Nueva York (también) es un estado
De las playas y mansiones de los Hamptons a la nostalgia ‘hippie’ de Woodstock, trece planes para una escapada desde la gran ciudad
Nueva York es una ciudad tan inmensa y tan fascinante, que muy pocos viajeros se plantean renunciar a ella –aunque sea solo por un día– para ver ese otro Estados Unidos que hay en un radio de menos de 200 kilómetros. Pero merece la pena. Desde las mansiones de lujo de los Hamptons, donde veranean los ricos y famosos neoyorquinos, al desenfadado ambiente gay de la interminable playa de Fire Island. Podremos también visitar los viñedos y las bodegas de North Fork o recorrer el valle del Hudson, con sus agradables rutas de senderismo y sus casas históricas de postín.
01 Más allá de la Gran Manzana
Al norte de la ciudad de los rascacielos se extiende el resto del Estado de Nueva York, con el que no tiene nada en común, salvo el gobernador y un disfuncional gobierno en la capital, Albany. Esta incongruencia provoca una cierta paralización política, pero es una bendición para los que disfrutan de la misma forma subiendo a las montañas y visitando parques naturales, que yendo de bares por el Lower East Side.
Lo mejor de este estado son sus ríos, como el Hudson, que se convierte en una ruta de escape de la gran ciudad hacia el norte. Desde Albany, hacia el oeste, el canal Erie recorre 843 kilómetros en dirección al lago Erie, junto a las cataratas del Niágara y Buffalo, una ciudad animada a pesar de sus rigurosos inviernos. El río San Lorenzo traza la frontera con Canadá en la zonas de las 1.000 islas, que aún no son demasiado conocidas y conviene descubrir cuanto antes.
El agua también es protagonista en la región de los lagos Finger y en la ciudad universitaria de Ithaca, famosa por sus vinos. Si a eso le sumamos la naturaleza agreste de los montes Adirondack, las atractivas granjas de los Catskills y las interminables playas de arena de Long Island, es fácil entender por qué mucha gente deja la ciudad y no vuelve.
02 Long Island, la escapada natural
Aunque sus 190 kilómetros de extensión incluyen, técnicamente, los barrios de Brooklyn y Queens (ubicados en su extremo oeste), todo el mundo da por hecho que Long Island empieza donde acaba la ciudad, tras un laberinto de autopistas y barrios periféricos. Pero cuando todo eso queda atrás aparecen las dunas barridas por el viento, los lujosos resorts de playa, las granjas, las bodegas, los puertos pesqueros y balleneros creados en el siglo XVII… y entonces uno entiende por qué sus admiradores la llaman Strong island.
Gracias al Long Island Rail Road, que tiene tres líneas desde Penn Station (en Manhattan) hasta el extremo este de la isla, se puede visitar la zona sin coche. Además, los servicios de autobuses de Hampton Jitney y Hampton Luxury Liner conectan la gran ciudad con varios pueblos de los Hamptons y Montauk, y el primero pasa incluso por Brooklyn y llega hasta North Fork. Con un coche es todavía más fácil visitar diferentes puntos de la isla de una sola vez: la I-495 (Long Island Expwy, LIE), recorre la isla por el centro, pero conviene evitarla en hora punta porque se satura.
03 Locos años veinte en Gold Coast
La costa norte de Long Island, conocida como Gold Coast y relativamente próxima a Nueva York, es donde veraneaban familias como los Vanderbilt, los Chrysler y los Guggenheim –o el mismísimo Jay Gatsby– en los años veinte del siglo pasado. Aunque actualmente parece un barrio residencial, aún quedan vestigios de aquella época y algunos reductos naturales realmente bonitos.
Todo aquí suena a ricos y famosos: cerca del pueblo de Port Washington está la antigua finca de los Guggenheim, Sands Point Preserve, con bosques y una bonita playa en la bahía. El centro de visitantes está en Castle Gould, construido en el siglo XIX por Howard Gould, heredero de un magnate del ferrocarril. También se puede visitar la mansión Falaise, de 1923, una de las pocas que quedan intactas y con decoración de la época, y más al este, pasado Oyster Bay, está Sagamore Hill, donde vivieron el presidente Theodore Roosevelt, su esposa y sus seis hijos. Esta casa victoriana de 23 habitaciones fue rehabilitada en 2015 y hoy admite visitas guiadas. Detrás del museo nace una pista natural que acaba en una pintoresca playa.
04 La Long Beach más divertida
Frente a la exclusividad de las playas del norte, al sur de la isla hay arenales más populares, a los que es fácil llegar con transporte público. Aunque en verano pueden estar abarrotadas son un destino divertido para pasar el día. El tren lleva directamente a Long Beach, nada más salir del límite de la metrópoli, y la calle principal está llena de heladerías, bares y restaurantes. Al este se extiende el Jones Beach State Park, un microcosmos de cultura playera de 10 kilómetros de extensión, con surfistas, jubilados, adolescentes de la zona y gays reclamando sus parcelas de arena.
