Baile, tragedia y todos los famosos del mundo: la desconocida historia de Régine, “la reina de la noche”
Régine Zylberberg tuvo un imperio de discotecas, bailó con las celebridades, superó varias tragedias y a los noventa años publica un recopilatorio y ve como Netflix se interesa por llevar su vida a la pantalla. Aviso: necesitarán unas veinte temporadas
Probablemente el nombre de Régine Zylberberg (Bélgica, 1929) no le suene demasiado. Pero si les decimos que fue ella quien inventó la discoteca tal y como la conocemos hoy, que le enseñó al duque de Windsor cómo bailar el twist, que se marcó algún tango con Chaplin, que colaboró en su carrera musical con Gainsbourg o Aznavour, que fue uno de los primeros iconos gais y que –aquí viene el dato definitivo– Netflix está estudiando la posibilidad de hacer una serie sobre su vida, quizás la tal Régine le parezca el personaje más fascinante del mundo.
De Jane Fonda dijo: “Tiene un cuerpo de ensueño y la cirugía es algo formidable. A mí me gustaba su padre”. De Steve McQueen que era uno de sus mejores amigos. De Frank Sinatra que era un tocapelotas. De Jacques Chirac, que su voracidad sexual no tenía límites
Lo es.
Esta cantante y empresaria, que cumplió 90 años el pasado diciembre y publica ahora una caja integral con todos sus éxitos (De la p’tite poule à la grande Zoa), puede presumir de tener una vida en la que no ha faltado de nada. En su infancia se escondió de los nazis, tiene fotos con Grace Jones, Warhol, Harrison Ford, Stallone, Michael Jackson, Alain Delon, Jane Birkin, Liza Minnelli, Julio Iglesias o Stevie Wonder, su único hijo falleció no sin antes vivir una trágica existencia, en los setenta sacó una línea de ropa de noche con el inequívoco nombre de Ready-to-Dance a la venta en Bloomingdale’s, ha participado en un reality tras fundar un auténtico imperio y sigue proporcionando titulares en cada entrevista que da. El último: “La fiesta también era Françoise Sagan y Barbara haciéndose azotar el trasero por yoqueis”.
Como toda leyenda que se precie, la infancia de Régine (que eligió darse a conocer solo con su nombre de pila habida cuenta de lo enrevesado de su nombre completo: Régina Zylbelberg Choukroun) está plagada de contratiempos. De familia judía polaca, madre ausente y padre jugador (perdió al póker su panadería), Régine recuerda su infancia vagando de internado en internado antes de conseguir esconderse en un convento en zona libre durante la ocupación.
En una entrevista en 2014 para la revista Gala recordaba: “Estuve dos años en un convento transformado en refugio para ancianos. Así que sí, almacené mucho dolor. Pero siempre seguí riendo y bailando. Nunca perdí mi buen humor. Durante el éxodo, por ejemplo, improvisé una pista de baile: hice un círculo alrededor de un árbol y no dejaba entrar ahí más que a los que yo elegía…” Una infancia precaria que, según ella, inspiró al mismísimo Romain Gary (aka Émile Ajar) para su célebre libro La vie devant soi [La vida por delante].
Pero Régine, que siempre hizo lo que quiso (a las 19 años y medio ya estaba divorciada), pronto inició una carrera musical que, aunque no muy extensa en el tiempo, sí lo fue en intensidad. Suyas son algunas de las canciones que media Francia se sabe de memoria. La otra media es demasiado joven. La famosa Les petits papiers, compuesta por Gainsbourg, se estudia en los colegios. “Forma parte del patrimonio de la canción francesa”, se pavonea siempre Régine.
Para ella compusieron todos los grandes del momento: desde Gainsbourg hasta Aznavour, Henri Salvador o Barbara. A Gainsbourg siempre lo ha recordado como “un gran amigo, un gran hombre”, contrariamente a otras mujeres que trabajaron con él como Catherine Deneuve o Lio. A este respecto, declaraba en una extensa entrevista en Pure Charts en 2015: “¿A quién demonios le interesan Lio o Catherine Deneuve? ¡Nos la suda lo que piensen!”.
Entonces, ¿por qué dejar el mundo de la canción para dedicarse por entero al de la noche? Lo explicaría muy bien, en su afilado registro, en una entrevista concedida a Gala: “¿Qué por qué no renuncié a las discotecas? Porque me permitían ganarme muy bien la vida. Ver a mis artistas deprimidos, casi al borde del suicidio, porque no tenían ningún éxito en la radio o ninguna película en cartelera me hizo reflexionar. No era el tipo de vida que me correspondía. La noche, sí. Recibir gente, darles momentos de alegría y de buen humor, propiciar los encuentros, promover las amistades, eso sí, eso me llenaba”.
