Bajo el Cejo: silenciosa estancia en el viejo molino

Escalador, senderista y ciclista, Andrés García Lara culminó su militancia ambientalista con un hotelito colgado de un barranco en la sierra de Espuña. En 2004 adquirió unas viejas casas de carboneros con su molino de agua en la pedanía de El Berro y aplicó la receta que había venido prescribiendo en tantas reuniones de políticos locales y microempresarios de turismo rural. Tres años más tarde veía la luz su hospedería ecosostenible enganchada a las moles calizas que cincelan las laderas de la sierra, aquí denominadas cejos, con unas vistas sin estorbo a la hoya inerte que siglos atrás estuvo cuajada de almendros, olivos y huertos aterrazados.

Las tres casas contiguas, cada una con un salón de estar, ordenan la vida en la aldea bajo el constante ir y venir del propietario, infatigable promotor de la comarca en los foros públicos y en el petit comité de una clientela entusiasta de la buena mesa. Su mujer, Rosa, elabora una cocina de proximidad muy apreciada. No faltan a la hora del desayuno unas suculentas mermeladas hechas con las ciruelas, los higos y las naranjas de cosecha propia.

La rehabilitación del espacio ha puesto énfasis en la luz interior y en esa feliz convivencia que aseguran casi siempre el barro, el hierro y la madera con la modernidad de los muebles polivinílicos y la transparencia geométrica del vidrio. Todos los dormitorios se alimentan de este concepto rústico a la vez que mundano, con acceso wifi a sorprendente velocidad, chimenea estética, camas de látex, lencería de algodón fino, calefacción de suelo radiante, una ducha principesca y dispensadores cosméticos que minimizan el impacto medioambiental de los pequeños envases habituales en hotelería. Ocho de ellos se distribuyen por el complejo carbonero, mientras los otros cuatro toman al asalto un viejo molino harinero desde cuyas ventanas se escucha el caño que brota en la médula del barranco. Los propietarios han decorado todos los rincones con telas de gran colorido. Unas cubren las camas, otras sirven de lienzo a artistas locales.

De noche es necesario asomarse al paisaje estrellado desde la baranda que acompaña el descenso a la piscina. Su resplandor titilante descubre la estructura acristalada de una sauna-solárium engastada al cejo. Bajo este techo, el silencio se vuelve enajenante, cuántico. El universo entero se pone al alcance de nuestra vista.