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Un hotel es cosa de personas

El crítico Fernando Gallardo escoge sus 15 hoteles favoritos, en los que el mayor lujo es la atención. Un parador vanguardista, un ‘resort’ playero o un hotelito perdido en Formigal

Restaurante del hotel Mandarin Oriental de Barcelona, obra del arquitecto Carlos Ferrater y la interiorista Patricia Urquiola.
Restaurante del hotel Mandarin Oriental de Barcelona, obra del arquitecto Carlos Ferrater y la interiorista Patricia Urquiola.

Mucho han cambiado los hoteles en los últimos años. ¿Quién se acuerda de aquellos anodinos establecimientos playeros que anunciaban como lujo supremo una piscina para chapotear en familia? Aún no había nacido la infinity pool. Tampoco se estilaba el spa; entonces se llamaba balneario y eran aguas termales que solicitaba, casi exclusivamente, la tercera edad.

Hasta los años ochenta no existía realmente el turismo rural y apenas estaba germinando la hotelería con encanto que nació como una historia de ejecutivos estresados: “Fulanito de tal y menganita de cual huyeron del mundanal ruido en pos de un sueño tan atávico como el de vivir en el campo”.

Faltaba todavía mucho para el alumbramiento de los Tripadvisor, Trivago y otros aurigas digitales, y tampoco existían aún las agencias de viajes online. El adiós a los precios fijos llegó desde la industria del transporte aéreo y los hoteles comenzaron a aplicar la técnica del yield management o gestión variable de precios. Hoy no se paga lo mismo por reservar el mismo día que con varios meses de antelación o por ocupar una habitación con el hotel lleno que con el hotel vacío. En efecto, mucho han cambiado los hoteles: ¿a quién se le habría ocurrido que una buena señal de wifi llegaría a ser tan codiciada como una buena cama?

1 Le Domaine

Lo último en lujo se vive hoy a orillas del Duero. Allí donde la bodega Abadía Retuerta hizo un tinto antológico —Selección Especial— acaba de abrir un hotel en lo que fue un monasterio del siglo XII. Si el claustro atrapa enseguida al recién llegado, no digamos la fina rehabilitación, con esa escalera minimalista que parece ascender a los cielos y, ya en horas nocturnas, el restaurante asesorado por Andoni Luis Aduriz. ¿Qué más se le puede pedir a un establecimiento incluido en la restrictiva lista de los relais & châteaux? Es ideal un paseo con Álvaro Pérez, cuidador de la finca, un ingeniero agrónomo que se conoce al dedillo cada pámpano, cada roble y cada otero de los que hacen posible estos vinos.

2 Les Cols

Pasaron los años desde que Judit Planella y el estudio de arquitectura RCR idearon estos cinco pabellones de cristal en la antigua masía familiar y, aun así, sigue siendo un hotel único. Ángulos, prismas, tangentes, secantes, hipotenusas... Toda esta geometría no tendría ningún sentido sin las liturgias que practica la propietaria con sus huéspedes. La primera noche que pasé allí no pude dormir de la tensión emocional vivida entre láminas verdiazules de vidrio y butirol mientras la luna rielaba sobre ellas. Judit Planella recibe en un umbráculo apenas amueblado con un aparador de chapa negro sobre el cual residen seis coles que dan nombre al hotel y una docena de velas. En ese instante sabes que este no es un hotel cualquiera.

3 Son Brull

En mi crítica de 2004 escribí que el entonces naciente Son Brull aspiraba a convertirse en uno de los mejores relais & châteaux del mundo. Nueve años después: objetivo cumplido. El lugar era una possessió agrícola desde la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767. En lo que quedaba del antiguo convento, la familia Suau encargó al arquitecto Ignacio Forteza un toque de actualidad minimalista. Aquí no hay siureles, ni telas de llengos, ni otros souvenirs mallorquines. Dormí en la habitación 21 con una bañera en el medio —visión transgresora hace una década— y una logia florentina desde la que contemplar la esencialidad del paisaje.

