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Atracón cultural en Wroclaw

La ciudad polaca es, junto con San Sebastián, Capital Europea de la Cultura en 2016

Fuentes ante la emblemática Hala Stulecia (1913), el pabellón del Centenario de Max Berg, en Wroclaw (Breslavia), declarado patrimonio mundial en 2006.
Fuentes ante la emblemática Hala Stulecia (1913), el pabellón del Centenario de Max Berg, en Wroclaw (Breslavia), declarado patrimonio mundial en 2006.Dieter Palm / Corbis

Las ciudades de Wroclaw (Breslavia) y San Sebastián comparten este año Capitalidad Europea de la Cultura, algo que explica, desde hace pocos días, la exposición de cuarenta obras de Eduardo Chillida en la galería Awangarda (BWA) de la ciudad polaca. O que el pasado 20 de enero, mientras 5.000 pequeños tamborileros desfilaban por Donosti aporreando su percusión hasta caer exhaustos, 4.000 niños polacos se sumaban a la fiesta con la interpretación –en euskera– de la Marcha de San Sebastián desde el pabellón Hala Orbita, en esta urbe del suroeste de Polonia. La tradicional tamborrada infantil, que se celebra en la capital guipuzcoana desde 1961, se vivió simultáneamente a 2.000 kilómetros de distancia, con pantallas gigantes incluidas.

No ha sido la única celebración en Wroclaw con motivo del estreno de su capitalidad cultural: la ciudad se llenó de ríos de gente que se encontraron más tarde, en la penumbra y el frío, en Rynek, la antigua plaza del Mercado. Eran las marchas de los espíritus, cubiertos de chubasqueros de plásticos. Un espectáculo de danza, tambores, estructuras de hierros y mucha luz, a pesar de la noche. También se proyectaron imágenes sobre las fachadas de las estrechas casas de colores que conforman la plaza, con sus ventanas inventadas para conseguir la aclamada simetría polaca. Esta ciudad rezuma vida y el programa de eventos para este año cultural lo refleja: habrá un carnaval cubano, ciclos de cine clásico polaco (subtitulado en inglés) e iraní, teatro en honor a Grotowski, conciertos de la Orquesta Sinfónica de Budapest, performances, exposiciones de arquitectura, como la de los premios Mies Van der Rohe 2015, y hasta Ennio Morricone, el genio de las bandas sonoras, celebrará en Wroclaw que cumple 60 años de trayectoria artística, especialmente de actualidad gracias a su trabajo más reciente, The hatefull eight, la última de Tarantino. Todo esto solo hasta Marzo. Porque habrá más. Mucho más.

Fachadas medievales de colores en Rynek, la antigua plaza del Mercado de Wroclaw (Polonia).
Fachadas medievales de colores en Rynek, la antigua plaza del Mercado de Wroclaw (Polonia).Anna Stowe / Corbis

Wroclaw está llena de canales y puentes de hierro. Las casas son estrechas, de colores, adosadas, reconstruidas. La más vieja es una mole gris de origen soviético. Es un banco. El pub más antiguo, Art Café Kalambur, de la década de los 80, era un antiguo teatro estudiantil. Tiene un ambiente lúgubre, un dragón en la puerta, bancos de madera, un toque de antro y música balcánica. En la contigua, la de las flores, los puestos abren las 24 horas, como las farmacias de guardia. La importancia es la misma. Un poco más allá está la librería española de Wroclaw, Księgarnia Hiszpańska, junto a la única cuesta de toda la ciudad. Tiene su historia: se dice que, hace siglos, unos comerciantes decidieron construir una pendiente artificial para poder limpiarse las botas con los bordes de las escaleras.

Paseo por Las Osobowicki

Hay otra plaza, Nowy Targ, con tumbonas big size para personas grandes y solitarias. También una piscina art decó y un museo cubierto de hiedra. Hay naturaleza en la ciudad. Puedes subir a un tranvía azul, de filas individuales, estrechas, y después de pasar una tierra cubierta de lápidas llegas a Las Osobowicki, una masa arbórea de atmósfera cargada y con la belleza de un bosque sin horizontes. Cerca de la calle Chopina está el parque Szczytnicki, con árboles centenarios, y las fuentes que rodean el monumental edificio de Hala Stulecia (1913), un hito de la arquitectura de principios del siglo XX, obra de Max Berg. Y un jardín japonés, que nunca he conseguido encontrar. Pero Wroclaw no debería ser famosa por sus fuentes de chorros más o menos potentes, más o menos coloreados. Sino por sus cuervos, sus neones, su incansable gusto por la venta de helados (lody), el agua con gas (se aprende, por supervivencia, a decir niegazowana) y la superpoblación de pepinos.

