Volver a La Habana
Cuba ha reabierto sus puertas al turismo, sin cuarentenas ni restricciones. Regreso al país tras 12 años de ausencia para comprobar lo mucho que ha cambiado la isla donde parece que nada cambia
He regresado a Cuba 12 años después aprovechando que la isla ha vuelto a facilitar la entrada a los turistas. Desde el pasado 16 de noviembre no es necesario hacer cuarentena ni someterse a pruebas PCR al llegar. Ahora basta el certificado covid europeo, tener un seguro de viaje (que ni me pidieron) y rellenar un formulario online con el que se obtiene un código QR. Y nada más, el resto fueron todo facilidades: he pasado pocos controles de pasaporte y aduanas tan rápido como el de la semana pasada en La Habana.
En Cuba hay necesidad de turistas; nuestras divisas son imprescindibles para la siempre exigua economía cubana y 19 meses sin visitantes extranjeros deben de tener las arcas estatales con telarañas. No digo nada del bolsillo de miles de trabajadores del sector, sin ERTES, ni paro ni ayudas.
Ver La Habana casi sin turistas, tomarte un daiquiri acodado tú solo en la barra del Floridita, pasear por la calle Obispo o por la plaza Vieja entre gente local —cuando antes solían estar atestadas de guiris con pantalón corto y camisa floreada— o encontrar mesa en el restaurante o el paladar que quieras a la hora que desees son pequeños privilegios para los primeros extranjeros que hemos asomado el pescuezo por la isla caribeña tras la fase peliaguda de la pandemia. Aunque barrunto que durarán poco: en apenas una semana noté un incremento de grupos de turistas por las calles, sobre todo de rusos. Los canadienses —Canadá es el primer país emisor de turistas a Cuba— también han empezado a llegar a los cayos y las playas.
Muchas cosas han cambiado en Cuba desde la última vez que la visité. Otras siguen como siempre, desde la falta de pluralismo político al absurdo embargo estadounidense. En esta isla todo es especial y, en cierta forma, incompresible. Pasen los años que pasen. Una de las mejoras más significativas es el acceso de los cubanos a internet y a los teléfonos móviles. Eso sí que ha sido una revolución y no la del 59. Dicen que ya hay más de siete millones de terminales en una isla con 12 millones de habitantes y por una tarifa si no barata, asequible, cualquiera puede tener datos en su teléfono. Quienes conozcan Cuba y su realidad saben lo que digo: ver a los cubanos mirando permanentemente la pantalla de un smartphone y tecleando mensajes como cualquier otro ciudadano del mundo enganchado a esa droga es un impacto de tal calibre que haría removerse en su tumba al mismísimo Fidel.
Además, ya se levantó hace tiempo la prohibición para los nacionales de ir a los cayos y a los hoteles turísticos, pueden obtener el pasaporte sin mayores requisitos, se ha agilizado la creación de pequeñas empresas privadas, no solo paladares… En fin, lento, pero algo se mueve en la isla.
Lo que no ha cambado es lo de la penuria y la escasez de bienes. Aunque en realidad es absurdo llamarle escasez o desabastecimiento. Siempre tuve la sensación de que en Cuba hay de todo, solo que gran parte de la población no tiene acceso a ello por sus míseros sueldos. Pero en una tienda de divisas o en un hotel de turistas, encuentras lo que quieras. A precio europeo, claro.
En fin, esto es un blog de viajes y en este periódico hay secciones y analistas más cualificados que yo para hablar de la realidad política cubana. Lo que quería contar es eso, que Cuba vuelve a estar abierta al turismo. Con todos sus encantos y defectos, con todas sus glorias y miserias. Un destino que a mí me enamora y cabrea a partes iguales cada vez que voy, pero que recomiendo vivamente porque es un lugar único.
Unos consejos para quien decida ir: ya no existen el CUC ni la doble moneda. Solo el peso cubano, igual para todos. El cambio oficial en bancos y casas de cambio es de 26 pesos por 1 euro, pero con esa tasa las vacaciones te van a salir más caras que en Suiza. En cualquier esquina te cambian el euro hasta a 85 pesos. Pero ojo, comprueba que no hay billetes falsos, no des nunca por adelantado los tuyos y cuéntalos antes de irte.
Ahora en vez de CUC tiene la MLC (moneda libremente convertida), un engendro que no existe en efectivo y que en realidad es una tarjeta de débito contra una cuenta bancaria en la que los cubanos pueden ingresar divisas extranjeras y pagar luego con ella. Es lo único que admiten en esas tiendas de divisas donde sí hay de casi todo. Yo pude pagar en alguna de ellas con mi tarjeta Visa de un banco español. Imagino que será así en todas.
No me preguntéis por qué, pero el dólar estadounidense, que antes era la moneda de referencia, está ahora de capa caída y en muchos sitios oficiales no lo aceptan. Prefieren euros (mejor para nosotros).
No cruces un océano solo para tirarte siete días en una playa. Cuba tiene ciudades coloniales fantásticas, como La Habana o Trinidad, espacios naturales como los de Pinar del Río, gente maravillosa con la que merece la pena entrar en contacto. Unos paladares donde probar cocina criolla deliciosa. Puedes alquilar un coche y moverte por la isla con total seguridad. Por eso, un combinado La Habana y Trinidad + playa es el viaje perfecto para conocer algo del país.
Y puestos a elegir playa, yo prefiero cualquiera de los cayos a Varadero, aunque este sea más popular y barato.
Si ómicron no lo estropea (nada es seguro en este mundo cambiante de pandemia), Cuba abre sus brazos a los turistas. Si no la conoces, ya estás tardando. Para mí es uno de los destinos más interesantes del Caribe.
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