Cracovia, pintona y con historia
Marcada por la II Guerra Mundial, hoy es una ciudad apacible y vital. Los museos de ‘La dama del armiño’ y Oscar Schindler, clubes de jazz y recuerdos de Copérnico
Cracovia es y no es una ciudad de cuento. Las calesas tiradas por pulcros caballos, que calzan zuecos y se adornan con pompones, las furgonetas para seis que van desde el Kazimierz a la colina Wawel o desde el gueto a la Puerta Florian, las terrazas rodeadas de geranios donde se come a cualquier hora, conviven con espacios que convierten Cracovia en una ciudad con pulso propio más allá de la oferta turística.
8.00 El gueto y más allá
Si el viajero renuncia a la sobrecogedora excursión a Auschwitz-Birkenau —unas seis horas— donde se muestran gafas, ortopedia, maletas y pelo (que después servía para confeccionar calcetines) de los asesinados en los campos de exterminio; si rechaza la impresión de pisar inhóspitas extensiones sobre las que fueron asesinadas y utilizadas como abono más de un millón y medio de personas provocando una cicatriz en el paisaje, dentro de Cracovia existen opciones para pasar la mañana practicando una modalidad memoriosa o ética de turismo. Del gueto de Cracovia, en un polígono industrial, se conserva solo un pedazo de muro. En la plaza de los Héroes del gueto se simboliza la ausencia a través de una serie de sillas vacías; allí está la farmacia del Águila, a cuyo farmacéutico le dedicó Polanski su Óscar por El pianista.
Cerca, la fábrica de Oscar Schindler, reconvertida en museo, ofrece la posibilidad de vivir a través de proyecciones, objetos, documentos, un tranvía o un simulado andén, la experiencia de ser un ciudadano polaco durante la invasión nazi. En el museo medimos la grandeza de Schindler.
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También el barrio de Nowa Hutta, paradigma de la arquitectura comunista, es objeto de satíricos tours comunistas en coches vintage. Otra alternativa mañanera es acercarse al Museo Czartoryski, donde se exhibe La dama del armiño de Leonardo da Vinci. Y ver lo que hay alrededor: el teatro Slowacki, el Barbicán y la Puerta de San Florián, restos de la muralla en torno a los que se agolpan los pintores. En la colina Wawel se ubican la concurrida catedral, con su campana de Sigismondo y sus innumerables capillas, y el castillo, del que destaca un impresionante claustro, cuyo último piso se sostiene sobre esbeltas columnas dobles. Desde allí, el Vístula ofrece una panorámica no impecable, pero hermosa. Para los letraheridos, de la presencia de Joseph Conrad en Cracovia da fe una placa en la calle de Poselska un poco más arriba del jardín del Museo arqueológico, desde donde se observa un perfil singular del castillo.
12.00 El mercado y los cafés
El gueto no es lo mismo que el barrio judío de Cracovia. El barrio judío se llama Kazimierz y allí tenemos la posibilidad de entrar —los hombres con la quipá— en la Vieja Sinagoga y en la Sinagoga Remuh junto al cementerio judío. La Plac Nowy, con su mercado lleno hoy de barecitos y puestos de comida, está rodeada de cafés como el Barroque o el Singer, cuyas mesas se adornan con las antiguas máquinas de coser. Las calles son animadas, los comercios peculiares y la oferta de restaurantes de cocina hebrea espectacular. En la explanada que se abre frente a la Vieja Sinagoga hay multitud de casas de comida. Por ejemplo Ariel, donde por la noche también suele haber música en vivo. En este barrio rodó Spielberg La lista de Schindler. En el Kazimierz se asientan además otras iglesias católicas como la gótica de Santa Catalina o la de la Roca, de un barroquismo apabullante.
15.00 Sobremesa por la calle Starowislna
Aunque para hacer compras lo habitual es ir a la moderna Galería Krakowska (junto a la estación), o a los laberintos y escaleras del Pasaz (en la calle principal Ulica Grodzka, donde se encuentra El Louisa, un emblemático club de jazz), es recomendable pasear a lo largo de la calle Starowislna: los escaparates son un viaje a otra época, albornoces y modelos de colores chillones, lazos, sombreritos, una forma antigua de entender el comercio. Allí está también la chocolatería Cichowsky, con sus pasteles que parecen de adorno. De camino hacia el centro, esta calle atravesada por los cables del tranvía desemboca en el Planty, el jardín circular que ocupa el espacio de la antigua muralla cuyas torres y puertas inexistentes se recuerdan con una placa conmemorativa. Junto a las sombras del Planty descansan los rojos edificios de la Universidad Jagellónica y la estatua de Copérnico. Cruzando Pildsudskiego se llega a la calle Retoryka,donde se encuentran las psicotrópicas casas del arquitecto Talovsky: en las fachadas, una cabeza de vaca, un animal parecido a una rana que toca la mandolina, rejerías y pentagramas musicales, volutas barrocas, ladrillo visto…
19.00 Una plaza mítica
Aún con luz, en la magnífica plaza de Rynek Glówny —una de las más grandes de Europa—, la basílica de Santa María con su Cristo suspendido, vidrieras y retablo es deslumbrante. En iglesias o en establecimientos como Legendary Wierzynek, también en la plaza, se suelen celebrar conciertos de Chopin a las siete de la tarde. No es ninguna estupidez reservar la noche para recorrer las inmediaciones de la magnífica plaza de Rynek Glówny: las esquinas de su lonja de telas se iluminan con fanales de luz de gas que confieren a la zona un aspecto fantasmagórico que se hace aún más inquietante ante la oscura perspectiva de la calle Kanonicza, donde, entre otros soberbios edificios, destaca el hotel Copérnico.
En Cracovia hay que asomarse a los interiores porque a veces se encuentran patios tan sorprendentes como el del restaurante La campana, también en Kanonicza. Rynek Glówny es un espectáculo a cualquier hora del día: bailarinas, guitarristas virtuosos, un hombre con voz de castrati que canta ópera acompañado por la segunda voz de un niño que aún va en carrito de bebé. Para cenar, en Wesele (Rynek Glówny) es exquisito el strogonow que se sirve dentro de un pan; o Morskie Oko (Plac Szczepanski): el codillo de cerdo marinado, el jabalí con salsa de níscalos, el queso de oveja ahumado, las tortitas de patata o los pierogi de habas son delicias. La cerveza polaca es excelente, pero después de estas comilonas el vodka, en sus múltiples variantes o seco, resulta más digestivo. Con la noche avanzada, Cracovia, ciudad universitaria, se transforma en capital del jazz.
» Marta Sanz es autora de Black, black, black (Anagrama)
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