Viajeros temáticos
Los grafitis, los faros, la literatura, los museos de ciencia, la tecnología punta, las librerías clásicas... Hay aficiones que inspiran viajes apasionantes alrededor del mundo
Hay viajeros que persiguen una ilusión por el mundo, por ejemplo, visitar las tiendas de Apple. David Muñoz Barba, un empleado de Renfe, se mueve con ese objetivo. Tiene su lógica, pues los espacios comerciales de la marca tecnológica suelen ser un prodigio de diseño. Y más desde que Jonathan Ive, el genial diseñador británico que formó tándem con Steve Jobs a la hora de convertir los dispositivos de la firma en un fenómeno planetario, se ocupa de supervisar sus interiores. La nueva tienda de la marca en Bruselas, abierto en septiembre pasado y primero según la línea de Ive, se encuentra en un edificio firmado por el equipo de arquitectos UNStudio de Ámsterdam y responde fielmente al planteamiento del diseñador: fachadas de cristal, bancos de madera y colores tenues en las paredes.
Es probable que a la hora de decidir un destino vacacional alguna vez lo hayamos tenido difícil. ¿Dónde ir? Y una vez allí, ¿qué hacer? Los viajeros que recorren el mundo en pos de una pasión no tienen este tipo de problemas. Tienen claro lo que buscan. A continuación conoceremos a siete de ellos. Viajan fascinados por los anaqueles de las librerías (los de la famosísima Shakespeare and Company en París, sí, pero también los de Tschann en la misma ciudad); por los faros, enclavados muchas veces en agrestes paisajes costeros; por las manifestaciones cada vez más depuradas del arte urbano; por los museos dedicados a la ciencia o por las ya citadas tiendas de Apple.
Tras la manzana mordida
David Muñoz Barba
Es probable que ninguna otra marca en la historia haya generado una legión de fans tan nutrida y fiel como la tecnológica Apple. La empresa también ha sabido crear un tipo de tienda muy particular, la Apple Store. Así que hay quien practica una especie de turismo Apple, que consiste en visitar las tiendas de la manzana mordida allí a donde uno vaya. Es el caso de David Muñoz Barba, un tripulante de Renfe apasionado de la marca: “Comencé a interesarme por las tiendas de Apple cuando conocí a mi novio, que trabaja en una de ellas. Cuando viajábamos me llevaba a verlas y me contaba cosas sobre ellas. Poco a poco fue contagiándome esas ganas de visitarlas y hoy es tradición en todos nuestros viajes”, cuenta. “Ahora, cuando viajo a algún lugar, sé con seguridad que voy a visitar su tienda Apple”. ¿Por qué y para qué las visita? “Aparte de la foto reglamentaria, aprovecho para conectarme al wifi, hacer reservas de última hora y chequear información local en los ordenadores”, dice. “También miro los productos exclusivos del país”. Añade Muñoz que le gusta que los empleados, a pesar de ir identificados, tengan su propio estilo (tatuajes, peinados, complementos) y la cantidad de nacionalidades que te puedes encontrar en cada una. “Además, nunca te hacen sentir que molestas”.
Recomienda:
“En Grand Central Station, en Nueva York, se juntan dos de mis pasiones: Apple y los trenes. La tienda permite escuchar el bullicio de la estación mientras echas un vistazo a los accesorios más recientes. El Zorlu Center de Estambul está situada en un centro comercial de lujo. El ambiente en esta tienda es refinado y acogedor, y su estructura de cristal al aire libre es increíble. Cuando la visitamos estaba nevando fuera y era precioso. En el barrio de Ginza, en Tokio, hay una Apple Store que me fascinó por la cantidad de gente de diferentes culturas que trabajan allí”.
Cazadora de arte urbano
Silvina Prado
A Silvina Prado le gusta patear las calles cámara en mano y permitir que le sorprendan las obras de arte urbano que aquí y allá le salen al paso. Luego comparte sus descubrimientos en las redes sociales y en su blog Sin pasarte de la raya. “Son medios excelentes para dar a conocer el trabajo de los artistas y sus proyectos”, afirma. El arte urbano se ha convertido en según qué lugares en un reclamo turístico: “Hay ciudades que se están subiendo al carro del arte urbano, han descubierto que es una alternativa para dar a conocer un destino desde otra óptica, diversificar su clientela turística y, tal vez, situar a su ciudad como referente en este ámbito, incluso en ferias de turismo”, cuenta. Un ejemplo en este sentido es Berlín, con proyectos e iniciativas como la East Side Gallery o Urban Nation. Cuando Silvina Prado viaja suele tener en cuenta la posibilidad de ver algunas obras callejeras. “A la hora de elegir destino, sin duda gana el que tiene algo que ofrecerme en este aspecto. Gracias a los canales sociales puedo informarme sobre el destino y su arte en la calle. Es fácil encontrar a alguien que comparte tu afición y te orienta hacia el destino más interesante”. Por ejemplo, en una de las últimas entradas de su blog cita a Lluís Olivé, “recientemente jubilado, que tiene dos blogs dedicados al arte urbano de Barcelona (uno de ellos centrado en el barrio de Poblenou y el otro es un proyecto sobre la plaza de las Tres Chimeneas del barrio del Poble Sec), en los que, semana a semana, va subiendo fotos de las obras que encuentra”.