Centro histórico de Wroclaw, en Polonia, Capital Europea de la Cultura, compartida con San Sebastián.
Centro histórico de Wroclaw, en Polonia, Capital Europea de la Cultura, compartida con San Sebastián.Arno Burgi / Corbis

Para ver la ciudad desde lo alto hay tres interesantes posibilidades. La torre de la catedral de San Juan Bautista requiere subir unas escaleras laberínticas hasta llegar a una especie de museo de arte africano y, más adelante, meterse es un ascensor que sube hasta lo alto. Desde arriba, con visión pájaro, destacan los puentes, las personas insignificantes, los jardines perfectamente cultivados, la variedad cromática de los tejados. Otro punto de observación, más desconocido, es el parking de la azotea del centro comercial Renoma; suele estar vacío, y lo industrial del aparcamiento choca con la naturaleza verde del río Odra, que asoma. La última atalaya, el rascacielos Sky Tower, es fruto de un ambicioso proyecto que, en 2007, intentaba superar los 237 metros de la mole comunista del Palacio de Cultura de Varsovia. La construcción se paralizó debido a la crisis económica y fue rediseñado hasta alcanzar los 212 metros, abrazando el segundo puesto entre los edificio más altos de Polonia. En la 49 planta –son 50 en total– hay un mirador de acceso público.

Flirteos por teléfono (fijo)

Los cafés de estilo berlinés no paran de multiplicarse. En la calle Świętego Antoniego puedes escoger entre los bagels y las riquísimas tartas de queso del Central Café o la cerveza artesana de Karavan. El café Szajba está escondido en un patio precioso de azulejos blancos y verdes, con muchas terrazas; el Charlotte café es el local de moda. La marcha está en otro patio, conocido como niepolda, en esta misma calle. Cuenta con bares baratos para jóvenes, como el Pijalnia, y con un karaoke llamado Głuchy Telefon donde los polacos se lanzan a cantar con la misma pasión que si estuvieran releyendo las instrucciones de una lavadora vieja que ya no funciona; el local dispone de teléfonos fijos para llamar al bando del sexo contrario y flirtear, o para pedir otra ronda sin moverte un milímetro de tu posición inicial. Entre mis favoritos están el pub Mleczarnia, en el barrio judío, un antro viejo, con velas y fotografías antiguas, y la Neon Side Gallery, en un patio lleno de fluorescentes retro de colores, con una decoración destartalada de sofás vintage y esculturas antiguas.

Café Kalambur, el pub más antiguo de Wroclaw (Polonia).
Café Kalambur, el pub más antiguo de Wroclaw (Polonia).Yvan TRAVERT / Corbis

Detrás del centro asoman los bloques de pisos de color pastel numerados de la época comunista, en los que viven, imagino, muchas personas sin el lastre de la importancia, abrazando desde siempre la verdad de su inevitable anonimato en un mundo inabarcable. Más allá, el barrio residencial de chalets con enfoscados desgastados, colores fríos, jardines tristes.

Para almorzar, el JaDka ofrece riquísima comida tradicional polaca con un toque contemporáneo. Otra buena elección es ir a una lechería, comedores de herencia soviética subvencionadas por el gobierno porque no sirven alcohol. Acude gente de todo tipo y el menú esta en polaco, lo que obliga a elegir un plato a ciegas y dejar sorprenderse. Una muy céntrica es Miś SC.

Para dormir, el PURO hotel, con habitaciones de líneas modernas y un agradable patio con árboles, está cerca del centro. También el hostel Mleczarnia, más barato, con decoración antigua y un aire bohemio.

Las propuestas de esta ruta se concentran en un pequeño espacio con forma de ostra cerrada rodeada, en Google Maps, de un intenso azul en zigzag. Los mapas (como este de Wroclaw), eternos acompañantes de los  viajeros, son también poco mentirosos, como decía la maravillosa poeta polaca y premio Nobel, Wisława Szymborska:

Me gustan los mapas porque mienten.

Porque no dejan paso a la cruda verdad.

Porque magnánimos y con humor bonachón,

me despliegan en la mesa un mundo no de este mundo.

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