‘10.000 km’ | Novena semana de confinamiento infantil o cómo sobrellevar la sobredosis de videollamadas
Aún así, es maravilloso cuando con el Zoom se ponen distintos fondos de pantalla, como la playa, y juegan a nadar o a tomar el sol, olvidándose de encierros y pandemias
Hace años, en su opera prima, Carlos Marqués-Marcet retrató el distanciamiento de una pareja (separada 10.000 km) a través de sus conversaciones de Skype. Para una película de 90 minutos está muy bien… pero el confinamiento nos ha traído de golpe y a todas horas la sobredosis de videollamadas diarias y en familia. Y después de nueve semanas y media, en vez de Kim Basinger y Mickey Rourke, parecemos una centralita.
Hablamos con los abuelos cada día porque les damos vidilla (y ellos a nosotros), hablamos con los amigos de la niña porque así mantienen el contacto, juegan y charlan aunque sea a distancia, hablamos con nuestros amigos con hijos para reafirmarnos que estamos todos igual, hablamos con la profesora y los compañeros de clase en sus encuentros semanales (los que tenéis varios hijos escolarizados esto se multiplica de manera brutal), y los que aún conservan el trabajo reciben triple ración de videollamadas laborales.
Y en una cuarentena donde casi no hay novedades, tanta comunicación a veces se siente como una obligación.
Hay constantes que se repiten y el dolor de cabeza nunca falla. La gente grita mucho, pone caras raras al no oír o entender, cuesta respetar el turno de palabra… vaya, es un Congreso de los Diputados en miniatura.
Aún no hemos tenido una conversación decente con alguien que tenga buena conexión, buen sonido, una iluminación que permita verle la cara, o un poco de silencio. ¿Es mucho pedir buenos encuadres sin papada, sin dedos delante de la cámara, sin móviles que caigan, sin ruidos de hacer la cena o sin niños gritando? O sea, lo que antiguamente conocíamos como “llamada telefónica”, cuando solo hablaban dos.
Como estamos siempre en casa, en cada conversación parece que tenemos que salir todos y participar en una conference call, cual presidente en la sala militar decidiendo si autorizará los misiles.
Y ante cada llamada, los niños o quieren hablar ellos y van interrumpiendo todo el rato o quieren que cuelgues y empiezan a boicotear la comunicación con más ruido que las típicas obras a las ocho de la mañana.
Por supuesto, todos los teléfonos de la casa están haciendo horas extra y lo más normal es que las llamadas importantes lleguen cuando la niña tiene el móvil en otra habitación y no avisa.
Además, nuestra hija y sus amigas han entrado casi de lleno en la adolescencia. Quieren hablar solas, se llevan el móvil a su habitación y empiezan a tener conversaciones muy graciosas… hasta que se acaba la batería o te borran dos aplicaciones sin querer.
Aún así, es maravilloso cuando con el Zoom se ponen distintos fondos de pantalla, como la playa, y juegan a nadar o a tomar el sol, olvidándose de encierros y pandemias.
Es vital apoyarnos en la distancia y sentirnos acompañados, pero si el coronavirus nos hace valorar los pequeños placeres de la vida, para muchos padres en el top five del ránking estará el silencio.
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