Recomienda:
“Mis ciudades favoritas europeas son Ámsterdam y Berlín, y me escapo siempre que puedo a ellas. Si bien Ámsterdam no es una ciudad de grandes murales, aunque tiene algunos muy buenos de artistas como Rimon Guimarães, The London Police o alguno más reciente de Suso33, es un escenario muy rico en obras callejeras. Y si cruzas el río descubrirás un antiguo astillero de más de 84.000 metros cuadrados, el NDSM, repleto de arte, donde seguramente encuentres algún artista despuntando. Por el contrario, Berlín cuenta con grandes muros intervenidos por artistas internacionales. La ciudad entera es un lienzo a disposición de artistas con talento, su arquitectura y su historia hacen que cualquier lugar se convierta en el marco perfecto para una obra del tamaño que sea”.
Mitos literarios
Marta Magadán
La historia empezó cuando la editora Marta Magadán (de Septem Ediciones) acudió, hace veinte años, a un congreso en Lisboa, ciudad en la que se quedó fascinada por su dimensión literaria. “Aproveché para releer a Eça de Queiroz, a José Cardoso Pires y a Saramago, por supuesto. Hice un recorrido, digamos, al revés: del turismo a la dimensión literaria”, cuenta. Desde entonces sus viajes y la literatura siempre van de la mano. Hasta el punto de que ha escrito, junto a Jesús Rivas, el libro Turismo literario (Septem), que ahonda en esas relaciones: entre Dublín y James Joyce, Oviedo y La Regenta o Roma y El código Da Vinci. Ahora viaja siempre pensando en los libros: “Este verano, como consecuencia de mis lecturas de Camila Läckberg, pienso volver a Suecia para conocer el pueblo de Fjällbacka”. El año pasado estuvo en Estocolmo siguiendo el rastro geográfico de la obra de Stieg Larsson. Y hace dos años volvió a Tánger para tener una visión diferente gracias a Mohamed Chukri y su libro El pan a secas. “El viajero literario es un gran prescriptor del destino y representa un tipo de turismo más vinculado al lugar”, dice.
Recomienda:
“Como asturiana que soy, me permito recomendar como primer destino literario Llanes, que a sus muchos atractivos turísticos añade el de ser escenario de un misterioso crimen imaginado por la escritora Ana Zarauza en su obra Algo que ocultar. El verano pasado ya se organizó una ruta literaria con gran éxito de público siguiendo los pasos del sargento Javier de la Fuente y la cabo Julia Posada. Como segundo destino, con la obra de Andrea Camilleri bajo el brazo, y de la mano del comisario Montalbano, viajaría a Sicilia para conocer la imaginaria ciudad de Vigata (en la realidad, la barroca Ragusa). Y como tercer destino recomendaría aproximarse a Venecia desde la mirada de Donna Leon y su comisario Brunetti”.
Fetiches librescos
Jorge Carrión
Jorge Carrión iba viajando por el mundo y las librerías se le iban presentando allí donde iba. “Se fueron imponiendo lentamente. Y un día, al volver de un viaje, me di cuenta de que había visitado cientos”, cuenta. No es tan raro: Carrión es escritor, crítico, periodista y profesor, vive rodeado de letras. Así que con tal experiencia no podía salir otra cosa que un libro, Librerías (Anagrama), que fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo. En él ahonda en cómo se han desarrollado históricamente estos establecimientos y cuál es su papel en la historia del pensamiento y la literatura y en el imaginario colectivo. “En mis viajes priorizo las librerías (no sé ni cuántas he visitado) y los museos de arte contemporáneo”. A menudo también le seducen otros espacios, como cementerios o paseos históricos. De las librerías valora “su capacidad de ponerle a uno en jaque, de proponer vínculos inesperados entre libros, de descubrir autores”. También su dimensión estética. “Hay muchos estilos de librería: las mejores inventan un estilo propio”.
Recomienda:
“Mis librerías fetiche son algunas como la bellísima Metales Pesados (Valparaíso), Pandora (Estambul), John Sandoe Books (Londres) o The Last Bookstore (Los Ángeles). Siempre que en una ciudad hay una librería famosísima, como Shakespeare and Company en París, o City Lights en San Francisco, seguro que eclipsa a otras igual de recomendables, como en esas mismas ciudades Tschann o Green Apple Books”.
