De charla en Sanaa
El fotógrafo Samuel Aranda, ganador del premio World Press Photo del año 2011, habla de sus viajes a Brasil y Yemen
A dónde va un fotorreportero cuando no está en viaje de trabajo? Al parecer, a ninguna parte. Cuando The New York Times o National Geographic no le envían a Sierra Leona, a cubrir la epidemia del ébola, o a Irán, en el aniversario de la Revolución Islámica, el ganador del World Press Photo del año 2011, que nació en Santa Coloma de Gramenet, se queda bien quieto en su casa de Crespià, un pueblecito de 80 habitantes cerca de Figueres. “Ahí estaba la casa más grande y más barata que pude encontrar. Y además hay mala cobertura para el móvil, así que estoy muy tranquilo”, dice. Acaba de montar en el Virreina Centro de la Imagen de Barcelona la exposición Objectiu BCN.
Hemos quedado en que usted no va de vacaciones. Dígame un destino que le decepcionara.
Brasil. Llegué allí y sin dormir me fui a la playa de Copacabana. Me recordó a Benidorm y me pareció todo muy falso. Además, me agobió mucho lo de la seguridad, ver a los policías tan armados…
Es curioso que lo diga alguien que ha estado en los lugares más peligrosos del planeta.
Sí, pero aquella me pareció una sociedad sin demasiada mezcla, un tanto clasista.
Ahora un destino que sí.
Yemen. He ido unas cinco veces desde 2011, siempre por trabajo. Antes de pisarlo por primera vez, no sabía nada. Solo lo típico que lees, sobre Al Qaeda. Imaginaba algo como Irak en 2004, que fueran muy reacios a los extranjeros y hubiera mucha tensión. Pero qué va, son gente muy amable y abierta. He hecho muchos amigos allí.
El Ministerio de Asuntos Exteriores desaconseja viajar a Yemen. ¿Cómo lo vivió usted siendo fotorreportero?
A la capital sí que creo que se puede ir, pero siempre con ojo y con un mínimo de cabeza. Los problemas están más localizados en el Norte. Si alguien se atreve, recomendaría el hotel Burj al Salam.
¿Su lugar preferido?
La ciudad vieja de Sanaa. Puedes perderte por sus calles durante horas. Lo único malo como fotógrafo es que no puedes hacer las cosas en plan rápido. Te invitan a sus casas, te hacen un té… Por las tardes, casi todo el mundo se sienta en la calle y masca hojas de khat, una droga muy suave, una especie de planta excitante. Se ponen a mirar el sol y a mantener conversaciones alucinantes. De repente aquello es como Ibiza.
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