Dos islas en el corazón de París
En la Cité y Saint Louis se concentran algunos de sus grandes atractivos turísticos, como Notre Dame, el Pont Neuf o la Conciergerie
El corazón de París es el Sena y también las dos islas que ocupan el centro del río: la Île de la Cité y la Île Saint- Louis. En ellas se fundó Lutecia, la ciudad romana que daría lugar a la actual capital francesa. Presididas por la catedral de Notre Dame, y muy distintas la una de la otra, dos gotas urbanas llenas de historia y de encanto.
1. Para empezar, un 'flâner'
Las islas parisinas son dos de los espacios más agradables para pasear en la ciudad, lo que los franceses llaman “flâner”, es decir, caminar sin rumbo fijo. Encontraremos el Arte (en mayúscula) y también pequeños restaurantes y tiendas para practicar uno de los deportes favoritos de turistas y locales: el shopping. No faltan los sitios románticos, como los rincones, las escaleras y la azotea de los campanarios de Notre Dame, los puentes fotogénicos como el Pont Neuf, St-Louis o Louis-Phillipe, o las plazas como las del Vert-Galant o la de Juan XXIII.
En Île de la Cité, la más grande, se estableció el primer asentamiento de París (siglo III antes de Cristo) y más tarde fue el centro de la Lutecia romana. Después, se convirtió en un centro de poder real y eclesiástico, incluso cuando la ciudad creció por ambas orillas del Sena en la Edad Media. La Île Saint- Louis, más pequeña, la formaban dos islotes deshabitadas, Île Notre Dame (isla de Nuestra Señora) e Île aux Vaches (isla de las vacas), hasta que en el siglo XVII un constructor y dos financieros llegaron a un acuerdo con Luis XIII para crear una única isla y construir dos puentes de piedra que la unieran al resto de la ciudad.
El día puede empezar en Île de la Cité, descubriendo las tramas y tragedias históricas de la Conciergerie, la Sainte-Chapelle y el Pont Neuf. Después de un almuerzo frugal y una copa de vino en algún pequeño restaurante, como Les Voyelle, es obligado llegar hasta la Cathédrale Notre Dame, subir a las torres, visitar el interior y, para acabar, dejarse caer sobre los verdes jardines de la plaza de Juan XXIII. Otra opción es reservar los elegantes detalles de la catedral para el segundo día y dedicar la tarde a explorar la cercana Île Saint-Louis, pequeña y llena de restaurantes y tiendas (no tiene ni un solo monumento).
La jornada da para mucho: visitar una exposición en la Conciergerie para descubrir el mayor pabellón medieval de Europa en pie; acudir al mercado de flores diario de Île de la Cité, que lleva dando color a la Place Louis Lépine desde 1808 (los domingos se convierte en un mercado de aves); dar un pintoresco paseo por el Pont au Double (que une Notre Dame con la orilla izquierda) y por el Pont St-Louis (que une las dos islas), pasarelas que se animan en verano con la presencia de artistas callejeros. O, por qué no, hacer un picnic muy parisiense en el parque ubicado detrás de Notre Dame para admirar los arbotantes mientras comemos.
Para acabar, podremos deambular cerca de Pont St-Louis y Pont Louis-Philippe, un lugar romántico donde las parejitas se mezclan con los violonchelistas callejeros y los adolescentes en monopatín. Al caer la noche, podremos contemplar el Sena y los reflejos de las farolas, así como el suave resplandor de las ventanas con las cortinas corridas iluminado, de vez en cuando, por los faros de los barcos turísticos que surcan sus aguas.
2. A vista de gárgola
Notre Dame es el centro de París, tanto que las distancias desde la capital hasta cualquier punto del país se miden desde la Place du Parvis Notre Dame, la enorme explanada frente a la catedral en la que el emperador de los francos Carlomagno (742-814) monta a caballo. Es todo un reto encontrar la estrella de bronce que marca el kilómetro cero de las carreteras francesas en medio de esta vasta plaza que, sobre todo en verano, suele estar abarrotada de gente. Con su arquitectura gótica y el genial recorrido entre gárgolas de la azotea, Notre Dame es el monumento (gratuito) más visitado de París: hasta 14 millones de personas cruzan su umbral al año, para admirar una obra maestra de la arquitectura gótica francesa, corazón del París católico durante siete siglos. Sus rosetones, su tesoro, los campanarios, la plaza de Juan XXIII, los arbotantes decorados que soportan el peso de los muros y el tejado son los elementos clave de esta catedral. Su enorme interior iluminado por las vidrieras deja admirados a sus visitantes, aunque lo que más llama la atención son las gárgolas que vigilan desde su azotea, y sobre todo, las fotos panorámica de París que se pueden tomar desde ella.
