La conquista del colmillo alpino
El relato de la dramática primera ascensión al monte Cervino en julio de 1865, hace ahora 150 años
Subo al teleférico en Zermatt y me bajo en el Kulmhotel. Desde la terraza veo picos impresionantes, como Castor y Pollux y el Dufourspitze. Pero me fijo, sobre todo, en una pirámide de roca semidesnuda, salpicada de harapos de nieve. Los italianos la llaman Cervino, y los suizos, Matterhorn. Este colmillo imponente, de 4.477 metros de altura, ocupa un lugar de honor en la historia del alpinismo.
Cuando Horace-Bénédict de Saussure concibió en Chamonix la absurda idea de premiar la empresa de escalar el Mont Blanc, inventó el alpinismo. Realizada la proeza por Paccard y Balmat en 1786, el montañismo, pronto desligado de la ciencia, se convirtió en un deporte. Una de las cimas más difíciles de los Alpes era el Cervino, que no caería hasta el 14 de julio de 1865. Lo conquistó el inglés Edward Whymper.
En años anteriores habían intentado la ascensión hasta quince veces
Whymper se adelantó a Jean-Antoine Carrel, tan decidido como él a escalarlo. El inglés era el alpinista aficionado; el italiano, el guía de la zona, que consideraba que el Cervino no era de los forasteros. En años anteriores habían intentado la ascensión hasta quince veces, en ocasiones juntos, a veces por separado.
En la intentona definitiva, Whymper vio decepcionado cómo Carrel, que quería que su país fuera el primero en lograr la hazaña, le plantaba por una cordada italiana. Whymper se unió a un grupo improvisado, que iba a asaltarlo por la vertiente suiza. Lo formaban, además de él mismo, tres guías (el francés Croz y los Taugwalder) y tres británicos, Hudson, Hadow y lord Francis Douglas, hermano de aquel marqués de Queensberry que llevó a Oscar Wilde a la cárcel de Reading.
El 13 de julio salieron de Zermatt de madrugada. A la mañana del día siguiente llegaron a la cumbre con inesperada facilidad. Whymper recorrió la arista de nieve que une las dos vertientes para comprobar, satisfecho, que no había otras huellas. Pudo avistar en el lado italiano a Carrel y su grupo, apenas a doscientos metros de la cumbre. Les gritó para que le vieran. Los italianos, vencidos, se retiraron, aunque Carrel haría cima tres días después.
Los siete estuvieron una hora en lo más alto. Iniciaron felices el descenso, sin saber lo que les aguardaba
Los siete estuvieron una hora en lo más alto. Iniciaron felices el descenso, sin saber lo que les aguardaba. En el tramo más expuesto, Hadow resbaló y arrastró al abismo a Hudson, a Croz y al joven lord. Taugwalder padre, rápido, enrolló la cuerda a un saliente rocoso, pero el tirón de los que caían fue tan violento que se rompió, lo que les salvó a él, a su hijo y a Whymper. De Douglas sólo se hallaron una bota, un cinturón, los guantes y una manga del abrigo. Los cadáveres de los otros tres se encontraron desnudos y destrozados. Croz había perdido medio cráneo y para desincrustar el rosario de la mandíbula hubo que emplear una navaja. Algunos de estos objetos se exponen en el museo de Zermatt. La tragedia del Matterhorn marca el fin de la época dorada del alpinismo.
Festival de época
Una semana de eventos ambientados en 1865 (del 10 al 19 de julio de 2015); una obra teatral sobre la historia del Matterhorn o Cervino (del 9 de julio al 29 de agosto) y un festival gastronómico y folclórico, del 7 al 9 de agosto, son algunos de los actos programados en Zermatt (Suiza). Desde el día 9 de julio de 2015.
De todo esto se cumplen ya 150 años. El Cervino se siguió cobrando vidas. Por la mañana he leído en una lápida del cementerio inglés: “Frederick C. Burckhardt, que pereció en el Matterhorn durante una terrible tormenta de nieve el 18 de agosto de 1886, a los 48 años”. Y los alpinistas siguieron buscando nuevos retos. “Un auténtico escalador nunca repite una ascensión”, escribiría Mummery, quien escaló el Matterhorn en seis ocasiones, por seis rutas diferentes. En agosto de 2013, Kilian Jornet batió el récord de velocidad de ascenso y descenso del Cervino por la arista Lion, dejándolo en menos de tres horas. Otros medios, otros tiempos, otros ritmos.
De las paredes del Edward’s Bar, en el hotel Monte Rosa de Zermatt, cuelgan un par de fotografías de los Alpes realizadas y firmadas por el mismísimo Edward Whymper, el inglés que había escrito: “Escala si lo deseas, pero recuerda que el valor y la fortaleza no son nada sin la prudencia, y que un instante de negligencia puede destruir la felicidad de toda una vida”. El inglés que demostró que en alpinismo lo imposible acaba haciéndose posible, aunque a menudo sea a costa de grandes sacrificios.
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