'Bahala na!' en Manila
Diez pistas para moverse por la caótica capital filipina bajo la filosofía tagala de vivir el momento
Resulta difícil de comprender para cualquier viajero el optimismo vital de los filipinos si sólo se atiende a la trágica historia de su capital y su país. La evolución del archipiélago filipino y en especial, la de Manila, está marcada por catástrofes naturales, invasiones y guerras.
Herida por terremotos, bombardeos, ocupaciones, más bombardeos y reconstrucciones, Manila sigue en pie con una sonrisa gracias, en parte, a su filosofía de vida basada en el Bahala na!: una expresión tagala muy utilizada por los filipinos similar al Carpe diem y que significa algo así como "que pase lo que tenga que pasar". Un hedonismo que sirve también de alivio para soportar el caos del tráfico, la contaminación y el ritmo frenético de una megalópolis que nunca duerme.
Catorce ciudades y tres municipalidades, que conforman lo que se conoce como Metro Manila, y unos diez millones de personas, pueden contribuir a provocar cierto vértigo en el visitante. Pero Manila no es sólo el lugar de paso donde se ubica el aeropuerto que lleva a las paradisíacas islas del país. Esconde una larga lista de rincones que merecen ser conocidos y que EL VIAJERO resume en diez propuestas:
1. Intramuros. Toda visita a Manila debe empezar por Intramuros, reliquia de la ocupación española y prácticamente, el único rincón de la ciudad y del país donde se ve la huella colonial de España. Al margen de nombres propios y apellidos, topónimos y unas pocas palabras del tagalo, no queda rastro de la lengua castellana en contra de lo que se cree.
En Intramuros se conserva esa atmósfera de antigua ciudad española de finales del siglo XIX y, en unos minutos, se puede pasear de un lado a otro del recinto amurallado. La herencia colonial resiste en plazas, calles adoquinadas y la preciosa iglesia de San Agustín. Este templo de interior barroco de 1587, situado en la calle General Luna, contiene la tumba de Miguel López Legazpi, fundador de Manila. La iglesia y su monasterio pueden presumir de ser los únicos edificios supervivientes de la II Guerra Mundial.
Muy cerca, en esta zona, se encuentran también el Palacio del Gobernador y la catedral de Manila, destruida seis veces por todo tipo de catástrofes y guerras y cuya estructura actual se remonta a la restauración del Vaticano de 1958.
2. Parque Rizal. Al sur de Intramuros, a unos diez minutos a pie por la calle Padre Burgos, se ubica el Parque Rizal, una gran zona verde para correr a primera hora de la mañana, almorzar en familia o escapar de la polución y el bullicio manileños. Al final del parque, en la Bahía de Manila, se encuentra el Monumento a Rizal, el héroe nacional de Filipinas que encabezó la sublevación contra los españoles y que fue ejecutado a pocos metros del monolito.
3. Bahía de Manila. Justo al lado del Parque Rizal, la no siempre limpia bahía de Manila ofrece atardeceres de ensueño con el marco del mar del Sur de China. Merece la pena asistir al espectáculo desde el bulevar Roxas, para luego dar un paseo y tomar algo en los numerosos locales de las inmediaciones.
4. Recorrido fluvial. No es una propuesta que aparezca en las guías, pero puede ser una buena idea salirse del camino marcado por una vez. De la dársena de Intramuros parte un barco de transporte de viajeros que navega por el río Pasig para huir del tráfico de Manila, algo que en hora punta es una excelente alternativa.
No es muy común encontrarse con occidentales -en realidad, en Manila no lo es en prácticamente ningún lugar-, pero ofrece un punto de vista alternativo y refleja claramente los contrastes sociales de la ciudad, con abundantes infraviviendas a pocos metros del palacio presidencial de Malacañang.