Este templo del turismo fue construido en una zona ocupada por iglesias más antiguas, y todavía antes por un templo galoromano. La nueva catedral se construyó entre los siglos XII y XIV, pero sufrió graves daños durante la Revolución y tuvo que ser reformada profundamente a mediados del siglo XIX. De dimensiones asombrosas y presidida por tres espectaculares rosetones, tiene un punto crítico para los visitantes: siempre hay cola en la entrada a las torres y los 400 peldaños que llevan a la Galerie des Chimères (galería de las quimeras), en la azotea.
La música es parte esencial del alma de Notre Dame, y una buena forma de comprobarlo son los domingos de música gregoriana y misa polifónica, así como los conciertos gratuitos de órgano (más información sobre el programa en musique-sacree-notredamedeparis.fr).
3. Historias sobre vidrios de colores
Consagrada en el recinto del Palais de Justice, esta joya es uno de los monumentos góticos parisienses más exquisitos. Desde la calle se puede dar una ojeada al exterior para contemplar la maravillosa puerta dorada dieciochesca del palacio de justicia que da a Rue de Lutèce.
La Sainte Chapelle se construyó en tan solo seis años (muy pocos en comparación con los casi 200 años que se invirtieron en Notre Dame) y fue consagrada en 1248. La ideó Luis IX para albergar su colección personal de santas reliquias, entre ellas la famosa Sainte Couronne, que compró a los emperadores de Constantinopla en 1239 por una suma que superó tranquilamente los costes de construcción de la capilla. Hoy, la corona de espinas está custodiada en el tesoro de Notre Dame.
Hay que reservar la visita a la Sainte-Chapelle para un día de sol, cuando resultan más deslumbrantes y mejor iluminadas las vidrieras más antiguas y bellas de París; tanto los colores como los detalles son extraordinarios. Esta lujosa y pequeña capilla está decorada con estatuas, capiteles con formas vegetales y ángeles, pero lo que deja pasmados a los viajeros son las 1.113 escenas representadas en las 15 vidrieras que ocupan de arriba abajo los ventanales. Lo mejor es tomar una de las chuletas gráficas que hay a disposición del público para leer los pasajes bíblicos de las 15 cristaleras, desde el Génesis hasta la Resurrección de Jesucristo. Si se quiere profundizar, hay que alquilar una audioguía o apuntarse a una visita guiada. De vez en cuando se organizan conciertos de música clásica y sacra, una emotiva experiencia que no hay que perderse.
4. Los últimos días de María Antonieta
La Conciergerie fue un palacio real en el siglo XIV, pero luego se convirtió en cárcel. Aquí pasaron sus últimos días María Antonieta y otros miles de prisioneros durante el Reinado del Terror (1793-1794). Porque era aquí donde se encerraba a los supuestos enemigos de la Revolución antes de llevarlos ante el Tribunal Revolucionario, en el cercano Palais de Justice.
Se calcula que hubo casi 2.800 presos, pero la estrella fue la reina María Antonieta (hay una reproducción de su celda). Cuando la Revolución se les volvió en contra, los radicales Danton y Robespierre también pasaron por la Conciergerie y, por último, los jueces mismos del tribunal.
La preciosa Salle des Gens d’Armes, de estilo gótico, es el salón medieval más grande de Europa que se conserva y acoge importantes exposiciones.
5. Cruzar el Pont Neuf
Se llama puente nuevo es, en realidad, el más antiguo de París y conecta el extremo oeste de Île de la Cité con ambas orillas del río desde 1607, cuando el rey lo inauguró cruzándolo sobre un semental blanco. La ocasión quedó inmortalizada con un monumento ecuestre, la estatua de Enrique IV, conocido por sus súbditos como Vert Galant (el alegre pícaro o el viejo verde, según como se mire). Desde la orilla o desde un barco se pueden contemplar los siete arcos del Pont Neuf, decorados con figuras grotescas y divertidas de barberos, dentistas, carteristas o vagabundos.
