Cinco valles casi desconocidos del Pirineo aragonés
El Pirineo de Huesca ocupa la sección central y más elevada de la cordillera. Un destino famoso y con lugares emblemáticos como Ordesa, Jaca o Aínsa. Pero escondidos entre sus pliegues quedan otros muchos rincones casi desconocidos para el viajero. Estos son cinco de ellos
Con más de 200 picos por encima de los 3.000 metros de altitud, un parque nacional emblemático como es Ordesa, valles tan famosos como el de Tena o el de Benasque y algunas de las mejores estaciones de esquí del país, parece que poco queda por descubrir en el Pirineo aragonés. Craso error. Más allá de estos sitios archiconocidos, existen otros muchos valles laterales y ajenos al trasiego turístico de masas en los que todavía se puede disfrutar de la vida y la arquitectura pirenaica. Estos son algunos de ellos:
1. Barrabés y Baliera, el origen del condado de Ribagorza
Los valles de Barrabés y Baliera, conocido este último también como de Castanesa, forman la porción más oriental del Pirineo aragonés, limítrofe ya con Cataluña, con quién comparten las riberas del río Noguera-Ribagorzana, además de muchos rasgos culturales y lingüísticos. Aunque hoy lleven una vida apacible y arrinconada en esta esquina de la comunidad, ambos fueron parte sustancial del antiguo Condado de Ribagorza, fundado por Ramón I hacia el año 872, tras desgajar estas tierras del condado franco de Tolosa. Dedicados a la ganadería y la explotación forestal, como sigue ocurriendo ahora, con el añadido de una incipiente industria turística, sus habitantes lograron hacer de estos recónditos valles una potencia peninsular en el siglo X frente a la amenaza que suponían las conquistas musulmanas en la llanura. Laspaúles, fuera de los circuitos habituales y rodeado de majestuosas cumbres, desde los 2.500 metros del Turbón hasta los 2.800 metros del Gallinero y los 3.000 metros del Vallibierna, es uno de los pocos pueblos aún habitados en estas alturas. Castanesa, otro núcleo ganadero, cuenta con bonitas mansiones pirenaicas, muchas de ellas restauradas, unas calles tranquilas y empedradas y dos iglesias.
2. El valle del Isábena
El del Isábena es un valle lateral, casi olvidado entre los pliegues prepirenaicos que anuncian a lo lejos las grandes cimas del valle de Benasque. Un colector que desagua en el Esera y que ya en la antigüedad lo recorría una vía romana de carácter secundario. Ahora lo cruza la carretera que enlaza Graus con Castarné a través de pueblos con nombres tan evocadores y extraños como Merli, Esdolomada, Riguala o Rin, topónimos judíos, romanos o visigodos que hablan de un pasado boyante, cuando el valle ocupaba el centro del antiguo condado de Ribagorza. Pero la auténtica joya de esta ruta se llama Roda de Isábena. Cuando el viajero deje el coche en el aparcamiento disuasorio al borde de la colina donde se asienta y se interne a pie por unas calles de guijarros y silencio, restauradas hasta el detalle, comprenderá por qué este pueblo olvidado durante siglos fue seleccionado por los condes de la Ribagorza para establecer una de las primeras y más esbeltas catedrales pirenaicas, eje de cultura y sabiduría sobre el que apoyaron la reconquista de los territorios del sur.
