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Bienvenidos a Yangón

Cinco lugares imprescindibles para tomarle el pulso a la antigua capital de Myanmar

Perfil de la pagoda Shwedagon, icono de Yangón, en Myanmar (antigua Birmania).
Perfil de la pagoda Shwedagon, icono de Yangón, en Myanmar (antigua Birmania).Daniel Calderón

Poco a poco, el pulso de la mayor ciudad de Myanmar, la antigua Birmania, se va acelerando. Capital del país cuando se llamaba Rangoon y rebautizada como Yangón, en muchos aspectos continúa anclada en el tiempo. Algo que la pone a salvo de las hordas de turistas visibles en otros destinos asiáticos, que permite disfrutar del museo nacional para uno mismo, realizar compras exóticas en el principal mercado de la ciudad sin agobios ni precios exhorbitantes (solo para turistas) o, al salir a cenar por la más popular calle de terrazas de Yangón, codearse exclusivamente con locales.

Museo Nacional

Es la mejor introducción a una ciudad y un país que ofrece maravillas pero que todavía se encuentra medio en penumbra. Quizá por ello las salas están pesimamente iluminadas, aunque exponen verdaderos tesoros -a veces sin etiquetas identificativas- del antiguo reino Birmania o sus tiempos de próspera colonia inglesa: llegó a ser el mayor exportador de arroz del mundo y Rangoon competía con Nueva York en acogida de inmigrantes.

Lago Kandawgyi

La romántica pasarela de madera que atraviesa este céntrico lago suele acoger el coqueteo de las parejas de enamorados. En otros rincones del parque también se los ve con el habitual paraguas, protección contra el sol, la lluvia y las miradas indiscretas; aquí el afecto en público no está bien visto. Llama la atención también el mastodóntico Karaweik, una réplica en cemento de un buque de guerra.

Un cabello de Buda

Templo budista de referencia en todo el sudeste asiático y lugar de encuentro social, en la pagoda Shwedagon se guarda un cabello de Buda como reliquia. Está abierta 24 horas al día y 365 días al año. Aquí los monjes se asoman al final de la tarde para meditar y practicar inglés con los visitantes. En días soleados, la luz del ocaso convierte el escenario en un lugar mágico. La gente reza, quema incienso, realiza ofrendas, juega, se pasea y observa. Si llueve, algo muy común, el ambiente es el mismo; la lluvia no altera un ápice las rutinas de los yangoneses. Shwedagon es uno de los mejores escaparates para contemplar y relacionarse con la amigable población local.

Orwell pasó por aquí

“Grandes pomelos como lunas verdes colgados de cuerdas, bananas rojas, cestos de gambas del color del heliotropo y el tamaño de langostas, pescado seco y quebradizo atado como legajos, chiles carmesí, patos abiertos y curados como jamones, cocos verdes, larvas de escarabajo gigante, trozos de caña de azúcar, dahs, sandalias, longyis de seda a cuadros, afrodisíacos con forma de pastilla de jabón (...)”. Así enumeraba George Orwell las mercadurías que en los años 30 se podían encontrar en los mercados birmanos. La descripción parece hecha tras un paseo por el mercado Bogyoke Aung San, en Yangón. Y además de lo que cita Orwell, también se pueden cambiar divisas, comprar joyas y piedras preciosas, monedas antiguas y hasta hacerse un retrato.

La calle 19

Era uno de los lados del rectángulo urbanístico que los ingleses planificaron para la ciudad, pero ahora es la calle 19 con más personalidad del barrio chino. Aquí el pulso de Yangón se acelera, pues se concentran restaurantes populares en cuyas terrazas los locales celebran algo cada noche. La especialidad es la parrilla, alimentada con exóticos vegetales o pescados frescos. Otras delicias típicas son las albóndigas de pescado birmanas. Y para bajar la comida una cerveza Myanmar bien fría.

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