Así, tras regentar algún pub como Whisky à Gogo, en 1957 funda Chez Régine que pronto se convierte en el lugar de encuentro de la noche parisina. A partir de ahí, Régine comienza un imperio que llegaría a tener 23 clubes en tres continentes. Lagerferd diría que ella “simplemente inventó el night clubbing”. Y no andaba en absoluto desencaminado.
Régine se lo inventó casi todo en el mundo de la noche. Podría decirse que la discoteca moderna es creación suya. Suya fue la idea de sustituir las máquinas juke-box (en la que cada uno ponía la canción que le apetecía) por pinchadiscos para evitar esa manía tan de la época de que algún pesado pusiera el mismo tema cinco veces seguidas destrozando el ambiente de la sala.
Suya fue la idea de hacer fiestas temáticas (Barbarella, año nuevo ruso, noche marroquí o un concurso presidido por Warhol quien, por cierto, acudía cada noche a grabarlo todo con una de sus minúsculas grabadoras). Y suya, sobre todo, fue esa estrategia de restringir la entrada creando un empeño voraz por estar ahí. Lo contaría en su libro de memorias Gueule de nuit (2018): “Para que viniera la gente, empezaba rechazando a unos cuantos. Eso generaba deseo. Ponía una alfombra roja y filtraba con muchísima severidad quien entraba y quien no”. Un método tan terriblemente eficaz que ha llegado intacto hasta nuestros días.
De hecho, uno de los primeros damnificados de esta cruel criba fue el mismísimo Jagger. Cuenta el Women’s Wear Daily que a Jagger no le dejaron entrar en la apertura del Régine en Nueva York (en el año 72) por llevar chaqueta y zapatillas –visionario él– en lugar del requerido traje oscuro para caballeros. Pero que nadie piense en una cuestión de puro elitismo. Otra de las innovadoras apuestas de Régine fue la de confiar en que el éxito estaba en la mezcla. Aquello de que los anónimos fueran a ver a los famosos. A falta de dinero, lo único que se requería era personalidad y ser divertido. Entre esos ‘anónimos’ habituales, por cierto, se contaba un por aquel entonces desconocido Karl Lagerfeld.
Pero no sólo Jagger. A los clubes de Régine acudía todo el mundo. Desde Onassis a Saint Laurent pasando por Dalí, María Callas, Audrey Hepburn, Ava Gardner o José Luis de Vilallonga (quien decía que el Régine de París era “una colonia de leprosos para los más privilegiados”). Con ese nivel de conocidos desfilando noche tras noche por sus establecimientos no es de extrañar que Régine haya acumulado anécdotas jugosas.
Demos gracias a su proverbial generosidad a la hora de contarlas en entrevistas o en libros. De Jane Fonda dijo: “La conocí cuando tenía 18 años, por aquel entonces estaba casada con [Roger] Vadim. Siempre ha hecho mucho deporte. Tiene un cuerpo de ensueño y la cirugía es algo formidable. A mí me gustaba su padre Henry Fonda. ¡Me gustaba más que ella!”.
De Steve McQueen que era uno de sus mejores amigos, de Frank Sinatra que era un tocapelotas, de Jacques Chirac que su voracidad sexual no tenía límites. Asegura que mantuvo un apasionado aunque brevísimo affaire con Gene Kelly, que estuvo prometida con "el torero más famoso de la época", que tuvo algo con Robert Mitchum y que ella fue la responsable, en 1960, de haberle presentado a un nerviosísimo Johnny Halliday su gran ídolo: Elvis Presley. Y es quizás la única que ha osado decir que conoció a Amanda Lear cuando era un chico.
Régine era la indiscutible reina de la noche, apelativo, que por cierto, ella detestaba. Prefería que la llamaran ‘anfitriona’. Y era también una de las mujeres más famosas del momento. En una anécdota recogida por el New York Magazine, Diane von Furstenberg contó en alguna ocasión que voló con ella a París en el Concorde y fue a la única a la que no le pidieron mostrar el pasaporte en la aduana. “Simplemente le dijeron: ‘Bonjour, Madame Régine”.
Una fama y un imperio nocturno que Régine construyó alejada de las drogas y el alcohol. Cuando en una entrevista en Paris Match le preguntaron al respecto, ella respondió: “¡No soy como todo el mundo! Detesto el alcohol. Seguramente por culpa de mi padre que bebía mucho”. Respecto a las drogas, siempre fue tajante: no soportaba a la gente que las tomaba. “He echado a unos cuantos de mi club por ese motivo”.
