Perderse en el laberinto de Borges, en Venecia
Ubicado en la isla de San Giorgio Maggiore, está inspirado en un cuento del escritor argentino
Bajo el cielo límpido de Venecia, dos niños juegan a encontrar la salida de un laberinto enorme: ocupa un área de 2.300 metros cuadrados y lo forman 3.250 plantas de 75 centímetros de altas. Corren felices. Nunca antes habían visto nada igual. Sí, cómo no, solo en los dibujados animados y en videojuegos. Corren. Se pierden.Vagan confundidos. Los chiquillos revolotean en uno de los sitios más tranquilos y hermosos de Venecia: el Laberinto de Borges, en la isla de San Giorgio Maggiore.
Fue construido hace un par de años en esta pequeña isla, que durante siglos fue la morada de monjes benedictinos y hoy es la sede de la fundación Cini. En este sitio tan especial reina el silencio (hasta que llegaron los dos pequeños). En la obra de Borges, el laberinto es un tema recurrente. Un símbolo para representar el miedo y la esperanza, pues cada laberinto posee una lógica para perderse y encontrar la salida.
En el cuento Los dos reyes y los dos laberintos Borges deja clarísimo el concepto. “Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta”…
El laberinto veneciano se inspira en El jardín de senderos que se bifurcan, otro cuento de Borges que cuenta la historia de un chino sabio obsesionado con un laberinto. Desde un pequeño anfiteatro, adyacente, se observa un verdísimo libro abierto, en el cual, desde arriba se lee BORGES, en mayúsculas, por supuesto. Hay presentes otros símbolos recurrentes en la literatura del autor, como los espejos, el tigre, el signo de interrogación, la arena, el bastón...
Este laberinto de la isla de San Giorgio Maggiore es obra del arquitecto británico Randoll Coate, amigo de Borges. Tras la muerte del escritor argentino, en 1986, Coate lo soñó tal y como se puede recorrer hoy en Venecia.
Nunca he estado en el otro laberinto de Borges, en Los Álamos, provincia de Mendoza, Argentina. Y, sin embargo, he de decir que caminar por el de Venecia zambulle al viajero en el universo de Borges del modo que tal vez él hubiera querido.
Los chiquillos encuentran con dificultad la salida. Cuando se reúnen con su madre le dicen: “era muy grande este señor, Borges”.
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