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Los últimos artesanos de Bangkok

Una pequeña comunidad continúa fabricando a mano los cuencos que utilizan los monjes para pedir limosna

Una artesana de la comunidad de Ban Baat, en Bangkok, donde aún se fabrican a mano cuencos para los monjes budistas.
Una artesana de la comunidad de Ban Baat, en Bangkok, donde aún se fabrican a mano cuencos para los monjes budistas. A. Salvá

Todas las mañanas, los monjes tailandeses salen en fila del monasterio ataviados con sus coloridas túnicas de color azafrán y un cuenco de metal donde los fieles depositan ofrendas en forma de alimentos para su subsistencia, puesto que no pueden trabajar ni ganar dinero.

En Bangkok hay una estrecha bocacalle lateral llamada Ban Baat, situada en el barrio de Chinatown, donde una pequeña comunidad de cinco familias de artesanos presume de fabricar, prácticamente, todos estos cuencos con sus manos y un martillo como únicas herramientas. Explican, además, que continúan trabajando “en el lugar exacto y casi de la misma forma que las generaciones anteriores”.

Uno de ellos, de 61 años, lo explica así: “Yo formo parte de la cuarta generación familiar en el oficio. Las herramientas han evolucionado; por ejemplo antes utilizábamos fuego y ahora tenemos un soplete. Pero el resultado es el mismo”, dice.

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La comunidad, que cuenta con 40 trabajadores, se pone manos a la obra como si se tratara de una cadena de montaje en cuanto un monje realiza un pedido. Se realizan hasta nueve procedimientos diferentes durante su fabricación. “Cada uno hace una parte y nos repartimos los beneficios”, cuenta el artesano.

Cada cuenco requiere alrededor de cinco días de trabajo y estar en buena forma física. Para fabricarlos, realizan dos tiras de acero que sueldan en forma de cruz representando los puntos cardinales. Posteriormente, las unen a un anillo para dar forma a la estructura, rellenan los huecos con piezas individuales de acero y martillean antes de aplicar el esmalte o barniz de protección.

Una de las trabajadoras de este comunidad tiene 35 años y comenta, sin soltar la lima, que la persona más joven que realiza este trabajo no tiene más de 30. “En mi caso tengo suerte, va a continuar con mi trabajo mi sobrino”, explica. Otras familias, se lamenta, han dejado de hacer esta labor porque no tienen nuevas generaciones de las que aprender.

Sin embargo, la fabricación de estos cuencos no parece un mal negocio. Tal y como establece la tradición, los monjes deben usar solo los cuencos que están hechos a mano y algunos templos no aceptan los que llegan de las fábricas. “Producimos un total de 10.000 cuencos todos los años”, cuenta otro de los trabajadores del taller. “Son de buena calidad y duran mucho”, añade.

Los últimos años los aldeanos han visto además una nueva oportunidad de negocio gracias al turismo. “Vendemos también a los extranjeros”, dice, señalando algunas de las piezas terminadas expuestas en una vitrina. Los cuencos se pueden comprar en sus horas de trabajo (de 9 a 17.00) y el precio ronda los 1.900 bahts (49 euros).

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