Huerta de Las Palomas, un cortijo para familias en la sierra Subbética

Un hotel que en las fotos que publica queda peor que en realidad debería ocuparse de este asunto. Sobre todo, en estos tiempos en que Instagram otorga su veredicto sobre aquello que debemos consumir. Este lugar meridional a Priego de Córdoba, donde el agua brota sin que se la espere, tiene una deuda ineludible hoy con la estética y la mercadotecnia. Lo aparente que resulta el arco de entrada, con sus nobles evocaciones cortijeras, y la fachada de balcones enmarcados en albero, de entonación moruna, se vuelve compungida en la penumbra de los salones, los corredores y el vestíbulo central escaqueado de azulejos y losas de barro. Dan ganas de no seguir mirando.

Pero la realidad es bien distinta al álbum. Este cortijo tiene unas hechuras todoterreno para resistir las correrías de los niños por los dormitorios y el desgaste de los múltiples eventos multitudinarios que se celebran en las estaciones benignas. Quien busque un retiro de embeleso y silencio, quédese mirando las fotos.

Aquí se viene en familia porque en amor y sangre se perdonan las efusiones barrocas en los patios interiores, en las fuentes marmóreas, entre los barrotes de las camas y al subir las escaleras frisadas de alicatado brillante. La amplitud de las instalaciones, jardines incluidos, regala momentos libertarios a la clientela menuda, tan necesitada de esparcimiento sideral en sus vacaciones.

Ayuda mucho en la algidez de cualquier celebración un personal de servicio paciente y entrenado en las rutinas de la amabilidad y en la grandeza del corazón, entregado a los chiquillos y a las artes de la buena mesa, dispuesto a sacrificar su tiempo con tal de que los huéspedes se sientan bien atendidos y, mejor aún, bien cenados. Abundan en consecuencia los halagos por los calamaritos fritos y el revuelto de calamares con habitas.

Si la insonorización de las habitaciones brilla por sus carencias en parte es debido a sus dimensiones catedralicias, que amplifican el sonido. Todas ellas se distribuyen en torno a un patio central, pero miran al exterior a través de sus balcones de forja. ¿Qué se ve? Un caprichoso aterrazamiento de encinas, olivos, arces, almeces, ventiscos y acebuches que se prolonga en los roquedales que cierran el horizonte del parque natural de la Subbética cordobesa.