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En la capital mexicana no temen que se abra el cielo, sino que de un temblor se resquebraje la tierra. Diariamente, a partir de las cinco de la tarde, como si alguien abriera las compuertas, caen sin piedad litros de agua sobre millones de personas que circulan por la superficie o por el subsuelo de una de las ciudades más pobladas del mundo. Un gigante que flota sobre una laguna. Ansioso por crecer, hambriento de cultura, está en continuo movimiento. No solo por los temblores que de vez en cuando erizan el vello de quienes viven aquí, sino porque en algunos de sus rincones brotan galerías de diseño vanguardistas, construcciones arquitectónicas rompedoras, movimientos estudiantiles, teatros, museos y negocios de jóvenes emprendedores sin miedo. En esta ciudad se topa uno en cada esquina con el recuerdo de Frida Kahlo y Diego Rivera, con la artesanía de los indígenas de Oaxaca y Chiapas o con la melodía de un narcocorrido que retumba desde algún taxi con los cristales bajados. En cualquier establecimiento se recuerda al cantante y compositor José Alfredo Jiménez y huele a maíz y a carne adobada. Aquí los tacos son casi religión.
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México DF en once pistas

Tiendas, galerías, hoteles y restaurantes donde vibra la creatividad en la capital mexicana

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