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Kilómetros de playa y surf en Peniche

Fuertes brazos sujetando una tabla forman parte del paisaje de la playa de Almagreira, al norte de Lisboa, en una zona donde abundan las escuelas para surfistas

Dos bicicletas frente a la costa en la península de Peniche, en Portugal.
Dos bicicletas frente a la costa en la península de Peniche, en Portugal. vallefrías (Getty)

En febrero de 1876 se estrelló contra las rocas de Peniche el navío español San Pedro de Alcántara. Transportaba plata desde Lima hasta el puerto de Cádiz, además de 419 marineros y oficiales y 60 cañones. En el naufragio murieron 128 personas y las 291 que sobrevivieron fueron acogidas por los habitantes de Peniche. Las corrientes de agua son fuertes y cada una de las playas cercanas tiene un tipo de ola diferente que conocen los amantes del surf, y es que a Peniche es mejor no acudir sin la tabla. Pero se puede ir hasta con niños, incluso con niños y tablas, aunque haciendo caso de las indicaciones de los socorristas, que se desgañitan para que les hagan caso en las playas más populares, como Das Cebolas, que conduce a la isla de Baleal, cerca de Ferrel, que es en realidad una península todavía más mínima que Peniche. Baleal agrupa un puñado de rocas elevadas donde las olas rompen de manera infernal y un puñado de casas previstas para seguir acogiendo náufragos, casi todos ahora en forma de turistas. El istmo de Baleal lo forma una carretera de un solo carril con una playa a cada lado. Lo típico: melenas y torsos morenos, fuertes brazos sujetando una tabla, trajes de neopreno abiertos, pero también gente normal con nuestro michelín, qué le vamos a hacer, niños y niñas haciendo castillos de arena.

En una de las playas de Consolaçao se pueden tomar baños de barro, para pasar limpios y nuevos a la de arena fina

De la isla de Baleal a Peniche hay seis o siete kilómetros de playa. Arena y sol, viento y agua limpia. Cuando nos hagamos a estas primeras playas podemos pedir que nos recomienden alguna más. Como en otras partes de Portugal, cada playa nueva es más espectacular que la anterior, ya sea por las olas en forma de tubo —si las corrientes son propicias (para el San Pedro de Alcántara no lo fueron)— o por la inmensidad de un desierto de arena blanca donde caminar kilómetros casi sin cruzarnos con nadie incluso en agosto, como en la playa de Almagreira, muy cerca de Ferrel, cuya calle principal es la carretera recta que llega enseguida a isla de Baleal, todo queda cerca. Dunas de arena y de agua, qué belleza y qué miedo. Abundan las escuelas de surf para combatirlo, y el premio de una Sagres fría, la cerveza portuguesa con el nombre de otro pueblo surfero al sur del sur, junto al cabo de San Vicente, del cual dijo Estrabón que no era el punto más occidental de Europa, “sino de todo el mundo habitado”. Tiene su mérito decirlo en el año 1.

Surferos en una playa de Peniche, al norte de Lisboa (Portugal).
Surferos en una playa de Peniche, al norte de Lisboa (Portugal).getty images

Peniche es un pueblo grande, o mediano, de unos 12.000 habitantes, en temporada alta con bastantes turistas pero no demasiados, con restaurantes donde compartir una caldeirada, probar otra receta del bacalao, unas sardinas, o póngame a la plancha ese pescado fresco,¿quer facer o favor? Para bajar la comida no es mala idea visitar la fortaleza, construida en el siglo XVII aunque con alguna que otra restauración. En los (malos) tiempos de Salazar fue una de las prisiones más temidas, y protagonizó una fuga de película en 1960 cuando un grupo de presos, entre ellos Álvaro Cunhal, desde el año siguiente secretario general del Partido Comunista, se descolgó de sus muros con sábanas atadas a modo de cuerdas. Álvaro Cunhal logró salir del país y no volvió hasta después de la Revolución de los Claveles. La señal definitiva para el alzamiento pacífico fue la canción Grãndola, Vila Morena. La señal primera fue la emisión de E depois do Adeus, que hacía dos o tres semanas había representado a Portugal en Eurovisión de ese año, 1974, quedando última, cómo han cambiado las cosas.

Pero hablábamos de playas. Junto a Peniche está la playa de Supertubos, ideal para los surferos o para los domingueros, dependiendo de los caprichos del viento. Después de esta playa se llega a Consolaçao, un pueblo con dos playas. En una de ellas se pueden tomar baños de barro que nos dejan limpios y nuevos, listos para un baño en la otra playa, la de arena fina, y para otro arroz con marisco y otra Sagres, sin olvidarnos de que en muchos locales no admiten tarjetas de crédito. Para compensar, la media de amabilidad es altísima. Y los precios son asequibles.

javier belloso

A unos 10 kilómetros de Peniche se encuentran las islas Berlengas. Desde el puerto de Peniche un barquito cubre el trayecto en media hora. Merece la pena si el mar está tranquilo. Se visita la mayor de las islas, la única habitada, con una población de 30 personas, y por la que solo se puede circular a pie, o en barca atravesando túneles de roca. Allí se encuentra el fuerte de Sâo Joâo Batista. El rey Alfonso V prohibió la caza en la isla allá por 1460, convirtiendo el archipiélago en el primer espacio protegido del mundo. En el siglo XVI se establecieron en la isla los monjes jerónimos para auxiliar a los náufragos, pero los pobres eran atacados con frecuencia por los piratas.

A 25 kilómetros de Peniche, esta vez tierra adentro, está Óbidos, un pueblo medieval con su castillo, sus calles empedradas y su licor bebido en tazas de chocolate. Un bonito lugar pintoresco, muy turístico. Se puede hacer una excursión de un día para después, con tabla o sin ella, volvernos a la bella playa que baña los restos del San Pedro de Alcántara.

Pablo Aranda es autor de la novela El protegido (editorial Malpaso).

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