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Mayores fuera de la norma

El difícil panorama de pertenecer al colectivo LGTBI y hacerse viejo

Se calcula que en España hay casi un millón de ancianos LGTBI. La mayoría viven solos. Ninguna residencia para la tercera edad contempla la posibilidad de aceptar ancianos LGTBI. El sistema los esconde en los armarios.

Getty

Los viejos no tienen ni sexo ni sexualidad. Nada hace contemplar que, cuando cumplamos muchos años, podamos querer sexo, a tenor de todo lo que ofrece la publicidad y los guiones de las películas. Ya no servimos para procrear. Ya no somos guapos. Se supone que no deberíamos desear o que, al menos, no tanto como para que alguien se plantee que necesitamos un lugar para hacerlo. La mayoría de las personas LGTBI ancianas viven solas. Si tuvieran un sitio en el que sentirse seguras, sin duda, acudirían.

Las residencias de ancianos son todas absolutamente normativas. Los mayores que viven en ellas pueden ser más o menos dispares, pero todos cumplen unas normas. En la mayoría de los centros ni siquiera contemplan la posibilidad de que surjan romances o pueda haber sexo. No permiten que haya visitas entre habitaciones. Como si de un grupo de adolescentes en un campamento se tratara, se niega a los residentes que puedan vivir sus últimos días con la sexualidad que ellos quieran. “¿Tú has visto alguna vez a un negro en una residencia de ancianos? ¿Y a un chino? Pues imagina un gay o una mujer trans. Ni una”. Federico Armenteros es un anciano homosexual empeñado en que nadie obligue a que las mujeres mayores no puedan tener sexo o sean discriminadas por ser LGTBI. Y por eso, hace 10 años, con su esposo, se embarcó en la difícil tarea de encontrar acomodo y lugar seguro a todas ellas. Si todo va bien, en breve podrá abrirse la primera residencias de ancianos específica para personas LGTBI. “No es cuestión de que sean necesarias o no estas residencias, es que es un derecho. Tenemos derecho a envejecer en espacios en los que estemos protegidos. No podemos ser atendidos de manera generalista porque nunca se nos ha considerado dignos de esta sociedad; necesitamos que las personas que nos ayuden sepan cómo tratarnos después de haber sido rechazados sistemáticamente”.

La soledad y el aislamiento son los dos elementos más marcados en las personas de este colectivo, según el estudio Mayores LGTBI Historia, Lucha y Memoria que elaboró la FELGTB en 2019, en el que se analiza cuál es la situación de estas personas ancianas. En todos los aspectos, las personas LGTBI sufren más de lo que sufrimos al envejecer. Fuman más (un 8%), sufren más depresiones (hasta un 32%, en el caso de las lesbianas y las mujeres trans). Súmanle que el 59% de las personas mayores que salió del armario recibió por parte de su familia rechazo, en algunos casos, para siempre. Por edad, pasaron por todo aquello que ocurrió durante la dictadura y que tanto nos marcó. Hasta 1978 no dejó de ser delito no ser heteronormativo y, los ancianos de ahora, han pasado la mayoría de sus vidas sufriéndolo o escondidos en armarios”. La Fundación 26 de septiembre es el gran proyecto de Federico y su marido, con quien hace una década empezó a buscar cómo llegar a abrir la primera residencia para la tercera edad LGTBI.

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La Comunidad de Madrid ha aportado un millón y medio de euros para el proyecto de rehabilitar un edificio sito en Móstoles y convertirlo en esa residencia pionera, el camino hasta llegar aquí ha durado 10 años y hay quien no podrá ver hecho realidad el sueño. Federico se emociona cuando cuenta alguno de los casos concretos:“Supimos de una mujer trans, de noventa años, en una residencia privada. Investigamos mucho hasta ponernos en contacto con ella. Nos conocía, sabía que existíamos. En cuanto supo del proyecto dijo que quería estar con nosotros, pero, el día que intentamos conocerla, para intentar cerrarlo, su familia se negó a que la viéramos”. Federico no sabe la razón, aunque bromea con que muchos ancianos con los que contactan son avisados de que no dejen su herencia a la fundación. “El problema de las residencias es que no se trabaja para la diversidad. Y eso es lo que tenemos que aprender. Tenemos derecho a que nos cuiden sabiendo quiénes somos y cómo sufrimos”. Federico se emociona al pensar que, quizás, antes de lo que parece pudiera estar abierta la residencia: “Nos lo merecemos. Hemos sufrido mucho. De algunos que no aguantaron, tenemos las cenizas para llevárnoslas cuando la residencia esté. Dijeron que querían venirse y allí descansarán. Yo las llevaré a que estén, para siempre, con nosotros”.

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