Una isla verde entre los rascacielos de Manhattan
En el parque Bryant se puede patinar sobre hielo, hacer yoga o incluso ver pastar a ovejas
Bryant Park es uno de esos lugares en los que la historia delirante de Nueva York, y de sus estratos, se hace presente. Bajo el tapiz vegetal del parque, localizado en la calle 42 –entre las avenidas Quinta y Sexta–, se esconde algo más que el archivo de la Biblioteca Pública de la ciudad. Un hipotético viaje hacia sus entrañas nos llevaría desde su origen como infraestructura para el descanso eterno (funcionó como cementerio entre 1823 y 1840) hasta su transformación en uno de los principales lugares de ocio para turistas y residentes. Entre un estado y otro, esta porción de terreno convivió con un gigantesco depósito de agua potable –el Croton Distributing Reservoir– que abastecía a la isla en el siglo XIX, fue ocupado por el Palacio de Cristal de Nueva York durante la primera Exposición Universal Americana (1853), contempló la erección del Latting Observatory (el edificio más alto de la época) y sufrió la construcción (y demolición) de una de las primeras líneas de tren elevado. Hoy Bryant Park es un espacio de propiedad pública y gestión privada, en el que se puede, entre otras cosas, ver cine al aire libre, escuchar conciertos de piano o atender clases de yoga de forma gratuita y rodeado por rascacielos.
El Consorcio de Bryant Park, que administra el conjunto, trata de capturar el inconsciente colectivo para ofrecer formatos de entretenimiento a la medida de los neoyorquinos. Uno de los más esperados de la temporada fue hace solo unos días: Wool Uncovered (Lana al Descubierto), una iniciativa comandada por el Príncipe de Gales y que, con el objetivo de “educar a los consumidores acerca de los beneficios naturales de la lana,” prometía una invasión ovina del centro de Manhattan. La hermosa extrañeza que produjo la visión de un rebaño de 30 ovejas pastando bajo el paisaje de torres llevó a los más optimistas a comparar Wool Uncovered con un proyecto de “arte ambiental” e incluso a establecer un paralelismo con la obra Wheatfield-A Confrontation (1982), en la que la artista Agnes Denes plantaba y recolectaba un campo de espigas doradas en un solar baldío de Lower Manhattan. Desgraciadamente, en Bryant Park las ovejas permanecieron recluidas, durante un día, en un redil construido con pantallas acristaladas y de tan solo 12x12 metros.
Pero no hay tiempo para decepciones, en Bryant Park el espectáculo continúa. En pocas semanas se vestirá de invierno y, hasta finales de febrero, cambiará el prado por una pista de patinaje sobre hielo y una versión sofisticada del típico mercadillo navideño. Mientras en el parque, patinadores y compradores deambulan al ritmo hipnótico del capital, los propietarios e inquilinos de los edificios que lo flanquean disfrutan, en la distancia, de las bellas geometrías cambiantes que dibujan las masas en movimiento. Incluso los rascacielos parecen mirar hacia abajo con agrado. No solo porque la actividad frenética de Bryant Park se ha traducido en una revalorización de los inmuebles de la zona –convirtiéndola en una de las más deseadas (e inaccesibles)– sino también porque en este mismo lugar, pero hace casi 160 años, se presentaba un invento fundamental para su nacimiento como tipología: en el interior del Palacio de Cristal y durante una presentación cargada de dramatismo, Elisha Otis se subía a una plataforma elevada para luego cortar el único cable de la que estaba sujeta. No caería al suelo, todo lo contrario. Otis se encontraba sobre el primer modelo de ascensor dotado de un dispositivo de seguridad. Cuatro años más tarde, los elevadores de personas se instalaban en la ciudad facilitando la construcción de ese perfil vertical ahora característico de Manhattan y, también, de Bryant Park.
{ "active": true, "code": "60763", "elementType": "offerExtension", "id": 6, "name": "NUEVA YORK", "service": "tripadvisor" }
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.