Naturaleza expuesta
Marián del Egido
Los museos de ciencia son esos que muestran las intimidades y secretos de la naturaleza desde todos los ángulos, y en los que muchas veces el lema reza “prohibido no tocar”. Marián del Egido visita todos los museos de ciencia que puede. De hecho, es directora de uno de ellos: el Museo Nacional de la Ciencia y la Tecnología (MUNCYT), situado en Alcobendas (a las afueras de Madrid). Más allá de su trabajo, Egido aprovecha sus vacaciones para seguir dedicándose a su pasión: conoce más de 200 museos de ciencia en 40 países. “Estos espacios contribuyen a suscitar el espíritu crítico, aportan el conocimiento sobre el que se construye el pensamiento propio, un aspecto no siempre valorado en la educación reglada ni en las estructuras del poder”, opina. Eso sí, según cuenta, la crisis económica ha afectado negativamente al desarrollo de estos espacios de divulgación científica.
Recomienda:
“El Smithsonian de Washington (EE UU) es imprescindible. Engloba 19 museos, que aúnan todo tipo de temáticas; me interesa en particular el Museo Nacional del Aire y el Espacio. El Museo de Historia Natural de Viena (Austria) ha sabido adaptarse a los tiempos combinando el gran museo decimonónico con recursos interactivos y tecnología avanzada. Y el observatorio astronómico de Jaipur (India) es un parque científico al aire libre, construido a principios del siglo XVIII, con 15 instrumentos astronómicos de gran tamaño. Los visitantes pueden conocerlos a fondo y también los sistemas de medida del tiempo que se utilizaban en el pasado”.
Donde nadie quiere ir
Juan de la Cruz
Hay gente a la que le gusta ir a los lugares a los que a otra gente le dejó de gustar ir hace tiempo. Es decir, a lugares abandonados. Uno de ellos es el informático Juan de la Cruz, que mantiene el blog Abandonalia, uno de los muchos dedicados a este curioso tipo de turismo. Varios más del mismo estilo se pueden encontrar linkados al de nuestro protagonista. “Lo que me hace ir a estos lugares es la curiosidad y también mi afición a la fotografía”, explica. Entre los destinos hay de todo un poco, aunque lo más frecuente son industrias y fábricas. “Muchas veces siguen allí porque son tan grandes que no se desmantelan como se debiera”. Eso sí, es un tipo de turismo en el que se hace indispensable un vehículo privado: “Como uno se puede imaginar, abandono y transporte público no van de la mano”.
Recomienda:
“El sanatorio Beelitz-Heilstätten, cerca de Berlín, es un lugar gigantesco. Era el complejo hospitalario soviético más grande fuera de Rusia. Hay murales en cirílico, montones de edificios y un grado de conservación que varía desde la casi total ruina hasta edificios totalmente preservados, como la planta de energía, que actualmente es un museo. Otro lugar a visitar en Berlín es la antigua base de la NSA en el monte Teufelsberg, una antigua base espía de EE UU desde la que se escuchaban las emisiones al otro lado del telón de acero. Y en España recomiendo el viejo pueblo de Belchite, una ruina de la Guerra Civil. Un trozo de historia terrible y melancólico… pero fotogénico”.
Luces en el mar
Luis Miguel Gallego
El asturiano Luis Miguel Gallego, empleado de banca, nació en familia de pescadores y desde muy niño se hizo a la mar con su padre y su abuelo, que le enseñaron a navegar en la noche, únicamente guiado por las luces de los faros. “Me fascinaba ver en la distancia sus incansables destellos. Pronto aprendí a identificar las luces de Peñas, de Torres (Gijón) y de Tazones”, cuenta. Ahí comenzó su afición, que le ha hecho visitar muchos de ellos y a escribir el blog El faro de Luisu. “Siempre que planifico un viaje es importante tener el mar y los faros cerca”, dice. Ha visitado cerca de un centenar, la mayoría en el litoral español, pero también algunos extranjeros, como el de Punta del Morro (La Habana) o el de cabo de San Vicente (Portugal). Los amantes de los faros viajan a los litorales de medio mundo, de Michigan (Estados Unidos) a Escocia o Australia. Aún en funcionamiento, convertidos en museos o incluso en insólitos alojamientos, suelen situarse en enclaves impactantes.
Recomienda:
“La Torre de Hércules, en A Coruña, el faro español más antiguo en servicio. El de Chipiona, el más alto de España. El de Mesa Roldán (Almería), situado en lo alto de un acantilado de más de 200 metros. El de cabo Machichaco, que, unido a la cercana isla de San Juan de Gaztelugatxe, constituye uno de los parajes más bellos de España. También es impresionante el faro del cabo Peñas, el de mayor alcance de España (35 millas). Y, por supuesto, el faro de mi pueblo: Lastres”.
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