El Pont Neuf y la cercana Place Dauphine se usaron para celebrar exposiciones públicas en el siglo XVIII. El siglo pasado el propio puente se convirtió en un objet d’art en varias ocasiones: en 1963, cuando Nonda, artista de la Escuela de París, construyó, exhibió y vivió en un enorme caballo de Troya de acero y Madera en el puente; en 1984, cuando el diseñador japonés Kenzo lo cubrió de flores; y en 1985, cuando el artista de origen búlgaro Christo envolvió el puente en tela de color beige.
6. Helados y cafés con 'glamour'
Berthillon Glacier (31 Rue St-Louis en l’Île) es al helado lo que Château Lafite Rothschild es al vino y Valrhona al chocolate. Entre sus 70 sabores, más o menos, destacan los sorbetes de fruta, el helado de rico chocolate, café, marrons glacés (castañas confitadas) y Agenaise (Armagnac y ciruelas). También hay sabores de temporada, como la piña asada con albahaca o helado de jengibre y caramelo.
Si preferimos algo más caliente, el Café Saint Régis (6 Rue Jean du Bellay) es un moderno e histórico local con un toque natural de retro vintage. Siempre da en el clavo, ya sea con sus dulces y bollos para el desayuno como con las tortitas a media mañana, el almuerzo en la brasserie o el plato de ostras a primera hora de la tarde. El brunch dominical compite con la happy hour (19.00-21.00) como los momentos de mayor afluencia. La guinda de este atractivo lugar la ponen las revistas y periódicos para leer, los camareros carismáticos con largos delantales blancos y el precioso interior de baldosas blancas.
7. Tres sitios para comer bien
Aunque estamos en pleno corazón turístico de París, también aquí se puede comer bien. Por ejemplo en Les Fous de l’île (33 Rue des Deux Ponts), una popular y familiar brasería típica que sirve platos sustanciosos como la cassoulet (estofado tradicional del Languedoc con carne y judías) y otros más ligeros, parecidos a las tapas españolas.
Otra posibilidad es comer en Le Tastevin (46 Rue Saint-Louis en l'Île), un restaurante de cocina tradicional francesa, con cortinas de encaje, paneles de madera y techo de vigas. Clásico y elegante, ocupa un edificio del siglo XVII con mucho encanto. Su excelente cocina también es muy clásica: escargots (caracoles), foie gras, lenguado o ris de veau (mollejas de ternera) con colmenillas y tagliatelle.
Una tercera opción es la cocina alsaciana de Mon Vieil ami (9 Rue Saint-Louis en l'Île), un elegante neobistró donde el chef Antoine Westermann despliega su talento creativo con las verduras como auténticas reinas de la carta. El plat du jour (plato del día), de buena relación calidad-precio, refleja a la perfección la estación del año.
8. Homenaje al deportado desconocido
El monumento a los mártires de la Deportación, erigido en 1962, recuerda a los 160.000 habitantes de Francia (incluidos 76.000 judíos, 11.000 de los cuales eran niños) que fueron deportados y asesinados en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Una “ventana” con un único barrote separa el patio de cemento de las aguas del Sena. En su interior se halla la Tumba del deportado desconocido.
9. Una noche en las islas
Los bares de copas escasean en las islas del Sena tanto como el agua en el desierto. Existen algunos, pero solo valen como punto de partida, pues muy pocos siguen abiertos después de medianoche. La taberna Henri IV, histórico local de la Île de la Cité, abierta desde 1885, atrae a muchos de los que trabajan en el cercano Palais de Justice (así como escritores y actores famosos, a juzgar por las fotos con autógrafo). La larga carta de vinos se complementa con una sabrosa selección de tartines (tostadas), charcutería y tablas de quesos.
Lo que sí abunda son cafés y salones de té para pasar un buen rato. La Charlotte de l’isle (24, rue Saint-Louis en l'Isle ) es una tetería pequeña y encantadora, con una decoración de cuento de hadas, antiguos jarrones de cristal en los estantes y una excelente selección de tés para tomar en el local o para llevarse a casa. También hay chocolate caliente, esculturas hechas con cacao, pastelitos y tartas.
Y muchos turistas se agolpan en el elegante Le Flore en L’Île (42 Quai d'Orléans), un excelente café antiguo donde contemplar, desde primera fila, a los músicos callejeros de Pont St-Louis.