El siguiente arenal hacia el este es Fire Island National Seashore, en cuyo extremo oeste hay un puente que cruza la bahía y, al otro lado, Robert Moses State Park. A Fire Island solo se puede acceder en ferri (no se permiten coches) y los visitantes habituales suelen llevar sus pertenencias en pequeños carritos. La isla cuenta con una docena de pueblos minúsculos, casi todos residenciales. El fiestero Ocean Beach Village y Ocean Bay Park, así como los enclaves gays de Cherry Grove y The Pines, también conectado con ferri desde Sayville.
05 La elegancia de los Hamptons
La gente bien de Nueva York veranea en los Hamptons. Está a solo dos horas de Manhattan pero puedes cruzarte con Spielberg, las hermanas Hilton, las populares actrices Renée Zellweger y Sarah Jessica Parker, e incluso con Madonna en el mercadillo orgánico; aquí las grandes fortunas pasean con su perro por la playa.
Esta serie de pueblecitos de la costa de Long Island (East Hampton, Bridgehampton, Southampton, Montauk, Sag Harbour) es el refugio veraniego de la elite más WASP (blanco, anglosajón y protestante) de Nueva York –y de todo el país–, en sus casas del siglo XVIII. Además de actores de cine, cantantes de rap y modelos, hay grupos de amigos que alquilan estas residencias para escaparse el fin de semana, que se mezclan con los viejos pintores, artistas y bohemios que todavía residen en la zona y fueron quienes la pusieron de moda en los años veinte. Los pocos que quedan se refugian en Shelter Island o Sag Harbour.
Está Malibú de Nueva York, repleta de celebrities, mansiones de lujo y fiestas, esconde sin embargo lugares que remiten a los nativos americanos, preciosas Main streets, parques estatales azotados por el viento e incluso playas medio vírgenes. Es una escapada que merece la pena, sobre todo en otoño, cuando ya no hay tantos veraneantes y el clima es todavía agradable.
Tras la fama y poderío de los Hamptons hay una larga historia cultural, ya que aquí vivieron célebres escritores y otros artistas. Los pueblos del extremo oeste (Hamptons Bays, Quoge y Westhampton) son más tranquilos que los del este, que empiezan en Southampton, donde se concentran las grandes fortunas más clásicas y, también, buenos museos y unas extensas y espléndidas playas. En Bridgehampton podremos encontrar boutiques y buenos restaurantes, y después, en Sag Harbor, al norte, antiguo puerto ballenero con bonitas callejas antiguas.
Los nuevos ricos, sin embargo, han empezado a apoderarse de los pequeños pueblecitos de Montauk o East Hampton, en los hasta hace pocos años solo había pescadores y surfistas y que ahora acogen las fiestas de los famosos, que incluso a veces actúan en el escenario del Guild Hall.
06 Arte, historia y cocina de altura
Hay algunas atracciones que uno no espera en una zona de playa, como el Parrish Art Museum, una institución que ocupa un largo y elegante granero, proyectado por Herzog & De Meuron, y presenta la obra de artistas locales como Jackson Pollock, Willem de Kooning o Chuck Close. Para ver más de Pollock, se puede también hacer una reserva y visitar su cercana casa estudio. Hay más visitas culturales interesantes, como el Shinnecock Nation Cultural Center, un museo gestionado por la tribu shinnecock, de 1.300 miembros, cuyo poblado de historia viva es uno de los pocos vestigios de la vida de los nativos americanos en Long Island. Otro espacio expositivo histórico es el Southampton Historical Museum, instalado en un conjunto de edificios clásicos bien conservados (entre ellos la mansión de un capitán ballenero), que ya existían antes de que los Hamptons fueran lo que son ahora.
Para comer, Nick & Toni’s (136 North Main St, East Hampton) es toda una institución en los Hamptons y además de cocina italiana elaborada a partir de producto de las granjas cercanas, alberga la posibilidad de compartir comedor con algún famoso.
07 El otro Cap Cod
Al este de Southampton, Bridgehampton cuenta con la main street más corta de todos estos pueblos, aunque está repleta de boutiques y restaurantes. 11 kilómetros más al norte, en Peconic Bay, está el antiguo pueblo ballenero de Sag Harbor, con muchas casas antiguas y sitios de interés. En la cámara de comercio, al final de la calle mayor, se pueden conseguir planos para hacer un circuito a pie por la localidad. Resulta casi obligado hacer una parada en el Whaling museum, pero lo mejor es deambular por las minúsculas calles del pueblo, similares a las de la cercana península de Cape Cod, en Massachusetts, idóneas para un paseo tranquilo.
