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Blogs / América
Más se perdió en La Habana
Por Mauricio Vicent
Historias del hotel Nacional (II)

Cónclave en La Habana

La capital cubana fue escenario en 1946 de una histórica reunión de la mafia norteamericana, convocada por Lucky Luciano

Un cuadro de Fidel Castro adorna el gran vestíbulo principal del hotel Nacional.
Un cuadro de Fidel Castro adorna el gran vestíbulo principal del hotel Nacional.Yander Zamora

El Nacional siempre fue un hotel de estrellas y cineastas. Figuras de Hollywood como Buster Keaton, John Wayne, Marlon Brando, Rita Hayworth, Fred Astaire, Walt Disney o Gary Cooper se hospedaron en el establecimiento antes de la revolución de Fidel Castro, y después, a partir de 1979, cuando se creó el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y el Nacional se convirtió en su sede principal, de nuevo empezaron a desfilar por su gran vestíbulo nombres famosos de la profesión, Rober Redford, Francis Ford Coppola, Spielberg, Harry Belafonte, Kevin Costner, entre otros, además de lo mejor del cine latinoamericano y europeo. Cada mes de diciembre, llegado el Festival, al caer la noche los bares y terrazas del hotel se llenaban de tertulias, tragos, besos, bromas y proyectos, y en una de aquellas mesas de madrugada un famoso productor habló de la idea de hacer un documental sobre la mafia en Cuba. Todo el mundo se entusiasmó, y los que sabían algo del asunto le cayeron arriba al hombre: el Nacional tenía que estar en esa historia.

En octubre de 1946, uno o dos meses después de haberse esfumado de Italia, adonde había sido deportado por el gobierno de Estados Unidos, Charles Lucky Luciano apareció en La Habana y se alojó en una suite del Nacional, que la administración del hotel todavía conserva más o menos como estaba para disfrute de curiosos y fans de los cuentos de gánsteres. Era la 211.

Charles Lucky Luciano, tras salir de la cárcel en 1946.
Charles Lucky Luciano, tras salir de la cárcel en 1946.CORTESÍA DEL HOTEL NACIONAL

En sus memorias, dictadas antes de morir de un infarto en 1962, el capo describe así su sensación al entrar al Nacional: “Cuando llegué a la habitación, el botones corrió las cortinas de las grandes ventanas y eché una mirada. Casi podía ver toda la ciudad. Las palmeras me llamaron la atención. Donde dirigieras la mirada había palmeras y sentí como si estuviera en Miami. De súbito, me di cuenta por primera vez en más de diez años que no estaba esposado y que nadie estaba a mi lado, algo que sentía hasta cuando paseaba por Italia”.

Dos mujeres y una niña recorren el bar Vista al Golfo, donde se conserva una de las ruletas del casino.
Dos mujeres y una niña recorren el bar Vista al Golfo, donde se conserva una de las ruletas del casino.Yander Zamora.

Luciano había sido detenido en 1936 y condenado a 30 años de cárcel, pero gracias a su apoyo a los servicios de inteligencia norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial –por contribuir a evitar sabotajes enemigos en los muelles de Nueva York y facilitar el desembarco aliado en Sicilia-, le fue conmutada la pena a cambio de su deportación. En febrero de 1946 Luciano llegó a Italia desterrado, pero desde allí no podía dirigir sus negocios, lo supo de inmediato. De ahí su fascinación por lo que vio desde la habitación: “Cuando miré el Caribe desde la ventana, me di cuenta de algo más; el agua era tan hermosa como la de la bahía de Nápoles, pero estaba solo a 90 millas de Estados Unidos. Eso significaba que prácticamente estaba de nuevo en América”.

Aquel viaje clandestino a La Habana lo había montado su hombre de confianza, Meyer Lansky, que por su condición de judío y no siciliano tenía voz pero no voto en las reuniones de La Comisión, el sindicato del crimen que creó Luciano en 1932 para pacificar las broncas entre las familias y repartirse el pastel de forma más democrática. Lansky, que llevaba tiempo instalado en la capital cubana, había conseguido los derechos del juego en el casino del Nacional además de acotejar sus negocios con otros miembros del hampa asentados en la isla, entre ellos los importantes Santo Trafficante Jr., de Miami, y Amleto Battisti, dueño del hotel Sevilla y de su casino desde 1939. Todos tenían grandes intereses en el turismo y en los juegos de azar, además de buenas conexiones políticas en Cuba, aunque Lansky era el mejor conectado con el hombre clave, Fulgencio Batista, que en 1952 daría un golpe de Estado.