4 Parador de Alcalá

Raul Urbina

Arquitectura expuesta como muestra de la vanguardia española en el MOMA de Nueva York. Parador de turismo que se significa por su condición histórica, el de Alcalá es un híbrido renacentista y moderno, fruto de la rehabilitación del colegio dominico en el que estudiaron Lope de Vega y Tirso de Molina. Los arquitectos Aranguren + Gallegos entendieron que aquellas piedras nobles no deberían ser eclipsadas por el edificio de nueva planta exigido para el alojamiento turístico y soterraron las habitaciones a fin de que se respetara el skyline de la ciudad complutense. Eso fue lo que premió el museo neoyorquino: el respeto por el tiempo, una reverencia del arte al arte. Lo demás es consuetudinario en Paradores: expectativas que nunca fallan.

5 Almadraba Park

Treinta años después me presenté ante el propietario de este hotel ya convertido en un clásico de la Costa Brava. Jordi Subirós, al verme, exclamó: “Hace años que le estábamos esperando”. No en mi condición de crítico, sino como aquel huésped niño que acompañaba a sus padres durante las vacaciones en la playa de la Almadraba. Ahí seguían, como yo recordaba, el edificio racionalista de balcones escalonados, el estupendo comedor gastronómico y la asombrosa terraza con piscina volada sobre el mar.

6 Barceló Asia Gardens

La cadena mallorquina Barceló ha dado en el clavo de la tendencia entre los hoteles de playa: mucho jardín, mucha cascada, mucha estatuaria asiática... ¡Y qué si se parece a un parque de atracciones! Sus incondicionales se preguntan qué sentido tiene viajar hasta un resort en Asia. Mi estancia redimió alguno de mis prejuicios sobre los hoteles temáticos. A pesar del cartón piedra, el cuidado diseño de los jardines, la sencillez de las láminas de agua y la excelente disposición del personal me hicieron pensar que Benidorm puede ser tan excitante como Las Vegas de Learning from Las Vegas. El hotel pertenece a la marca The Leading Hotels of the World. En román paladino, lo mejor de lo mejor.

7 Almud

El Almud ha sido para mí y para muchos esquiadores asiduos a Formigal una casita de muñecas, un hotelito de piedra y madera que guarda cada invierno la memoria romántica de una chimenea encendida mientras nieva tras los cristales. Perdón, mientras “caen euros”, como suele apuntillar el propietario, Mariano Martín de Cáceres. Hay quienes se han quejado de lo diminutas que son sus habitaciones o de la sobredecoración de sus paredes. No han entendido que aquí el tamaño sí importa. Lo bueno, si pequeño, dos veces bueno.

8 Echaurren

La familia Paniego no necesita presentación. Marisa Sánchez llevó a lo más alto la cocina tradicional riojana cuando heredó el establecimiento que fundó su abuelo en 1861. Sus hijos Francis y Chefe lo han trasladado a la escena internacional con su propuesta vanguardista en El Portal del Echaurren (una estrella Michelin). Cenar allí es una experiencia imprescindible en mis viajes por La Rioja, pero aprecio aún más los paseos por Ezcaray junto a Francis Paniego. No resultó fácil convencerle de que el tránsito generacional aconsejaba un retoque a las instalaciones hoteleras. Pero hoy ya las disfrutamos gracias al talento del estudio arquitectónico Picado & De Blas.

9 Madarin Oriental

Levitación: sensación de mantenerse en el aire sin ningún punto de apoyo. Esto, tan de diccionario, lo viví la primera vez que pisé un hotel de la cadena Mandarin en Hong Kong. Y de nuevo —bajo el embeleso sensorial provocado por el arquitecto Carlos Ferrater y la interiorista Patricia Urquiola— la atención del Mandarin catalán me hizo levitar. En el vídeo publicitario de la cadena asiática, los camareros flotan por encima de los comensales como pompas de jabón. La escena, inspirada en el cine de Zhang Yimou y Ang Lee, me hizo comprender cómo será el servicio hotelero de lujo en el futuro (porque el que no sea de lujo estará operado por robots). ¿Alguien cree que ascender a los cielos es gratis?

