En Tallin, con la pintora del mazapán
Külli Mihkla pinta dulces de alegres colores en el café Maiasmokk. La capital de Estonia, cautiva al visitante con una atmósfera nostálgica. Con edificios góticos como el ayuntamiento o la botica Raeapteek, del siglo XV
Cuando le preguntan por su música, el compositor estonio Arvo Pärt, formado en el conservatorio de Tallin, suele decir que es similar a la luz que pasa a través de un prisma, ya que puede tener un significado distinto para cada oyente y, como un arcoíris, crear una variedad de experiencias. Pasear por Tallin escuchando Tabula Rasa, My Hearts In The Highlands o Spiegel im Spiegel es una experiencia reveladora, porque es entonces cuando cobra sentido la definición que hacía el crítico Alex Ross de la música de Pärt en El ruido eterno: “Oasis de reposo en una cultura tecnológicamente saturada”. Algo parecido ocurre con Tallin, deliciosa ciudad de proporciones manejables (apenas 400.000 habitantes) donde la luz es protagonista porque aparece y desaparece a su antojo (caprichos del clima báltico), proporcionando juegos cromáticos con sus edificios, ya sean medievales o contemporáneos.
10.00 Oda al reciclaje
Antes de adentrarse en la ciudad medieval (separada en alta y baja) conviene conocer el barrio de Rottermann, zona industrial reedificada donde nuevos conceptos urbanísticos y de arquitectura han ido transformando un antiguo centro de destilerías y fábricas. Precisamente son ellas la base de las nuevas viviendas y oficinas. El histórico Almacén de Sal del siglo XIX alberga hoy el Museo de Arquitectura (1), plagado de maquetas y diseños de la historia urbana de la ciudad. Una palabra destaca durante el paseo: reciclaje. Los bancos son viejas boyas restauradas que contrastan con las chimeneas que despuntan sobre los edificios. Son imprescindibles Carmen Cafe (2) (Rosseni, 10), donde sirven deliciosos desayunos, y la terraza de Basiilik (3) (Hobujaama, 5), en cuya plaza se improvisa un mercado. Si se lee la palabra “vaarikad” hay que dirigirse al puesto y comprar: son frambuesas estonias, una delicia.
12.00 Un parque lleno de tilos
Las noventa hectáreas del parque de Kadriorg (4) son buen reclamo para el viajero necesitado de historia. A principios del siglo XVIII, cuando Estonia todavía estaba bajo la dominación rusa, el zar Pedro el Grande mandó construir este palacio de verano para su mujer, la emperatriz Catalina I. Lo mejor del parque no es el palacio barroco, sino el vergel repleto de tilos, los jardines (inglés, francés y japonés), el estanque del cisne y la colección de villas de madera del siglo XIX, que destacan en una zona residencial extraordinaria y consolidan la tradición autóctona de trabajar la madera.
Muy cerca se encuentra el Kumu (5), museo de arte contemporáneo, obra del arquitecto finlandés Pekka Vapaavuori que ha revitalizado la ciudad. Por sus salas, un panorama del arte estonio de primer nivel: obras de Peeter Mudist, Raul Meel o el gran Marko Mäetamm, además de incluir la famosa pieza de Leonhard Lapin Rahva Hääl, la voz del pueblo, óleo de 1980 que tanto influyó en la época en que la voz del pueblo era nada. Hasta el 30 de noviembre permanece abierta la literaria exposición Poesía y Spleen, que, a través de la colección de trajes del modista y decorador Alexandre Vassilev, combina la imagen de la mujer victoriana y la melancolía que propulsó en sus poemas Charles Baudelaire.
14.00 Vestidos de época
Si se quiere comer acorde con la escenografía, Scheeli (6) es el lugar ideal. Delicado local de inspiración modernista, donde todo en el interior (el estilo y la ropa del personal, el mobiliario, la cubertería o la crema de remolacha) mantiene un aura sezession más que agradable. También aquí ha llegado la moda de las cervezas artesanales, por lo que será buena idea dejarse aconsejar para acompañar la carne, el pescado o ese chucrut frito tan clásico de la zona. Se puede tomar café aquí, por supuesto, pero ello en absoluto exime de repetir en Wabadus (7), en la misma plaza de la Libertad (8), maravilloso bar déco en los bajos del edificio Majaomanike, construido por Elmar Lohk entre 1934 y 1936 siguiendo las enseñanzas funcionalistas de la época y demostrando una clara afinidad con la escuela de Chicago.
16.00 Una muralla iniciada en el siglo XIII
Por la plaza de la Libertad entramos a la ciudad medieval, rodeada por una muralla de 16 metros de altura construida entre los siglos XIII y XVI y que siempre servirá de brújula. Basta atravesar la zona verde que brinda Harju Tanav para llegar a Raekoja Plats (9), una de las bases de los turistas. No faltan bares a lo medieval que parecen más un circo que una cafetería, y una farmacia, Raeapteek, ¡de 1422! De cualquier manera, el ayuntamiento impone. Data de 1404 y es de los edificios medievales mejor conservados que existen, el único gótico del norte de Europa. Cerca aguarda Maiasmokk (10) (Pikk, 16), una institución en la ciudad, el café más antiguo, abierto en 1864. Vende chocolates Kalev y también unas figuras de mazapán de colores obra de Külli Mihkla, y decimos obra porque es una de las pintoras de mazapán más famosas del mundo. Interesantísima es la galería de arte que lo precede: Draakoni (Pikk, 18), pues además se halla en uno de los varios edificios modernistas de Jacques Rosenbaum, arquitecto que (a menor escala) vendría a ser a Tallin lo que Eisenstein (el padre del cineasta) a Riga.
18.00 Los ciento treinta escalones
En esta calle, Pikk (11) (o calle larga), los turistas visitan la casa de la hermandad de las cabezas negras y su puerta renacentista. En Lai (calle ancha), en un edificio del siglo XV, se encuentra el Teatro Municipal (12), lección de buen gusto y de arquitectura medieval. Las representaciones se desarrollan en las habitaciones. En la misma calle, dos opciones más: el Museo de Artes Aplicadas y Diseño (13) y la iglesia de San Olaf (14). Hay quien sube los 130 escalones hasta el campanario y celebra las vistas de la ciudad alta, adonde se deberá ir si se quiere cerrar el círculo.
20.00 Escapada nocturna al barrio de Kalamaja
Para reponer fuerzas es fundamental Pegasus (15) (Harju, 1), abierto desde 1962. Fue mítico en la época soviética por dar cobijo a la intelectualidad. Hoy es un restaurante imbatible por su atmósfera espontánea, donde se dan cita jóvenes estilosos que fotografían cada plato. Después es el momento de acudir a Kalamaja, barrio con pasado portuario, bohemio y vibrante, y dejarse llevar en F-Hoone (16). Rica cerveza Óllenaut y un allegro enérgico de Arvo Pärt sirven para despedir el día.
Use Lahoz es autor de la novela Los buenos amigos (Destino), que se publica en octubre.
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