Ruta musical por Lisboa con Salvador Sobral para celebrar Eurovisión
El último ganador del festival nos descubre sus locales de música favoritos en Alfama y Marvila, mientras la capital portuguesa se prepara para celebrar la nueva edición del certamen en mayo
Por culpa del cantante Salvador Sobral —o gracias a él, claro—, la ciudad del fado será por unas semanas la ciudad del pop. La Lisboa de Pessoa, de Amália Rodrigues, del barrio de Belém y la Morería acoge este mayo, por primera vez, el gran espectáculo televisivo de Eurovisión (cuya final tendrá lugar el sábado 12 de mayo). Equipos de 43 países llegan a la ciudad de la luz de colores como si se tratara de una competición olímpica. Todo por culpa de un chaval al que no le gustaba Eurovisión pero que amaba cantar, incluso en la tele, si la canción se la escribía su hermana Luisa —“Nunca pensé que la gente fuera feliz con una canción mía, nunca pensé en premios, solo quería cantar”, dice Sobral—. El cantante y la compositora ganaron hace un año en la ucrania Kiev con Amar pelos dois y Lisboa se vio organizando uno de los mayores festivales pop del mundo, con forofos llegados hasta de Australia.
El certamen ya no es tan simple como, por ejemplo, 40 años atrás, cuando el La, la, la de Massiel se imponía al Congratulations de Cliff Richard y a los temas de otros 15 países. Ahora son 43 canciones, 9 actuaciones con público y 15 días de ensayos. Además, un barrio entero se vuelca en el evento: el Parque de las Naciones, la zona menos lisboeta de la ciudad, creada para la Exposición Universal de 1998.
El arte callejero se suma al Oceanário, el teleférico y el Pabellón de Portugal, de Álvaro Siza, en el Parque de las Naciones
Preocupados por la estética, los urbanistas municipales quisieron darle al barrio con el arte la categoría que no iba a conseguir con la arquitectura. Bien es verdad que Calatrava firmó la estación de Oriente; sin embargo, los rascacielos son de medio pelo. Y sus vecinos, muchos de ellos angoleños y brasileños, gustan de pisos con aire acondicionado, ascensor y parking, comodidades difíciles de conseguir en zonas como el Chiado, donde prefiere aventurarse la bohemia europea.
Si no fuera por la luz, el Parque de las Naciones podría pasar por un barrio de Ámsterdam o París; si no fuera por el río, podría ser una extensión barcelonesa. Sabor no tiene, pero atractivo sí. El Oceanário, que ha sido elegido, con motivo, el mejor del mundo; el teleférico pasea por el aire paralelamente al río y hace posible ver mejor el espectacular puente de Vasco da Gama, y allí está también esa maravilla del Pabellón de Portugal, obra cumbre del arquitecto portugués Álvaro Siza que desafía las leyes de la gravedad.
A diferencia de la Lisboa tradicional, en el Parque de las Naciones las calles son cuadriculadas y en sus aceras no hay coches. Pero en cada esquina, en cada rincón, hay una obra de arte para recordarnos que este será barrio nuevo, pero no uno cualquiera. El islandés Erró homenajea la tradición del azulejo en unos espectaculares murales con estética de cómic en su arteria principal, la avenida de Dom João II; el irlandés Sean Scully, el chino Zao Wou Ki y el australiano Arthur Boyd imprimen su arte en las estaciones de metro y ferrocarril; por las calles se esparcen obras de medio centenar de escultores, pintores, ceramistas como Calapez, Rui Chafes, Leonel Moura, Jorge Vieira, Croft o Cabrita Reis. Hasta los jardines, como el de las Olas, tienen rúbrica, la de Fernanda Fragateiro. Con un tercio del barrio zona verde, el Parque de las Naciones es un paraíso para ciclistas y familias con niños.
Hasta la Expo del 98 este era un lugar inhabitable, una zona industrial en decadencia, de fábricas y almacenes abandonados. El acontecimiento universal fue la excusa para convertirlo en una zona residencial volcada al río. Erigido de norte a sur entre las vías del tren y el río, y de este a oeste entre la nada y la nada, durante muchos años el Parque de las Naciones ha sido un islote, pero eso se va a acabar. El arquitecto Renzo Piano ha sido el encargado de unir la zona con el resto de Lisboa; su estética de línea recta y blanca levanta cientos y cientos de viviendas sociales que van a enlazar este ecléctico lugar con el barrio de Marvila, emergente refugio de artistas.
