Infidelidades, abusos, partos de 30 horas y críticas devastadoras: así son las memorias de la mujer que pudo cambiar la historia del rock
La cantante Liz Phair, que puso el negocio de la música patas arriba en 1993, cuenta su vida en 'Historias de terror'. En vez de vengarse del mundo, lo hace de ella misma
Un minuto de solidaridad por todos aquellos músicos obligados a ponerse delante de su ordenador a dar conciertos por Zoom. “¡Son lo peor! Estoy en mi casa, acabo de desinfectar la compra, y ¿tengo que ponerme a tocar? Me siento menos dura, menos cool, nada glamurosa”. Aparte de eso, y de la rabia ciega que siente hacia Trump, Liz Phair no lo ha llevado mal. Pasó la cuarentena en su casa de California con su hijo Nick, de 23 años, que acaba de terminar la universidad. “Me encanta hablar con él, pero me sabe mal. Debería estar ahí fuera y no aquí encerrado con su madre”.
Ella tenía un par más cuando sacó Exile in Guyville, en 1993, el volcado confesional de una chica rubia de los suburbios acomodados de Chicago considerado un disco clave de aquella década. Algunos se quedaron con la frase más famosa del tema Let it loose (“quiero ser tu reina de las mamadas”), otros, otras generalmente, la auparon como médium generacional. “De repente me erigieron en estrella y eso no se encontraba entre mis planes. La realidad es que no estaba preparada, pero también pensaba: ‘¡Oh, vaya, han descubierto que soy más lista que los demás! ¡Todo lo que hago importa!”.
“De repente me erigieron en estrella y eso no se encontraba entre mis planes. La realidad es que no estaba preparada, pero también pensaba: ‘¡Oh, vaya, han descubierto que soy más lista que los demás! ¡Todo lo que hago importa!”.
Ese misma ironía dirigida a su propio ombligo es la que impregna Historias de terror (Contra), el libro biográfico que ha publicado dedicado a las “pequeñas indignidades de la vida”, que incluyen un parto de 30 horas, un divorcio causado por su propia infidelidad o una ruptura con un novio que tuvo un bebé con su exmujer mientras estaba con ella. Todo esto lo cuenta juzgándose a si misma –en la primera historia se acuerda de la vez que ni ella ni sus amigas ayudaron a una chica borracha hasta la inconsciencia en la universidad, lo que le hace pensar en lo mal que iba de sororidad– sin aprovechar para ventilar rencillas.
Ni siquiera reivindica el disco que sacó en 2003, Liz Phair, y que nadie entendió. “La crítica de The New York Times, que escribió una mujer, decía que me recogiera el pelo y me bajara la falda porque tenía más de 30 años. Era ridículo. Odio a la gente que se dedica a avergonzar a los demás. Es una emoción muy poco productiva”. Pitchfork dio a ese disco un 0 sobre 10. El año pasado, el crítico que la puntuó se disculpó con ella. Explicó que tenía 19 años y le salió una “basura condescendiente”. Phair acepta las disculpas con una carcajada: “Yo no tenía nada contra él, pero fue muy mono disculparse. Si lo piensas bien un 0 sobre 10 es bastante gracioso”.
El capítulo que le pidió su editor y que ella se resistía a escribir se terminó titulando Hashtag y es su particular lista de la compra del #MeToo. El universitario que abusó de ella en el instituto, el jefe que la manoseó, el pintor que intentó propasarse, el presidente de una discográfica que le enseñaba porno, el otro que le recomendó que se dejase sobar por los locutores de radio, el tercer presidente que le ofreció 2.500 dólares al mes por ser su amante, los directores de cine y la gente que pensó que, porque escribía canciones liberadas, estaba dispuesta a todo. “Había dejado todo eso en una armario y pensaba que si lo abría, se caerían demasiadas cosas. No quería reencontrarme con esas emociones ni que me vieran así. Pero si a alguna chica le ha servido, ya es mucho”.
También hizo ruido el capítulo que dedicó a Ryan Adams, aunque no le cita. Adams producía un disco de Phair cuando se destapó que llevaba años siendo un terrorista emocional para varias mujeres y que mantenía sexo telefónico con una menor de 15 años. Hace unas semanas, el cantante emitió una carta de disculpas. “Me parece un poco raro que lo haga en público y no en privado. Conmigo no se disculpó, aunque yo quizá no lo necesitaba. Su mujer, desde luego sí. Creo que la gente puede cambiar, que está en el buen camino pero le queda mucho trabajo”. El rencor no está en sus planes.
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