10. Algo para comprar
Île St-Louis es el paraíso de las compras, con tiendas de artesanía y comercios especializados llenos de encanto, mientras que Île de la Cité es perfecta para comprar souvenirs.
En Saint Louis (38 Rue St-Louis en l’Île), hay catas de vinos los sábados pero, además, la vieja fachada de esta moderna fromageríe esconde tesoros como conservas de frutas artesanales, zumo de uvas, platos para llevar y, sobre todo, una excelente selección de quesos franceses. Los turistas gourmet tienen también una cita en Première Pression Provence (51, Rue St.Louis en l’Île), cuyo nombre hace referencia a la primera presión que se hace de las aceitunas para elaborar aceite en el sur de Francia, y eso es precisamente lo que vende esta tienda, ya sea en formato de aceite o en cualquiera de las numerosas salsas y pastas que lo llevan (pesto, tapenade, etcétera).
Y en la plaza Louis Lépine se venden flores desde 1808, lo que lo convierte en el mercado más antiguo de París. Los domingos se transforma en el mercado de los pájaros, Marché aux Oiseaux.
Otro de los establecimientos emblemáticos de la isla de San Luis es la librería Ulysse (26 rue Saint Louis en l'Ile), donde resulta casi imposible moverse entre guías de viajes antiguas y modernas, ediciones y mapas antiguos de National Geographic. Abierta en 1971 por la intrépida Catherine Domaine, fue la primera librería de viajes del mundo. El horario varía, pero si se llama al timbre, Catherine abrirá si está en el local.
Otra joya es la juguetería Clair de Rêve (35 Rue Saint-Louis en l'Île), una tienda llena de juguetes de cuerda, cajitas de música y marionetas que cuelgan del techo.
11. Y más allá de los puentes...
Las islas están en medio de los barrios más populares y visitados de París. Al sur, si cruzamos el Pont de Sully, podemos asomarnos al Barrio Latino, el bulevar Saint-Germanin y también a una de las nuevas atracciones de la ciudad: las exposiciones del fabuloso Institut du Monde Arabe y su magnífica panorámica desde la azotea, una terraza de observación en la novena planta con amplias vistas sobre el Sena hasta el Sacré-Coeur. También hay un restaurante panorámico, un salón de té (sin vistas) y un café decente en planta baja.
No hay que perderse el edificio, del arquitecto Jean Nouvel, quien se inspiró en las tradicionales celosías de madera para crear miles de modernas mashrabiya, aperturas fotoeléctricas sensibles construidas en el vidrio que permiten ver fuera sin ser visto, y que se abren y se cierran mediante unos motores eléctricos para regular la cantidad de luz y calor en el interior.
Si cruzamos el Pont d’Arcole desde la isla de la Cité hacia el norte, encontraremos el Hôtel de Ville (Place de l'Hôtel de Ville). El antiguo Ayuntamiento de la ciudad fue reducido a cenizas durante la Comuna de París en 1871 y reconstruido en un lujoso estilo neorrenacentista entre 1874 y 1882. Su ornamentada fachada está decorada con 108 estatuas de ilustres locales y las excelentes exposiciones temporales (gratuitas) que alberga el Salle St-Jean, casi siempre dedicadas a temas parisienses. De diciembre a principios de marzo frente al Ayuntamiento se instala una pista de patinaje sobre hielo.
Las orillas del Sena se han rejuvenecido mucho en los últimos años, con vías peatonales y carriles bici a lo largo de 1,5 kilómetros. Todavía más revolucionario es el tramo de 2,3 kilómetros totalmente libre de vehículos de la margen izquierda, desde el Pont de l’Alma hasta el Musée d’Orsay (recién conectado hasta el borde del agua por una enorme escalera que también sirve para sentarse como en un anfiteatro).
Con un enorme éxito desde su inauguración en 2013, este innovador paseo está salpicado de bares y restaurantes (algunos en barcos), mesas con tableros de ajedrez, rayuelas, pistas de juegos de pelota, una rampa de skate, un rocódromo para niños, una pista de carreras y jardines flotantes en 1.800 metros cuadrados de islas artificiales y hamacas donde uno puede tumbarse y empaparse de la recuperada tranquilidad del río.
Más información en la guía Lonely Planet de París y en www.lonelyplanet.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.