En la fábrica Braço de Prata, en Marvila, se puede escuchar jazz y ‘bossa’, aprender danza irlandesa o comer en su cantina
Caja de sorpresas
Si el arquitecto italiano está cosiendo la ciudad para que se pueda ir en bici de punta a punta, Salvador Sobral nos traza aquí una ruta musical que también une barriadas. El ganador de Eurovisión cantará en el epicentro del Parque de las Naciones, en el Altice Arena, un auditorio con capacidad para 10.000 personas que se llenará nueve veces durante la semana del festival. No es el espacio predilecto de Sobral, un cantante intimista, de espacios pequeños. Su lugar preferido para cantar y oír cantar se encuentra al otro lado de las casas de Piano, ya en el barrio de Marvila, en una calle de nombre tan poco musical como Fábrica de Material de Guerra. Se trata de la factoría Braço de Prata, que aparece en la novela póstuma de José Saramago Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas. En este caso, la fabricación de armas ha ido a menos y la actividad cultural a más. Desde hace una década es el centro creativo de Marvila. Cuando cae la noche, de miércoles a domingo, aquí se juntan los que buscan un rato de inspiración o de consuelo.
No es extraño que Salvador Sobral se encuentre aquí a sus anchas, pues cada vez que se abre una puerta de sus innumerables salas se abre una caja de sorpresas. Lo mejor es ir abriendo puertas como fábrica de maravillas que es: en una habitación enseñan danzas irlandesas, otra sirve de biblioteca, y una mujer vende ropa y artesanía latina en otra; más arriba exponen artistas africanos; hay carreras de niños salidos de una cena de cumpleaños —recuérdenme preguntar a los padres qué les dieron de comer, ¡dios, qué energía, qué cuerdas vocales!—; los baños son dignos de camaradas operarios, y en la cantina se come bien, por un precio honesto, entre un extenso menú de propuestas llegadas de cualquier continente: tempuras, ceviches, pasteles de bacalao...
Por cuatro euros, te empachas de actuaciones musicales. Tras una puerta, un trío de jazz actúa para dos parejas de enamorados, si la escasa luz no engaña; en otra sala suena bossa brasileña con morna caboverdiana, y más allá, el CubaFlamen de Diego el Gavi o Los Demócratas de la Samba.
En busca del fado
Se echa en falta el fado, pero para escucharlo bien, el cantante portugués nos lleva a otro barrio, siempre siguiendo el río. La geografía de esta Lisboa musical tiene pocas fronteras y aún menos reglas. Debajo de un puente, en la calle Nova do Carvalho, MusicBox programa el mejor house, y debajo de otro, en el barrio de Alcântara, la discoteca Luanda es lo máximo en ritmos angoleños.
En el barrio de Alfama está Mesa de Frades, una antigua capilla donde se reúnen de madrugada célebres fadistas
La triunfal Amar pelos dois no es un fado, aunque existe tal versión, y su misma compositora, Luisa, trabaja con prominentes fadistas. Tampoco el fado ha sido ajeno a la historia de Eurovisión, pues el gran Carlos do Carmo representó a Portugal en 1976 y las no menos grandes Mariza y Ana Moura serán estrellas invitadas en la gala final de este año. Pero el lugar del fado no son los grandes auditorios, sino las casas de Alfama y la Morería, los barrios más humildes del centro de Lisboa.
En sus paredes abundan las placas conmemorativas y los retratos de intérpretes históricos que por allí vivieron y cantaron. Salvador Sobral selecciona de entre todas las casas de fados Mesa de Frades (Rúa dos Remédios, 139), un lugar más que pequeño, mínimo, donde se atranca el portalón con las espaldas de los guitarristas. Si su otra elección artística era una antigua fábrica de armas, esta es una antigua capilla. Es frecuente que las casas de fado sean regentadas por los artistas que actúan en ellas; el guitarrista Pedro de Castro es quien oficia en este espacio con maravillosos azulejos del siglo XVII y XVIII. A diferencia de otras casas, en Mesa de Frades no se sabe quién va a cantar, ni cuándo, ni cómo. “La informalidad es la singularidad que quise dar a este lugar”, explica De Castro, uno de los mejores guitarristas del país, que dirige desde hace 12 años esta Capilla Sixtina del fado.
Las personas —medio centenar— que se apretujan en las paredes pueden ser testigos de algún momento inolvidable, aunque quizá para ello deban aguantar a la madrugada. En una mesa espera su hora, anónima, como si no fuera quien es, Celeste Rodrigues, fadista desde hace 73 años. La hermana pequeña de Amália, la única, ha cumplido los 95 encima de un escenario. Va de casa en casa, del Café Luso a esta Mesa de Frades, actuando cada día a altas horas de la noche. “Es cierto que he perdido voz, mas he ganado en emoción, en sentimientos”, nos cuenta. “Con la edad se gana más de lo que se pierde. Una voz joven aún no ha sufrido; no sabe qué es perder un amor, una hermana. El fado no es triste, pero sí que es sentimiento y hay que saber transmitirlo”, concluye.
