Verracos de piedra entre los lirios
Visita a la Finca Güell, un jardín secreto al pie de la muralla de Ávila
Cuando en 1966 Jackie Kennedy vino a España, alguien tuvo la muy buena idea de llevarla a visitar la Finca Güell en Ávila, lo más parecido a los jardines de Bomarzo que encontramos en Castilla. La finca, también llamada de San Segundo, la han visitado Chillida y Vargas Llosa, entre otros, y recibe habitualmente viajeros desde Australia o Inglaterra. Los jardines, construidos a los pies del esquinazo noroeste de las murallas, ocupan más de 3.000 metros cuadrados, donde nos esperan sombras, recovecos, verjas de púlpito y pozos de piedra, senderos que nos llevan a rosaledas solares y albercas luminosas, esquinas para los secretos y explanadas para las fiestas. Un viaje por los cinco sentidos que nos despierta el sexto más vivo de la imaginación. Así lo descubrió también Javier Winthuysen (Sevilla, 1874-Barcelona, 1956), comisario de Jardines de la República y quien previamente había reformado el Jardín Botánico de Madrid, cuando visitó la finca a principio de los años veinte traído de la mano de su entonces propietario, el vizconde de Güell. Winthuysen, además de jardinero (ahora lo llamaríamos paisajista), era pintor, amigo de Sorolla, Rusiñol y Juan Ramón Jiménez, y descubrió en la finca las proporciones perfectas para trabajar el terreno como si fuera un lienzo.
A pesar de que en esa época se llevaba el jardín inglés, Winthuysen diseñó un paisaje más árabe y medieval, con la mente puesta en el hortus conclusus, el huerto cerrado, que es como en algún momento llamábamos al paraíso. Después de la guerra, su segundo propietario, el marqués de Santo Domingo (El Tío Paco para la familia), trajo cinco toros vetones como los de Guisando, que se encuentran repartidos por la finca y esperan al visitante con paciencia milenaria entre los setos. También colocó escudos de piedra, capiteles y columnas como las que rodean la gran alberca de la entrada, ahora habilitada como piscina por su actual propietario, el escritor Juan Martínez de las Rivas (Fuga lenta, en la editorial Acantilado) y también jardinero de la finca. Juan llegó en 1992 y de inmediato empezó su Cuaderno del jardín, donde anotaba sus progresos y los de Mateo, el anterior jardinero, un abulense que cuidó el lugar como si fuera suyo. En el cuaderno, Juan nos enseña las fotos de Mateo, sus notas sobre cómo florecen las lilas y el romero en abril, el saúco y el rosal en mayo, y en junio, el paraíso.
Ahora Juan ha pasado el testigo a Fanel, el último jardinero que cuida el laberinto de seto que encontramos en el corazón de la propiedad. Quizás sea desde el laberinto central donde tenemos la vista más genuina de la finca, desde donde apreciamos mejor los rincones sombríos bajo la parra y el reflejo de la muralla en el agua de los estanques.
Hay algo que invita a la fantasía gótica, a adivinar un espectro victoriano junto a la virgen de piedra derrumbada bajo el arco, a esconder algo prohibido en el oratorio, a buscar la propia sombra en el fondo del pozo de piedra. Encontramos muchos pozos en nuestro camino, canales, fuentes, estanques donde beben los mirlos, las urracas y las abubillas. Winthuysen tuvo el acierto de diseñar el jardín en cuesta de manera que el agua de la alberca fluyera de forma natural hasta el albañal de la muralla, y por eso el rumor del agua nos acompaña siempre, cuando no se estanca entre la piedra. Esta disposición en terrazas permite además tener dos visiones muy diferentes de la finca. Desde el fondo, desde los pies de la muralla, distinguimos rincones, esquinas, macizos de lilas y setos que transforman el jardín en racimos dispersos y muy íntimos, como el pequeño oratorio donde encontramos una cerámica de Ruiz de Luna entre las flores secas.
Sin embargo, desde arriba el jardín se despliega en cuesta y se alcanza a ver en su totalidad, se abre más luminoso, quizás también por la amplitud de la piscina, donde en verano, si nos sumergimos en el agua, descubriremos algunas de las lápidas que se utilizaron para su construcción. Todo esconde un misterio en la Finca Güell, una historia familiar como la de aquel joven diplomático de la Embajada británica que se encontraba con su amante entre las sombras del laberinto, o una historia tradicional como la del falso santo San Segundo, quien, según cuenta la leyenda, arrojaron desde la muralla, o una historia como la que el mismo visitante podrá vivir cuando pida un deseo mirando al fondo del pozo y vea su silueta enmarcada bajo el arco de piedra. Las visitas guiadas las realiza el mismo Juan Martínez de las Rivas, quien también ofrece la finca para la presentación de eventos o rodajes cinematográficos, y os espera esta primavera para descubriros uno de los secretos mejor guardados del paisajismo europeo y que tenemos aquí, en Ávila.
Esther García Llovet es autora de la novela Mamut (editorial Malpaso).
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