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Columna
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Mira a los ojos de la gente

¿Cómo asumir y defender la acogida de personas que llegan en busca de un futuro mejor?

Jorge Galindo
Un grupo de migrantes llega a Skala Sikaminias (Lesbos) tras gruzar el Egeo desde Turquía.
Un grupo de migrantes llega a Skala Sikaminias (Lesbos) tras gruzar el Egeo desde Turquía.Michael Varaklas (AP)

Nueve años de guerra en Siria y sus consecuencias en las fronteras europeas no han bastado para que los países de la UE encuentren una respuesta equilibrada y solidaria a uno de los mayores retos de las sociedades abiertas: ¿cómo asumir y defender la acogida de personas que llegan en busca de un futuro mejor?

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La posición pragmática considera que la aceptación será mayor si la población nativa espera un beneficio. “Pagarán nuestras pensiones” o “dejaremos entrar a los más formados” son argumentos habituales en esa línea, que tiene un problema de base: le pone un precio implícito a las preferencias de la gente. La sociedad anfitriona podría “vender” su rechazo a cambio de beneficios materiales imposibles de anticipar. Los economistas Nina Boberg-Fazlic y Paul Sharp cuentan en un estudio reciente la historia de los migrantes daneses que llegaban a EE UU en el siglo XIX: nadie adivinó que un grupo de agricultores sin formación iba a cambiar por completo el futuro de sus nuevos conciudadanos porque consigo traían la idea de un separador de nata que multiplicaría la productividad de la industria láctea.

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La posición moralista defiende en cambio que la acogida es un deber ético ineludible. Pero también trae su carga implícita: juzga como malvados a quienes no asumen el deber de acogida como propio, con lo que corre el riesgo de alienar a una mayoría de la sociedad de acogida que parte de fronteras distintas para definir a la comunidad, sus intereses y sus valores. El paternalismo (a veces también hacia el migrante) se vuelve inevitable.

Quizás hay una manera de combinar lo mejor de ambas posiciones esquivando lo peor. Aquí es útil la idea de Paul Collier de reconocimiento mutuo, que debería basarse en el consenso simétrico de un conjunto mínimo de valores. Esta alternativa convierte el deber ético, propio de las posiciones moralistas, en un activo para la sociedad, propio de los argumentos pragmáticos. Un valor que va más allá de lo material, centrándose en la redefinición de la comunidad: será bienvenido quien aporte solidariamente a la vida en común, y no lo será quien no lo haga, así haya nacido en su seno.

Timothy Snyder nos advierte de que uno de los instrumentos más poderosos para las tiranías es la división y el aislamiento de la sociedad en pequeños silos incomunicados. Para empezar a prevenirlo, una buena idea es mirar a los ojos de la gente. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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