Hemos crecido con la absurda creencia de que durante la menstruación no se deben tener relaciones sexuales y, sin embargo, hay quien disfruta especialmente con la situación.
Si en el reparto de tareas por la humanidad, al hombre le hubiera tocado padecer una menstruación, los acontecimientos no habrían sido como hemos sufrido. Entre el 10% y el 15% de las mujeres padecen endometriosis que, les cuento, consiste en tener unos dolores salvajes que no te dejan ni respirar, hemorragias que necesitan empapadores, dolores en las relaciones sexuales en cualquiera de sus posibilidades. Si la dolencia androsexual más padecida por los hombres es la disfunción eréctil (uno de cada dos mayores de cincuenta años la sufren) y tenemos la Viagra desde hace 20 años, si los hombres tuvieran la regla habrían buscado un remedio; estoy segura.
La educación sobre la menstruación es nula. En el colegio no se pasa mucho más allá de explicar que es una cuestión biológica que atañe a las mujeres y que influye en que puedas ser madre. Y que gracias al uso de tampones podrás hacer ejercicio, pasear y lucir pantalones blancos ajustados, como rezan los anuncios. Ni de las copas menstruales sabemos apenas. Para Víctor M. Sánchez López, técnico de igualdad y autor de Diálogos masculinos, esto determina la relación de los hombres con la menstruación: "Es curioso, porque hay una frase bastante conocida y utilizada coloquialmente, que es que el sexo cuanto más “sucio” más disfrutable es.
Sin embargo, si preguntáramos a los hombres e hiciéramos una breve encuesta, me gustaría saber hasta qué punto esto es cierto o no. Me da la sensación de que, como en todo, hacemos trampa. Seguro que somos capaces de disfrutar y de excitarnos viendo un vídeo de un bukake y, sin embargo, mostrar un cierto rechazo e incluso asco, viendo cómo nuestra pareja se cambia la compresa, el tampón o la copa menstrual. Plantear tener relaciones sexuales durante la menstruación sería un interesantísimo objeto de estudio, sin duda".
La relación del sexo con la regla es absolutamente personal. Como dice Cristina Redondo, ginecóloga del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid, hay tantas posibilidades que pueden darse como mujeres existen, que tengan sexo y menstrúen. Pero la decisión última solo le atañe a ella. El deseo de ambos se exige siempre, pero la incomodidad que pueda generar la menstruación hace que sea relevante la opinión de ella. "No hay ningún impedimento médico o ginecológico para tener relaciones sexuales con la menstruación. Y aquí englobo todo el sexo, no solo el coito. No le perjudica a ninguno, ni a la mujer que menstrúa ni a su pareja", sentencia la ginecóloga y obstetra. "Es más, tener sexo actúa como atenuante de los dolores de la menstruación por las endorfinas que liberamos en cada orgasmo".
El quid de la cuestión está en el aspecto emocional de los implicados. Hay señoras que se ponen como las motos los días de regla y otras que se sumen en la mayor de las tristezas. "Pocas cosas me gustan tanto como que me echen un polvo cuando tengo la regla, reconoce Elia. "Para mí ha sido primordial haber encontrado una copa menstrual con la que quepa el pene de mi pareja. Hace que no sea incómodo ni para mí ni para él y soy de las que están muy cachondas esos días".
Existen personas quienes capaces son de sacarle rédito hasta a la puesta en escena. MLB es el acrónimo en redes sociales de cierto cocinero con gusto por las sexualidades no convencionales. Sadomasoquismo, en su caso. La regla no lo incomoda. Si su amante gusta de jugar y si tiene la regla, que se prepare: "Follar con la regla saca mi lado más animal. Me pone su calor, me excita sentirla en la penetración". De la regla, le gusta hasta su sabor.
En literatura estamos bastante huérfanas de sexo y regla. Hasta que te topas con el ballenero Guillermo Arriaga, capaz de ponerte cachonda describiendo un polvo con la regla llenándolo todo de sexo del bueno. Salvar el fuego, premio Alfaguara de novela 2020, describe el sexo por purito deseo. Hasta con la regla:
"(...) "Antes quiero hablar contigo de algo. Me está bajando a chorros y no vamos a poder hacer nada", le expliqué. "Desnúdate", ordenó. "OK. Pero de verdad, no podemos más que besarnos y abrazarnos".
Lo sentí deslizarse hacia fuera. "No eso no". Me abrió las piernas y sin más me empezó a meter la lengua. "Por favor, no. Por favor. En serio" repetí sin cesar. Por fin se detuvo. Se irguió y sin dejar de mirarme, metió su índice en mi vagina. Dio vueltas dentro con el dedo y lo sacó empapado en sangre. Me lo mostró y luego comenzó a pintarse rayas en el rostro, como si fuera un rito tribal y primitivo. Al terminar, se lo metió a la boca para chupar la sangre".
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