3. El valle de Gistau
La caravana de mujeres que los mozos solteros de Plan organizaron en 1985 para intentar repoblar el valle con mozas casaderas, al estilo de la película homónima de William Wellman (1951), puso en el mapa y en la cabecera de todos los informativos nacionales a este recóndito valle lateral del río Cinca y a su media docena de núcleos habitados, que hasta entonces vivían adormecidos en este rincón de la ganadería y la agricultura. El valle de Gistau, encajonado en un ensanche del río Cinqueta y protegido por las estribaciones de dos grandes macizos montañosos, el del Posets-Maladeta (3.369 metros) y el de Cotiella (2.910 metros), es uno de los más virginales del Pirineo central, donde gracias a un secular aislamiento se mantuvieron vivas tradiciones, formas de vida y tipologías arquitectónicas diferentes a las de los valles circundantes. Tras el periodo de esplendor que el valle vivió en el siglo XVI gracias al comercio con Francia llega ahora una segunda edad dorada con el negocio turístico. Un turismo que busca el disfrute de la naturaleza, de los paseos a pie o de las ascensiones a picos de diversa dificultad aprovechando el excelente grado de conservación del valle, pero que también está contribuyendo a marchas forzadas a cambiar la fisonomía de pueblos como Plan, San Juan y Gistaín. Para acceder al valle de Gistau (Chistau en chistabino, una variante de la fabla aragonesa que aún se usa en la comarca) hay que tomar desde Aínsa la carretera A-138 en dirección a Bielsa y en Salinas de Sin desviarse a la derecha, remontando el río Cinqueta. Una ruta que no estuvo abierta hasta la segunda década del siglo XX y cuya ausencia mantuvo al valle casi incomunicado hasta mucho después de que el progreso llegara a otras zonas de la cordillera.
4. Borau, Aísa y Aragües, los valles escondidos de la Jacetania
Los dos grandes cauces que configuran la porción más occidental del Pirineo aragonés, el río Aragón, que nace en el Somport, y el río Aragón Subordán, que ve la luz en el valle de Hecho, comprimen entre sí otras depresiones menores, orientadas también de norte a sur, que desaguan en ellos. Son los desconocidos valles de Borau, Aísa y el más pequeño de Aragües, zonas de media montaña, olvidadas por los folletos turísticos, que han vivido de la ganadería y la explotación forestal y que gracias a ese arrinconamiento han conservado un tipismo y un encanto natural perdido en otras zonas. No hay que esperar en estos pagos ni paisajes espectaculares con tresmiles e ibones ni núcleos urbanos de postal, pero el discreto encanto de sus perfiles urbanos y medioambientales atrae hacia Borau y Aísa a los amantes de la naturaleza sin agobios, de la montaña si certificado de idoneidad fotogénica y a los hastiados de las masificaciones que se producen con asiduidad en otros puntos más emblemáticos y manidos de la cordillera. Se puede acceder al valle de Borau desde la carretera que une Jaca con el puerto de Somport tomando el desvío hacia Aratorés que hay entre Castiello de Jaca y Villanúa. A cinco kilómetros de ese cruce se encuentra la capital y único núcleo de importancia de este incógnito valle regado por el río Lubierre, con excelentes ejemplos de mansiones de raigambre pirenaica. El valle de Aragües termina a los pies del Bisaurín (2.670 metros), la última gran cima del Pirineo aragonés por Occidente o la primera si se viene desde el Pirineo navarro. Su imponente aspecto, su situación aislada de otras cumbres y la belleza de su entorno atraen a montañeros, escaladores y amantes del esquí de travesía.
5. El valle de Hecho
El río Aragón Subordán riega uno de los valles con mayor identidad cultural e histórica de la Jacetania, el de Hecho, junto con Ansó, la porción más occidental del Pirineo Aragonés. Recorrido ya desde época romana por una calzada empedrada y beneficiado desde tiempos carolingios por los condes aragoneses, que levantaron el gran monasterio de San Pedro de Siresa, foco de cultura y religiosidad de la comarca, el valle de Hecho conserva aún lengua, arquitectura, tradición y festejos propios, favorecido por unos límites geográficos muy definidos y poco accesibles. Hecho, con sus casonas de piedra y teja plana y sus chimeneas troncocónicas, es una de las localidades más genuinas y auténticas del Pirineo aragonés. Más arriba, tras pasar la Boca del Infierno, donde son visibles aún las huellas de la calzada romana, el valle del Aragón Suboirdán vuelve a abrirse para dejar paso a la Selva de Oza, la estampa más original y menos manipulada de un bosque pirenaico. Los macizos de Peñaforca, a la izquierda, y Bisaurín, a la derecha conforman los relieves de un valle en el que las especies, hayas, abetos, serbales, avellanos y pinos, nos enseñan cómo fue la cubierta vegetal de la cordillera hasta hace pocos siglos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.