De hecho, quizás eso explique que a principios de los noventa, el Régine cerrara sus puertas. Studio 54 le había ganado la batalla. Según cuenta el New York Magazine, consumir cocaína encima de las mesas no estaba bien visto, no se suministraban quaaludes a las estrellas de cine (práctica habitual en Studio 54, según cuenta la leyenda), ni los camareros iban sin camisa. Los tiempos habían cambiado y la gente quería otra cosa.
Su mundo era otro. Tanto que fundó en 1984 SOS Drogue International, una enorme asociación antidroga. En cualquier caso, para ella, la noche acabó hace tiempo. “A lo de ahora no se le puede llamar noche parisina”, se lamentó.
Probablemente el episodio más dramático de la vida de Régine fue la muerte de su hijo Lionel, al que le dedicó el libro À toi, Lionel, mon fils… ("A ti, Lionel, mi hijo", de la editorial Flammarion) en 2010 y con el que parece tuvo una relación complicada. Régine siempre se sintió culpable de no haber prestado suficiente atención a un hijo que reclamaba a una madre ausente. “Me acusaba de interesarme más por mis trapos y por mis fiestas que por él”, escribiría amargamente en la contraportada del libro que le dedicó a modo de reencuentro póstumo. “Le adoraba, nuestra relación era complicada ya que él era muy exclusivo, se mostraba celoso de la noche. No entendí su necesidad de amor y me lo sigo reprochando contantemente. Quería que fuera una madre de verdad. Y no lo fui”.
La historia de Lionel alcanza unas cotas de dramatismo difíciles de superar. Lionel murió en 2006, a los 58 años, víctima de un cáncer de pulmón. Reputado periodista (era reportero de Paris Match antes de cumplir los 18), su vida fue una sucesión de tragedias. Aparte de la complicada relación con su madre, en 1971 se le murió su hijo de once meses en un accidente de tráfico. Se casó en segundas nupcias con Telsche Boorman (la hija del cineasta británico John Boorman), quien falleció en 1997.
Resultado de ese fallido matrimonio, nació Daphné, con quien Régine mantiene una unión muy estrecha. Por si todo este cúmulo de desgracias fuera poco, Lionel volvió a casarse con la artista y empresaria Sylvie Bezançon, previamente casada con Claude Perdriel, uno de los pesos pesados de la industria editorial en Francia. El romance obligó a Lionel a dimitir de Challenges, semanario económico perteneciente al grupo editorial de Pedrier.
Fue por cierto con su hijo con quien protagonizó una de esas aventuras que tan bien definen el espíritu de esta mujer. En un vuelo de American Airlines dirección Miami y desobedeciendo las recomendaciones de la tripulación, se pusieron a fumar. El altercado fue mayúsculo: los esposaron en una escala en Boston y fueron puestos a disposición del FBI por haber perturbado el vuelo. Fianza de 10.000 dólares y una posible pena de 250.000 dólares y hasta 20 años de cárcel. Régine, a su vez, amenazó con denunciar por violación de los derechos humanos. Finalmente, la cantante fue absuelta y su hijo obligado a abonar 3.000 dólares a la compañía aérea.
Con semejante historial (famosa es su historia de mandar un cactus a un crítico gastronómico de The New York Times que había criticado el restaurante de Régine’s en Nueva York) y teniendo en cuenta su facilidad para soltar perlas, era cuestión de tiempo que Régine acabara donde, en estos tiempos que corren, recalan todas la estrellas veteranas que se resisten a jubilarse: un reality. El suyo fue La Ferme Celebrités. “Era un infierno, repugnante”, diría luego de su paso por el programa. Eso sí, le proporcionó una popularidad inaudita entre los jóvenes para los que se convirtió en la jefa absoluta.
Coleccionista compulsiva de zapatos (tiene 700 pares y todos de tacón), a Régine, como señora absolutamente moderna que es, le horrorizan el pasado, la nostalgia y todo lo que tenga que ver con recrearse en lo que fue. Quizás por eso todo el mundo la ha copiado hasta la saciedad. “Me han copiado en el mundo entero. ¡Tanto que ya no hace falta que salga de gira!”.
Pero si alguien supo capturar a la perfección cómo ha sido la vida de esta increíble mujer fue en un perfil publicado en el New York Magazine en 1977: “Todas sus fiestas son los cumpleaños que nunca tuvo de niña”.
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