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Columna
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Confinad a los presos en su propia casa

Con la venia, nuestras conciencias estarán más tranquilas si ellos no corren un mayor peligro de morir entre rejas

Xavier Vidal-Folch
Iñaki Urdangarin, en una de sus salidas para hacer voluntariado.
Iñaki Urdangarin, en una de sus salidas para hacer voluntariado.EUROPA PRESS

Oriol Junqueras, Iñaki Urdangarin y Rodrigo Rato deberían dormir estos días en sus domicilios. ¿Qué tienen los tres, y sus amigos, en común? Aunque no les guste verse mezclados en un mismo artículo —pues contemplan, con razón, sus trayectorias como contradictorias— están juntos en la realidad. Al menos porque cumplen, por razones muy distintas, largas penas de prisión en nuestras cárceles.

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Y porque comparten otras realidades. Una es que las causas de sus condenas son graves, pero no hasta límites irreconducibles. No son delitos de sangre como un asesinato, o violaciones y similares crímenes de violencia sexual especialmente repugnantes: quiebras, en suma, de la legalidad, de un perfil que pondría a sus conciudadanos ante un peligro inminente y gravísimo, con alarma social. Otra es que disfrutaban hasta ahora de permisos específicos para trabajos o acción social en el exterior, y el confinamiento por el coronavirus los ha abortado, agravando su penalidad, al vedarles las salidas periódicas de la cárcel.

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Con el agravante del mayor peligro de contagio que se experimenta en prisión, y pues, la rebaja en la calidad, alcance e intensidad de su derecho a la vida e integridad física. En cuanto confinados, todos vivimos peor, pero ellos, súbita y doblemente peor. Así lo ha subrayado la OMS, al pedir a los Gobiernos “alternativas a la prisión ante el efecto del Covid-19 en las cárceles”.

Las medidas de excarcelación —ya temporales, ya definitivas— no son extemporáneas ni extrañas en países de muy distinta arquitectura liberal. Por razones de salud pública, para evitar la propagación del virus y para proteger a los presos, la República Federal de Alemania suspendió el 14 de marzo, durante cuatro meses, las penas de prisión por multas impagadas. Por idénticos motivos, el rey de Marruecos, Mohamed VI, acaba de indultar, enviándolos a casa, a 5.654 presidiarios. En este caso se han seleccionado según “criterios humanos” y “objetivos” como “su edad, salud precaria, duración de la pena y buena conducta”, según el Ministerio de Justicia (L’ Economiste, 5 de abril).

Todos los presos españoles citados más arriba, y muchos otros, comparten el criterio clave de la buena conducta, sin el cual no habrían disfrutado de permisos. Y ya no alarman a nadie sereno, no pueden destruir ninguna prueba, no es muy verosímil que reiteren sus acciones pasadas, ni nada probable que se fuguen. Y con la venia, nuestras conciencias estarán más tranquilas si ellos no corren un mayor peligro de morir entre rejas.

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