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Columna
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Soberanía y onanismo

En qué momento lo mejor que Europa ha dado al mundo se ha convertido en tópicos “buenistas” en el argumentario de políticos y analistas

Máriam Martínez-Bascuñán
Del Hambre

Hace tiempo que la propaganda ultra repite un mantra que no por falso deja de ser menos persuasivo: en 2015, Merkel abrió las fronteras permitiendo la entrada de los refugiados sirios y, con ellos, la desgracia del pueblo alemán. No importa que, como bien señalaba Carolin Emcke, “las fronteras ya estaban abiertas” y que cerrarlas, precisamente, hubiera provocado una verdadera crisis de identidad en Alemania, cuyo proceso de construcción nacional —aunque esto, aquí, sea difícil de entender— es indisociable de su responsabilidad por los horrores del pasado. Pero también hubiera acrecentado la crisis del europeísmo, esa disposición cosmopolita que Bauman definía como “atracción, admisión, acomodación y asimilación de lo externo”.

Y en estos días en que disparamos niños en la frontera griega, ahora que la fortaleza sur parece interesar de nuevo, tan bélicamente, a nuestras autoridades europeas, y cuando los problemas de Grecia son —ahora sí— los problemas de toda la Unión, aparece otro mantra reactivo: “Cuidado con los barbari ad portas”, pues su inclusión podría provocar la subida de la ultraderecha, como ha ocurrido en Alemania. Por lo visto, para librarnos de la ultraderecha debemos convertirnos en ella, asumir su discurso, sus políticas y sus formas: cerrar las murallas y contratar guardas fronterizos armados contra la supuesta invasión de los refugiados. ¿El miedo al ascenso de Le Pen nos hace reaccionar como Le Pen? ¿Qué obtusa desorientación es esa? Más bien preguntémonos en qué momento lo mejor que Europa ha dado al mundo, los discursos normativos, nuestra herencia ilustrada, se han convertido en tópicos “buenistas” en el argumentario de políticos y analistas; desde cuándo se tilda de “naíf” o “elitista” nuestra tradición ética y filosófica, aquella que contempla el mundo a la luz de sus potencialidades y combina imaginación y realismo en la búsqueda del cambio.

Resulta desolador que, en lugar de incidir en los valores auténticamente europeístas, a izquierda y derecha la oferta sea asimilable: la vuelta a un inexistente pasado soberano dominado por la lógica del cierre y la protección mercantilistas. Incluso quien se dice de izquierdas empuña el belicoso discurso de la protección de los pueblos, fomentando la renacionalización mientras critica lo sucedido en la frontera griega y las políticas de la Unión. Ese cantonalismo cutre de nuestras izquierdas es una peligrosa emulación de la naturaleza emotiva del autoritarismo que declaran combatir: la afirmación patriótica se hace siempre a cambio de una promesa de seguridad. Es el viejo pacto hobbesiano, el agradecido amor al soberano que nos subordina. De ahí a cerrar filas ante los “extraños”, a convertirse en un solo cuerpo encerrado amándose a sí mismo hay solo un paso. Y en política no hay nada más peligroso que el onanismo.

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