La noche avanza en Alfama. Ya ha cantado —muy bien— un hermano de Carminho. Los guitarristas se refrescan en la barra y tertulian con la parroquia; hay mucho turista, pero también lisboetas de la bohemia y de la política. De Castro empuña la viola, coge una silla cualquiera y bloquea la puerta con sus espaldas. Se levanta Celeste, pide agua, bebe de una botella, le susurra a Pedro pidiendo Casa das mariquinhas y empieza a cantar y a pasearse entre las mesas, saludando a los presentes, uno a uno, sin perder el ritmo ni el tono. “Si no canto, me muero”, afirma.
En cierto modo es lo mismo que siente Salvador Sobral, sea con otro corazón, sea en Eurovisión ante 10.000 personas en directo o ante 1.500 millones de espectadores delante de sus televisores. Del nuevo Parque de las Naciones a la vieja Alfama, siempre hay una voz y una guitarra sonando en las noches de Lisboa.
Los lugares clave del festival
- Del 6 al 12 de mayo, la capital de Portugal sonará a Eurovisión por sus mil esquinas. Aunque el escenario central sea el Parque de las Naciones, lejos del centro histórico, el resto de lugares estratégicos se ubica en la Lisboa más monumental.
- Alfombra azul en el MAAT. El domingo día 6 se extiende la alfombra azul para recibir a las 43 delegaciones participantes en el festival y a las más altas autoridades del país. La cita es en el último icono de la ciudad, el MAAT, Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología.
- Euroclub en el Ministerium. Los mitómanos deberán hacer cola en este club de la plaza del Comércio para ver entrar por la noche a la familia eurovisiva, pues es aquí donde se ha instalado el Euroclub. Eso sí, el acceso es exclusivo para personas acreditadas e invitados.
- Village en la plaza del Comércio. Desde el 4 de mayo, abierto a todos y gratis, es el centro de la memorabilia eurovisiva. En pantallas gigantes se podrán seguir aquí los nueve conciertos, pero también habrá actuaciones en directo de los más diversos estilos musicales, del fado al hip-hop.
- Escenario en Altice Arena. En forma de hongo, fue levantado, como todo el barrio del Parque de las Naciones, en 1998. Solo las personas con billete o acreditación podrán acercarse a menos de 200 metros del cogollo de Eurovisión.
- Mirador en el River Lounge. Muchas de las estrellas del festival se alojarán en el hotel Myriad by Sana y subirán hasta el bar de su azotea, con la mejor vista sobre el Tajo y el escenario.
Novedades lisboetas
La fama obliga a actualizarse constantemente. Lisboa (visitlisboa.com/es) está en ello, a un ritmo constante y mayor del que estaba acostumbrada, aunque no siempre sea el previsto. Algunas obras anunciadas para años anteriores se inauguran ahora, otras (como el Museo Berardo de Art Déco) siguen estancadas.
Terminal de cruceros. Un proyecto que se remonta a 2007 y que por fin fue inaugurado a finales del pasado año. La obra del arquitecto Carrilho da Graça no es solo para disfrute de cruceristas, sino que, dada su ubicación en el centro de la capital portuguesa, se está convirtiendo en uno de los espacios más fotografiados de la ciudad.
Campo das Cebolas. Una obra en esta explanada ha acabado dos años después de lo previsto. La razón: las excavaciones del aparcamiento que desvelaron el pasado de la ciudad y obligaron a interrumpir los trabajos. Por fin el campo está abierto, una plaza para disfrutar donde antes reinaba el caos.
Ascensor sobre el puente. En el pilar 7 del puente 25 de Abril se abrió el otoño pasado un centro de interpretación de esta obra de ingeniería que va a cumplir 52 años. Tocar las tripas del puente es más interesante que la vista desde el ascensor con suelo de cristal. Precio: 6 euros.
El jardín de Santos. Desde hace unos meses se ha recuperado para el disfrute de todo el mundo un lugar maravilloso entre el río y el teatro de art déco A Barraca: el jardín de Santos. Árboles centenarios dan sombra a la gente en horario diurno, de 8.00 a 20.00. Una verja impide ahora la entrada de noche.
La biblioteca del Palacio Galveias. Fue construida en el siglo XVII y comprada por el Ayuntamiento en 1928. Es una de las principales bibliotecas municipales de Lisboa. Después de dos años cerrada, acaba de abrir, más grande, más esplendorosa y con un jardín y su quiosco, donde la gente toma un café y recita poesía. Un encanto de lugar.
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