Fulgencio Batista (izquierda) con Meyer Lansky y su esposa, en La Habana en los años cincuenta.
Fulgencio Batista (izquierda) con Meyer Lansky y su esposa, en La Habana en los años cincuenta.CORTESÍA DEL HOTEL NACIONAL.

 En el bar Vista al Golfo, situado en el ala oeste del hotel, con grandes ventanales abiertos al mar, se conserva todavía una de las ruletas del antiguo casino y algunos carnés de los dealers y croupiers que trabajaron en él en los años cincuenta. También hay fotos de Luciano, Lansky, Anastasia y otros legendarios hombres de honor, y uno imagina cómo debió ser aquello en aquellos días.

A Lansky le llamaban el Pequeño -por su estatura, que era inversamente proporcional a su inteligencia-, y fue él quien preparó meticulosamente el viaje del jefe, que tras pasar una semana alojado en el Nacional se mudó a una lujosa casa con jardín en el barrio de Miramar. A iniciativa del Luciano, Lansky convocó a los principales representantes de las bandas el 22 de diciembre en el Nacional, una conferencia que dejaría chiquita a la última gran reunión de la mafia, realizada en Atlantic City en 1929. El día 20 empezaron a llegar los delegados. De Nueva York y Nueva Jersey asistieron Joe Adonis, Albert Anastasia, Joe Bananas, Frank Costello, Tommy Lucchese, Joe Profaci y Willie Moretti, entre otros. De Buffalo, Steve Magaddino, y de Chicago su principal consejero, Tony Accardo y los hermanos Fischetti, Charlie y Rocco, primos y herederos de Al Capone, que ya había salido de la cárcel pero agonizaba en su casa de Palm Beach de una sífilis cerebral. De Nueva Orleans vino Carlos Marcello y de Florida Santo Trafficante, un hombre “serio y duro, y una de las pocas personas con quien Meyer jamás se metería”, al decir de Luciano.

Detalle de la habitación del Hotel Nacional de Cuba que ocupó Charles Lucky Luciano en 1946. En la fotografía, su hombre de confianza, Meyer Lansky.
Detalle de la habitación del Hotel Nacional de Cuba que ocupó Charles Lucky Luciano en 1946. En la fotografía, su hombre de confianza, Meyer Lansky.Yander Zamora.

Por supuesto, también voló a La Habana Vito Genovese, recién salido de prisión y que empezaba a tramar el modo de suceder a Luciano. Por una cuestión de respeto al hombre que renunció a ser el capo de tutti capi para crear La Comisión en beneficio de la organización, todos los delegados llegaron de Estados Unidos con sobres. Fueron 150.000 dólares, que Luciano empleó en adquirir una pequeña participación del casino del Nacional, operación que a la vez servía para justificar su presencia en Cuba si se presentaba algún problema con la ley. Con los muchachos ya instalados en los cuatro pisos superiores del Nacional, Luciano regresó a la suite 211, y la planta del hotel donde se celebraron las reuniones fue cerrada a los demás huéspedes.

El casino del Hotel Nacional en Cuba.
El casino del Hotel Nacional en Cuba.CORTESÍA DEL HOTEL NACIONAL

Ni una sola noticia salió en la prensa, pero si alguien hubiera preguntado, había una razón para semejante reunión: se celebraba para honrar a Frank Sinatra. “Frank era un buen chico y todos estábamos orgullosos de él, del modo en que había llegado al estrellato”, contaría Luciano. “Cantaba en los bares de por ahí y a todos los muchachos les gustaba. Cuando llegó el momento en que se necesitó algo de pasta para poner a Frank frente al público, ellos la pusieron. Tenía un puesto trabajando para la banda de Tommy Dorsey y ganaba unos 150 a la semana, pero necesitaba publicidad, ropa, diferentes aparatos de música y todo eso costaba bastante dinero; pienso que fueron unos cincuenta o sesenta mil dólares. Di el visto bueno para lo del dinero y salió del fondo… Todo eso le ayudó a convertirse en una gran estrella y solo mostraba el agradecimiento al venir a La Habana a saludarme”. Luciano siempre defendió que Sinatra no hizo para ellos ningún trabajo sucio. “Solo daba unos regalos a gente diferente, como una pitillera de oro, un reloj, ese tipo de cosas, pero eso era todo. Por lo que sé, siempre fue número uno y honrado”.