Desde aquí también podemos tomar un ferri hasta la adormilada Shelter Island, en buena aparte ocupada por una reserva natural (Mashomack) con senderos para hacer excursiones. Hay también restaurantes románticos y Bed&Breakfast perfectos para descansar unos días.
08 Surfistas y bohemios en Montauk
Hace algún tiempo, Mountauk podía considerarse como la vecina tranquila y humilde de los Hamptons, pero actualmente, este pueblo del extremo oriental de Long Island llama mucho la atención a los visitantes más jóvenes e incluso a un subgrupo de modernillos: residentes, pescadores y surfistas de toda la vida forman un variopinto grupo que consigue que el ambiente de sus bares y restaurantes sea muy animado.
Montauk, también conocido como The End, es especialmente famoso su playa surfista de Ditch Plains. Con los surfistas han llegado también los hipsters acaudalados y han aparecido hoteles chic bohemios, como el Surf Lodge o el Ruschmeyer’s, pero aún sigue siendo un lugar más tranquilo que los Hamptons, con una comunidad sencilla y restaurantes informales de pescado y marisco.
Hay varios complementos que hacen la escapada perfecta, como el lago Montauk, que en realidad es una gran ensenada con diversos puertos deportivos en la orilla; el cercano Montauk Point State Park, con el faro de Montauk Point, activo desde 1796; restaurantes de marisco, como el Westlake Fish House, en el puerto deportivo homónimo, y las magníficas puestas de sol en Long Island. Una última pista: todos los expertos coinciden en que hay que acercarse al bar Montauked, en Firestone Road.
09 De vinos en North Fork
La península que se extiende al norte de Long Island, North Fork, es conocida por sus granjas y sus bucólicos viñedos, entre los que podemos encontrar bastantes turistas de ruta por las bodegas los fines de semana. La mayor población es Greenport, lugar tranquilo con barcos de pesca, pasado ballenero y un viejo tiovivo en Harbor Front Park. Es un lugar recogido y fácil de recorrer a pie desde la estación de LIRR. Si se va en coche, se puede seguir hasta Orient Beach State Park, una península de playas limpias con una plácida bahía para remar.
Justo enfrente, cerrando la bahía de Gardiners, se encuentra la isla de Shelter, una versión a escala y más tranquila de los Hamptons, pero con un toque de antiguo pueblo marinero. Está comunicada mediante ferri con Greenport y North Haven, cerca de Sag Harbor, y al sur cuenta con la Mashomack Nature Preserve, estupenda para remar.
La posada North Fork Table & Inn es el alojamiento predilecto de los más sibaritas en Sherter Island, con cuatro habitaciones y un excelente restaurante de producto fresco gestionado por alumnos de la cotizada Gramercy Tavern, en Manhattan. Para comer también podemos acercarnos a Claudio’s (111 Main St), una leyenda en Greenport, propiedad de la misma familia portuguesa desde 1870. Para picar algo, el Claudio’s Clam Bar, en el muelle cercano, es más que recomendable.
10 Escapada campestre: el Valle del Hudson
Las vistas del río Hudson, al norte de la ciudad de Nueva York, sirvieron de inspiración a una corriente de pintura paisajista del siglo XIX –la llamada Escuela del río Hudson–, pero también atrajeron a muchas familias ricas que se hicieron aquí con grandes fincas. Hoy las granjas y parques de esta zona atraen a los amantes de la naturaleza y ex urbanitas. Las poblaciones más próximas a la Gran Manzana tienen un aire suburbano y están más pobladas y comunicadas por el tren Metro-North. Pero cuanto más al norte vayamos, más rural (y a veces despoblado) es el ambiente.
Es fácil llegar desde Nueva York: la conexión ferroviaria Metro-North sale de Grand Central (en Manhattan) y llega hasta Poughkeepsie; otra línea atraviesa Nueva Jersey y llega a Harriman y Amtrak también llega a estos pueblos.
En Tarrytown y Sleepy Hollow, al este del Hudson, encontraremos unas cuantas casas majestuosas, mientras que Beacon, antigua población industrial, se ha convertido en bastión del arte de vanguardia. Para disfrutar de la naturaleza, el pueblo de Cold Spring ofrece buenas excursiones por Bull Hill y otras sendas, no muy lejos de la estación de tren. Si se va en coche, se puede cruzar a la orilla oeste del río y explorar el Harriman State Park y la contigua Bear Mountain, con vistas al skyline de Manhattan desde su cumbre, a 397 metros.
Más visitas recomendables en el valle del Hudson son Kykuit, en Tarrytown, una de las mansiones de la familia Rockefeller que incluye obras de arte asiático y europeo, así como jardines con vistas; Lyndhurst Castle, una impresionante mansión neogótica del siglo XIX que fue residencia de verano de un magnate del ferrocarril, así como el sorprendente Dia Beacon, al norte de Cold Spring, conocida filial del neoyorquino Dia Center for the Arts instalada en una antigua fábrica que expone enormes obras de hierro de Richard Serra e instalaciones cambiantes.