Al ser un medio de transporte más que un barco turístico, el barco es sólo de ida (para volver hay que bajarse y volver a subirse en el barco que va en sentido contrario) y lo mejor es apearse en la dársena cercana al centro comercial Rockwell.
5. Vida nocturna. Una ciudad insomne como Manila necesita un espacio de ambiente nocturno. Esa zona es Malate, un barrio repleto de cafés, restaurantes, locales de masaje, bares y clubes para salir de noche. La tolerancia de Malate deja también su hueco al ambiente gay, con importante presencia en Manila.
6. Makati, distrito financiero. Pero Manila también es Makati, el distrito financiero e internacional y motor económico de la ciudad. Situado a cinco kilómetros al este de la bahía, Makati marca distancias con la Manila más depauperada.
Rascacielos, hoteles de lujo, sedes bancarias, oficinas de organismos internacionales, cadenas de restaurantes, boutiques y centros comerciales dan una idea de este barrio, una porción de occidente superpuesta en la capital filipina. Si el viajero espera encontrar algún extranjero en Manila, Makati es el lugar.
7. Devoción por los centros comerciales. Es curioso el interés que las compras y los centros comerciales suscitan en los manileños, quizás justificado por la herencia del periodo de influencia estadounidense. Uno de los más grandes se ubica precisamente en Makati: el centro comercial Glorietta. Destaca también el Greenbelt, en el mismo distrito. Pero hay muchos más. Puede ser interesante pasear por alguno de ellos para comprobar esa devoción filipina por el consumismo y llevarse algún recuerdo.
8. Ciudad de Museos. Como toda gran ciudad, Manila también cuenta con una larga lista de museos. Destacan el Museo Ayala (en Makati Avenue), con dioramas sobre la historia filipina y colecciones arqueológicas y etnográficas; el Museo Nacional de Filipinas (en el Parque Rizal), con pinturas de los maestros filipinos como Juan Luna o Fernando Amorsolo; y el Museo Metropolitano (en el Bulevar Roxas), con arte histórico y contemporáneo de Asia, América, Europa y Egipto.
9. Moverse por Manila. El transporte por Manila es un caos. La prisa hay que dejarla en casa porque es prácticamente imposible pensar en llegar a la hora al coger un autobús o un taxi, sobre todo en hora punta. Además, la conducción caótica puede asustar, con vehículos cruzándose de carril casi sin mirar y usando el claxon sin parar.
La insuficiente red de transporte público y el escaso valor de los pesos filipinos hacen que el mejor medio de transporte para el visitante sea el taxi. Sin embargo, conviene tener cuidado con los taxistas al negociar el precio. El mejor consejo para el viajero occidental es que exija al conductor que ponga el taxímetro, a no ser que la carrera sea larguísima, porque en una negociación casi siempre saldrá perdiendo. Si el taxista no accede, bájese y tome otro. Por ejemplo, el trayecto entre el aeropuerto y Makati no debería costar más de 150 pesos (en torno a 2,4 euros).
Otra alternativa son los típicos jeepneys, vehículos todoterreno alargados para que quepa más gente, decorados con muchos colores y motivos, generalmente religiosos, y mucho más baratos que los taxis. En el centro de Manila, también funcionan los tricicles o trikes, que no son otra cosa que motocicletas con un adosado de chapa para que quepan dos o tres personas.
10. Alrededores: No es que Manila carezca de atracciones turísticas, pero resulta casi imprescindible aventurarse a descubrir sus alrededores en excursiones de un día. A 80 kilómetros de Manila -se puede llegar en autobús-, se encuentra Pagsanjan y sus famosas cataratas, donde el realizador Francis Ford Coppola rodó las escenas finales de su película Apocalypse Now. El trayecto, de catorce rápidos por el río Bombongan, se recorre en pequeños botes y es casi seguro que el visitante se mojará, así que mejor llevar ropa para cambiarse. Otros enclaves cercanos de interés son la isla de Corregidor y el Parque Natural de Bataan.
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