Detalles del hotel Nacional en los años cincuenta.
Detalles del hotel Nacional en los años cincuenta.CORTESÍA DEL HOTEL NACIONAL.

En la conferencia del Nacional había varios temas relevantes. Uno era si entrar de lleno en el negocio de las drogas, como quería Genovese y a lo que Luciano se oponía. Estaba también el asunto de la expansión en Cuba y el problema con Bugsy Siegel y su hotel Flamingo, a punto de inaugurarse en Las Vegas, donde la organización había gastado millones y se anticipaban grandes pérdidas. La mayor parte de los delegados eran partidarios de liquidar a Bugsy por haberles estafado, pero se decidió dar un margen para ver qué pasaba con la apertura (finalmente, Siegel fue asesinado seis meses después en Beverly Hills). Sin embargo, lo que en realidad se estaba dirimiendo en el cónclave de La Habana era algo mucho más importante: el liderazgo de la organización.

“Abrí la reunión expresando mi agradecimiento de que todos hubieran aceptado mi invitación. Y también les agradecí los sobres. Entonces expliqué que ahora estaba de vuelta de este lado del Atlántico y que dirigiría las cosas con mi nombre verdadero de Salvatore Lucania. Les recordé que me llamaran de ese modo y que no usaran el nombre de Luciano ni Charlie Lucky, porque era importante hacer el menor ruido posible”. En sus memorias, afirma que durante aquel encuentro miró a los ojos a Genovese al comentar que él no quería el título de Jefe de Jefes, pues para algo había creado La Comisión. “Anastasia se puso de pie y me dijo: ‘Charlie, perdona si interrumpo. Quiero decir esto delante de todos. Para mi eres el Jefe de Jefes, te guste o no, y me gustaría que si alguien no piensa de la misma manera, lo dijera”.

Genovese le pidió después a Luciano reunirse a solas en la habitación, y allí le soltó que los tipos de Washington ya sabían que él estaba en Cuba y podía haber problemas para todos, por lo que le aconsejaba retirarse y cederle el mando. Pero además, dijo, quería la mitad de las ganancias de Italia. Luciano se volvió loco y se abalanzó sobre él: “Le di en el estómago y en los riñones y cuando cayó al suelo le empecé a patear en la panza. Con cada golpe, le decía que solo era un mierda y una podrida rata napolitana y traidora… Lo golpeé tanto que no pudo salir de su habitación durante tres días”. Terminada la conferencia, en las siguientes semanas Luciano cometió un grave error. Había empezado a salir con una belleza neoyorquina llamada Beverly Paterno, y ambos se exhibieron en el hipódromo, en clubes y restaurantes, hasta que la prensa norteamericana publicó la noticia de la presencia de Luciano en La Habana. En marzo, por presiones de EE UU, fue deportado a Italia.

Lansky, Trafficante y Battisti siguieron en La Habana como si nada, y al Nacional continuaron llegando estrellas de Hollywood. En las paredes de sus pasillos están las fotos, Errol Flynn, Ava Gardner o Spencer Tracy durante el rodaje de El viejo y el mar, también las de Sarita Montiel, María Félix, Jorge Negrete Y Cantinflas. Hasta que murió de un infarto en Nápoles, Luciano soñó con que su vida fuera llevada al cine por el guionista y productor norteamericano Martin A. Gosch. El proyecto al final se frustró porque el Pequeño y otros jefes creyeron que la publicidad les podría perjudicar. Gosch llamó a Luciano y se lo contó, y fue entonces cuando Salvatore Lucania, nacido en el pequeño pueblo siciliano de Lercara Friddi el 24 de noviembre de 1897 y llegado a Nueva York a los nueve años de edad, le pidió a Martin dictarle sus recuerdos, que aparecieron en el libro El último testamento de Lucky Luciano. Tres años antes de su muerte, triunfó la revolución de Fidel Castro y las ruletas de los casinos habaneros dejaron de girar. Un trovador llamado Carlos Puebla dio a conocer por entonces uno de sus grandes éxitos, el estribillo decía: “se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”.

(continuará)

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