También podemos visitar el histórico Sunnyside, original edificio construido por Washington Irving, autor de relatos como La leyenda de Sleepy Hollow y Cuentos de la Alhambra. Los guías, vestidos como en el siglo XIX, cuentan interesantes anécdotas durante todo el recorrido. Aquí se encuentra también West Point, la famosa academia militar que forma oficiales desde 1802. El museo (gratis) es imprescindible para los apasionados del ejército.
11 Pogskeepsie, cultura en femenino
La principal ciudad de la ribera oriental del Hudson es muy conocida en Estados Unidos por la universidad de humanidades Vasar, que hasta 1969 fue exclusivamente femenina. Más al norte está Hudson, con una moderna comunidad de artistas, escritores y artistas, y en cuya calle principal encontraremos anticuarios, tiendas de muebles de lujo y galerías de arte. La mayoría de los visitantes se dirigen al norte, al bucólico Hyde Park, a visitar la residencia Franklin D. Roosevelt, conocida como la otra CIA. Una casa relativamente modesta pero que en verano atrae a masas de visitantes, especialmente por su museo, construido alrededor de la biblioteca privada del presidente, donde grababa su innovador programa de radio Charlas junto a la chimenea. También se puede visitar Val-Kill, la casita de campo de Eleanor Roosevelt.
El principal punto de interés de la zona es el Walkway Over the Hudson, un antiguo puente ferroviario sobre el río que se ha convertido en el mayor puente peatonal del mundo –2 kilómetros de recorrido– y en parque estatal.
Para conocer cómo veraneaban los más ricos y elegantes de la sociedad estadounidense, se puede visitar la Vanderbilt Mansion, residencia estiva de la conocida familia de magnates del ferrocarril: un espectáculo beaux arts que conserva casi toda la decoración original.
Para comer conviene probar la cocina francesa de Bocuse, uno de los excelentes restaurantes que gestionan los estudiantes del Culinary Institute of America, la escuela de cocina más prestigiosa del país, con propuestas tan llamativas –y a precio razonable– como el helado al nitrógeno líquido.
12 Bosques románticos en Catskills
En esta región montañosa, al oeste del valle del Hudson, podremos encontrar una mezcla de culturas, naturales y artificiales. La romántica imagen de los desfiladeros cubiertos de musgo y las cimas redondeadas que popularizaron los pintores de la Escuela del río Hudson promovieron un movimiento de conservación; en 1894 se reformó la Constitución estatal para que miles de hectáreas quedaran protegidas como terreno boscoso salvaje.
A lo largo del siglo XX los Catskills se convirtieron en destino de verano de muchos judíos neoyorquinos de clase media. Todos los hoteles de la época cerraron ya, pero aún quedan comunidades judías en muchos pueblos y también se ha conservado cierto ambiente hippie en numerosas granjitas. En la última década se han abierto establecimientos más sofisticados para los hipsters urbanitas, que acuden a pasar el fin de semana. En otoño, es el paisaje más próximo a Nueva York donde se contemplar los árboles teñidos con los espectaculares colores de la estación.
13 Nostalgia ‘hippie’ en Woodstock
Aunque mítico festival de 1969 se celebró en Bethel, a una hora de Woodstock, este pueblo conserva el espíritu de aquella época, con camisetas teñidas a mano y un ambiente de comuna por todas partes, desde la radio y el cine hasta el mercado de abastos (farm festival, los miércoles). La localidad de Saugerties, a unos 11 kilómetros hacia el este, no es tan pintoresco y, en comparación, recuerda a la gran ciudad, pero el faro, en un saliente sobre el río Hudson, merece una visita.
Se puede ir de excursión a West Saugerties, donde se encontraba la Big Pink –famosa residencia donde grabaron Bob Dylan y The Band en los años 60– y allí tomar Platte Clove Road (Cty Rd 16) hacia el noroeste. Una decena de kilómetros de curvas que ofrecen uno de los panoramas más espectaculares de los Catskills.
El otro Woodstock está significado en el Bethel Woods Center for the Arts, que acoge la Feria de Música y Arte de Woodstock en la granja de Max Yasgur, a las afueras de Bethel, a unos 110 kilómetros del pueblo de Woodstock. Incluye un anfiteatro que acoge grandes conciertos en verano y un nostálgico museo sobre el movimiento hippie y la década los años sesenta.
Más información en www.lonelyplanet.es, en la guía Lonely Planet de Estados Unidos y, desde Julio, la nueva guía Lonely Planet de Costa Este de Estados Unidos.
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