Los bravos caballos de Karakol
Con sus casitas de madera de aire siberiano, sus yurtas y sus paisajes grandiosos de alta montaña, Kirguistán es un destino emergente de Asia Central
¿Quiere sentirse como un explorador? ¿Practicar senderismo de alta montaña entre campamentos de nómadas y caballos salvajes? En este caso no lo dude: visite Karakol. Un nombre que sonará seguramente a enigma para el común de los mortales en Europa. Pero que designa la ciudad hoy más frecuentada por los (muy contados) visitantes extranjeros que recorren la antigua república soviética de Kirguistán.
Con unos 75.000 habitantes (es la cuarta del Estado), la ciudad de Karakol (¿o habría que decir más bien pueblo grande?) constituye un perfecto compendio de un país que, tras su independencia en 1991, se está convirtiendo en destino turístico emergente. Como un microcosmos: todo Kirguistán está resumido en Karakol. Por su ubicación, primero, a orillas de uno de estos múltiples lagos alpinos de aguas turquesas y alrededores de picos nevados que se encuentran esparcidos por toda la geografía kirguiz. Y no cualquier lago alpino: a 1.620 metros de altitud, Issyk-Kul, sitio mítico de la también mítica Ruta de la Seda, es el mayor del mundo tras el Titicaca.
Esta proximidad acuática motivó que la ciudad fuera zona prohibida en la época soviética: aquí estaba desarrollándose un proyecto ultrasecreto de avanzados torpedos. Desde entonces, sin embargo, Karakol ha vuelto a abrirse al mundo, y sólo quedan ya del comunismo unas estatuas grandilocuentes de héroes socialistas, incluyendo al mismo Lenin señalando con el brazo extendido un futuro prometedor.
Colonos del norte
Fundada por colonos venidos del norte hacia mediados del siglo XIX, cuando se convirtió en puesto militar avanzado del régimen zarista, Karakol todavía parece hoy, como tantos sitios de Kirguistán, una postal de un pueblo de Siberia, con sus coquetas casitas de madera. Un material, por lo demás, que domina su arquitectura. Totalmente de madera finamente tallada está hecha la iglesia ortodoxa de la Santísima Trinidad, imponente y sencilla a la vez con sus cinco cúpulas de un verde pálido. Transformada durante la época soviética en… gimnasio, fue devuelta al culto en 1965. Contiene un icono especialmente venerado, el de la Virgen de Tijvina, a la que se atribuyen los milagros más diversos.
Guía
Cómo llegar:
Aeroflot: (www.aeroflot.com) tiene vuelos a Bishkek, capital de Kirguistán, con escala en Moscú, a partir de unos 400 euros ida y vuelta.
Turkish Airlines: (www.turkishairlines.com) vuela a Bishkek con escala en Estambul desde unos 430 euros ida y vuelta.
De madera también (y, según la leyenda, sin un solo clavo) está hecha la mezquita. Aunque con su silueta de pagoda tibetana podría parecer a primera vista más bien dedicada a Buda que a Alá. Y es que la construyeron los dungan, una comunidad china convertida al islam que tuvo que exiliarse al ser perseguida por su nueva fe. Lo que no impidió que trajera consigo las tradiciones arquitectónicas de su región de China. Naser, el responsable del lugar, explica que la mezquita fue cerrada por Lenin, hasta que Stalin decidió su reapertura en los años cuarenta, cuando quería asegurarse el apoyo de los musulmanes de Asia Central en la lucha contra el nazismo. Muy locuaz y de intereses cosmopolitas, el barrigón, barbudo y ya entrado en años Naser recuerda con nostalgia que de joven se parecía a un actor indio muy codiciado por las mujeres. Y acaba preguntando, perplejo, por qué España fue eliminada tan rápidamente del Mundial de Brasil.
Karakol es la puerta de entrada ideal hacia lo más granado del incipiente turismo kirguiz: sus montañas (el 40% del territorio nacional está por encima de los 3.000 metros). Se pueden observar, por ejemplo, en medio de las espectaculares formaciones fantasmagóricas de arenisca rojiza del parque de Jeti-Oguz: un nombre que significa en kirguiz Siete Toros y que alude a una enorme pared rocosa que marca la entrada al parque. Jeti-Oguz es el lugar de ocio favorito de los lugareños: aquí se han instalado vendedores de queso y de yogurt, y unos jóvenes se ganan algo de calderilla al proponer al visitante hacerse la foto con una de las impresionantes rapaces que sostienen en el brazo (la cetrería es muy apreciada en este país).
Pero para descubrir el Kirguistán profundo, el más impactante, nada mejor que dirigirse hacia el sureste de Karakol y poner rumbo a la frontera china, hacia Inylchek, un antiguo pueblo minero hoy medio abandonado. El viaje es un resumen de la orografía kirguiz. Tras seguir un fértil valle a orillas de un lago, uno se adentra en un paisaje alpino de un verde intenso, de tipo suizo, con profusión de abetos. Pero progresivamente, conforme se sube hacia un puerto, van desapareciendo los árboles y el reino mineral sustituye al vegetal.
Hasta que al otro lado del collado el viajero se encuentra de repente inmerso en lo más grandioso que ofrece Kirguistán: protegido por una pared de picos nevados, con sus crestas aceradas y abruptas, el valle alberga amplios y verdosos pastos donde cohabitan grandes manadas de caballos en libertad e infinitos rebaños de ovejas, que vigilan unos solitarios pastores a caballo. Todo salpicado por las manchas blancas de estas yurtas que siguen siendo el hábitat preferido del pueblo más nómada de Asia Central. En una de ellas, una familia está muy ocupada en esquilar a sus ovejas, y se muestra encantada de ver a algún extranjero que rompe su rutina. Los kirguises invitan en su yurta al habitual té al visitante, que siente aquí más que nunca que este viaje al fin del mundo realmente valía la pena.
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