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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Entre lo malo y lo peor

Israel, ante una cuartas elecciones generales en dos años o un Gobierno con un Netanyahu blindado ante sus procesos judiciales

Benjamín Netanyahu.
Benjamín Netanyahu.Ilia Yefimovich/dpa

El fracaso del exgeneral centrista Benny Gantz para formar Gobierno en Israel aboca al país, salvo acuerdo parlamentario de última hora, a las cuartas elecciones generales en dos años. A un ritmo de una convocatoria cada seis meses, la nueva votación supondría un fracaso sin paliativos para sacar al país de una parálisis política de la que el único beneficiario es el primer ministro en funciones, Benjamín Netanyahu, quien trata de evitar a toda costa su procesamiento por cohecho, fraude y abuso de poder.

Finalizado sin éxito el plazo concedido a Gantz —cabeza de una coalición, Azul y Blanco, que quedó en segundo lugar en las elecciones del pasado 2 de marzo pero con opciones de formar Gobierno—, la ley marca que todavía el Parlamento puede elegir un jefe del Ejecutivo siempre y cuando se alcance la mayoría absoluta. Opción posible con un acuerdo entre Netanyahu y Gantz, pero que no está exenta de controversia.

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Todo el trámite ha quedado marcado desde el principio —al igual que en las elecciones anteriores— por la estrategia de Netanyahu de evitar ser juzgado, para lo que utiliza la inmunidad que le otorga el cargo de primer ministro, última razón por la que se resiste a abandonar el puesto. A esto se ha sumado la situación excepcional provocada por la covid-19 que ha dotado al primer ministro de unos poderes muy criticados desde sectores de la sociedad israelí. Otro punto importante y sorprendente ha sido la decisión de Gantz de aceptar la presidencia del Parlamento cuando ya había sido formalmente encargado por el presidente de Israel para formar Gobierno. Una decisión que ha dinamitado la coalición de centro y alejado definitivamente un hecho esencial en la historia de Israel como el que la minoría árabe-israelí —tercera fuerza en el Parlamento— hubiera apoyado, cuando no entrado, en el Ejecutivo.

Las opciones que quedan son muy limitadas y ninguna es la mejor. Por un lado, una nueva llamada a las urnas a una ciudadanía que asiste atónita a un bloqueo sistemático y permanente de la vida política. Por otra parte, un acuerdo entre bambalinas entre Netanyahu y Gantz que contemple una rotación entre ambos en la jefatura del Gobierno. Pero esta opción tiene letra pequeña. El líder del Likud quiere introducir una legislación que impida también el procesamiento de un viceprimer ministro, cargo que él ocuparía cuando no fuera jefe del Ejecutivo. Además, este acuerdo en la práctica sería un respaldo a la política de anexión unilateral de territorios palestinos realizada por Netanyahu y al injusto plan de paz que lanzó junto al presidente de EE UU, Donald Trump. La disyuntiva, pues, es entre lo malo y peor.

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