pequeñas fuera del circuito turístico, como la pequeña Pianosa (10 habitantes) que sirvió de colonia penal hasta 1997 y la isla Gorgona (220 habitantes), que acoge una prisión de máxima seguridad y está vedada a los excursionistas.
7 Termas naturales en Sassetta
Otro de los placeres de la costa Etrusca es relajarse y darse un tratamiento hidrotermal. Por ejemplo en las populares termas de Sasseta, que nos permitirán pasar un par de terapéuticas horas entre un bosque de castaños situado a las afueras del pequeño pueblo de Sassetta. Cuenta con una cascada de piscinas de roca, tanto interiores como exteriores, llenas de agua hipertermal que brota del subsuelo a una temperatura constante de 51ºC.
8 Arte y cocina de autor en Pietrasanta
Muchos viajeros por la Toscana pasan por alto algunas joyas algo alejadas de los grandes centros turísticos. Un ejemplo es Pietrasanta, una refinada ciudad artística en la costa al norte de Pisa que cuenta con un bellísimo casco antiguo salpicado por pequeñas galerías de arte, talleres, boutiques de moda y, por supuesto, restaurantes. Fundada en 1255 por un magistrado de Lucca, fue durante mucho tiempo objeto de disputa entre las poderosas ciudades de los alrededores (Génova, Lucca, Pisa y Florencia) que luchaban por apropiarse de sus canteras de mármol (y sus fundiciones de bronce). Finalmente, fue Florencia la que asumió su control y puso la preciosa piedra a disposición de Miguel Ángel. De aquí salió el mármol de la fachada de San Lorenzo en Florencia. Todavía es un lugar muy frecuentado por artistas, como el escultor colombiano Fernando Botero, cuyas obras se pueden contemplar en la ciudad. El centro de todo es la vía Garibaldi, una calle peatonal con galerías de arte y elegantes tiendas. Si buscamos, encontraremos escondida entre las tiendas de la vía Manzini la magnífica iglesia la de la Misericordia, con los frescos La puerta del Paraíso y La puerta del Infierno, de Botero. Pietrasanta es también un lugar magnífico para explorar desde allí los Alpes Apuanos, o para hacer una excursión de un día desde Pisa.
Conviene visitar la montaña de mármol de Carrara, la cantera de la que salieron tantos bloques de mármol para todo tipo de edificios, monumentos y estatuas. El interesante Cava Museo Fantiscritti, al aire libre, cuenta a los visitantes cómo extraían el mármol los romanos (con cinceles y hachas). Las canteras siguen hoy separando el mejor mármol del mundo y en ellas trabajan más de 1.200 personas.
9 Dos joyas etruscas: Roselle y Vetulonia
Siguiendo la costa hacia el sur, se llega a los principales yacimientos arqueológicos etruscos, ese misterioso pueblo que precedió a los romanos, herederos de buena parte de su cultura. El primero, Vetulonia, actualmente un pueblo encaramado a una colina y azotado por el viento, fue un importante asentamiento etrusco, colonizado más tarde por los romanos, del que se conservan importantes vestigios de ambos periodos. La piazza principal de Vetulonia tiene unas espectaculares vistas de la campiña pero también un pequeño museo que revive la historia etrusca a través de una rica colección de objetos procedentes de excavaciones en tumbas locales. En este pueblo está también la Scavi di Città, la villa etrusco-romana que mejor se conserva. En la zona hay al menos 15 Vie Cave (vías hundidas) excavadas en la toba de los valles. Es creencia popular que estos enormes y extraños pasadizos eran caminos sagrados que unían las necrópolis etruscas y otros lugares religiosos, aunque una explicación más prosaica dice que servían para trasladar ganado o tenían algún propósito defensivo. Hoy se pueden hacer rutas siguiendo estas vie cave y que pueden ser como un viaje al pasado.
10 De passeggiata en Massa Marítima
Una de las ciudades con más encanto de la región es Massa Marítima, en la Alta Maremma, un apacible pueblo que incluye un batiburrillo de museos, una bellísima piazza central y calles medievales muy bien conservadas y libres de turistas. Una entrada conjunta de unos 10 euros permite acceder a todos los museos y monumentos de la localidad, como la catedral de San Cerbone, que preside la fotogénica piazza Garibaldi; el Museo di Arte Sacra, en el antiguo monasterio de San Pietor all’Orto, y el Arqueológico, en el palacio del Podestá, residencia histórica de magistrado jefe de la ciudad. La ciudad es también destino perfecto para el viajero slow food, y cuenta con tres restaurantes muy recomendables para disfrutar de las especialidades locales. La Taverna del ecchio Borgo, pintoresco y delicioso, con una bodega abovedada de ladrillo del siglo XVI donde sirven una excelente ternera asada al horno de leña y otros curiosos platos típicos. La tana dei Brilli, que presume de ser la osteria más pequeña de Italia; tiene solo cuatro mesas y capacidad para 10 comensales (el resto se aprietan en unas mesitas dispuestas en el callejón aledaño). Y por último, L’Osteria da tronca, un restaurante de paredes de piedra en una calle lateral, especializado en platos típicos de la Maremma.
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