10 Alfonso XIII

Incluirlo en la lista puede ser una obviedad, pero confieso haberme sentido impactado por sus azulejos y sus suites tras la última remodelación. Cierto que la iluminación me pareció algo chillona y que el barroco isabelino, desaparecida la pátina, se ha vuelto más exuberante y pretencioso. En cualquier caso, la grandiosidad de este edificio neomudéjar inaugurado en 1929 con ocasión de la Exposición Iberoamericana de Sevilla merecía un bruñido así. Hemingway, Orson Welles, Audrey Hepburn, Rainiero y Grace de Mónaco, así como todas las realezas europeas han buscado acomodo y pasmo en el Alfonso XIII.

11 Hostal de los Reyes Católicos

Un monumento imprescindible en la visita a Compostela, aunque luego no nos hospedemos en él. Según qué temporada, la lista de espera lo hace imposible. Nació como hospital de peregrinos en 1499, por empeño de los Reyes Católicos. La fachada plateresca apabulla en la mismísima plaza del Obradoiro y conviene ponerse en manos de un guía para recorrer su laberíntico interior. Gracias al programa Paradores Museos, me tocó como cicerone el director del hostal, Julio Castro, todo un privilegio. Como el de dormir en la suite del cardenal Quiroga bajo el palio que un día albergó las posaderas de Juan XXIII antes de ser papa. Un roto en el bolsillo por el que vale la pena ahorrar.

12 Palacio Carvajal-Girón

Vive despacio. Así lo quiere (y lo practica) Darío Martínez Doblas. Su padre, Nono Buzo, inició el negocio que ahora sigue el hijo. Esencialidad de sillería, balaustres y corredores claustrales. Un corazón slow que palpita en el silencio de la judería. Darío Martínez Doblas escruta sin cesar las tendencias hoteleras, de ahí los detalles: ducha para dos, menú degustación a buen precio, wifi gratis...

13 Castillo de Gorraiz

Un hotel de familia en las afueras de Pamplona. Pese a la torre seudomedieval que guarda los restaurantes para bodas, se descubre enseguida la proximidad de los hermanos Díez de Ulzurrun para con la clientela. Los tres prodigan una atención plena, un cariño espontáneo y la mejor predisposición a darlo todo. Aquí el verde se expresa en las ondulaciones del campo de golf más exclusivo de Navarra. También en la huerta que llega a la mesa generosa y bien servida. Para completar el cuadro humano, no hay que olvidar a Gorka Berraondo, el director ejecutivo, uña y carne de los Ulzurrun. Porque con mejores o peores camas, arquitecturas más brillantes o impostadas, vistas al bosque o al golf, un hotel es siempre cosa de personas.

14 Atrio

Carles Allende

Este proyecto fue la consagración de los arquitectos Emilio Tuñón y el fallecido Luis Moreno Mansilla como uno de los estudios más finos en el diseño de hoteles. A Cáceres le hacía falta un hotel así para colocarse en el mapa. Sus adalides, Toño Pérez y José Polo, que venían con su estrella Michelin del restaurante Atrio, en otra zona de la ciudad, son unos coleccionistas de arte capaces de trasladar al hotel las obras que había en su casa (Warhol, Scully, Serra, Jacobsen). Aunque su pieza más codiciada es esa botella de Château d’Yquem 1806 adquirida por 20.000 euros en una subasta en Londres que rompieron en su traslado a Cáceres. Los expertos de la bodega francesa salvaron el vino como picasso y como tal está expuesto en el hotel. Su precio: ¡150.000 euros!

15 El Convento de Mave

El talento del arquitecto Jesús Castillo Oli ha obrado en Mave el milagro de rescatar tras los muros otros paramentos originales del siglo XI que darían forma al primitivo cenobio y que, extraídos del olvido, se han vuelto contemporáneos gracias a una arquitectura de la luz. Cada habitación es un homenaje a la luz que nos permite descubrir la piedra a través de los cristales y la rutilancia del agua sobre el acero corten. Dando un paso más allá, este otoño descubrirán la cocina monástica mediante el rescate de viejas recetas, muchas inéditas, que hoy guarda el Archivo de Simancas.

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