_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Chalequerías

Echaré de menos la filigrana de las presillas antiguas, pero me parece que el escuálido cuerpo social ya se harta de tanta estrechez

Vicente Molina Foix
Dos voluntarios participan en una recogida de alimentos en Barcelona.
Dos voluntarios participan en una recogida de alimentos en Barcelona.ALBERT GARCIA

Aprovechando sus últimos días fui a las rebajas con la intención de comprarme un chaleco, prenda a la que me adherí hace décadas, cuando tenían presillas, ese mecanismo regulador que te daba esbeltez y, si ganabas peso, disimulaba el engorde. Pues bien, los chalecos de caballero ya no se venden; otra baja o avance del progreso. Volví frustrado a casa y averigüé; la palabra, según el gran diccionario histórico Le Robert, procede del árabe magrebí galika, de donde pasó al castellano jileco, que en francés se hizo gilet, ya usado en el Renacimiento. Después recordé: en el siglo XIX el chaleco era la pieza intermedia del terno que llevaban banqueros y prohombres de la política, cuando en la Bolsa no había cotización femenina y las mujeres, incluso las de pro, carecían del derecho al voto. Pero el chaleco evolucionó. Damas muy selectas de la Belle Époque se lo ponían, hasta con corbata, en público. Algunas eran lesbianas, otras solo querían expropiar y desactivar la prenda más masculina de la historia del traje. Vino más tarde su versión floreada; a los hippies de ambos sexos les gustaba por la laxitud de su corte y sus amplios bolsillos, ideales para transportar la hierba. Ahora hay una confusión de chalecos. Los toreros lo siguen llevando bajo la chaquetilla de luces, en las pasarelas las modelos no necesitan apretar nada para estar como sílfides, y en mi búsqueda fracasada de los remates me ofrecieron el que sí vende y a mí me sienta como un tiro, el de cazador, acolchado y con plumas dentro, muy llevado, si uno se fija, en los barrios burgueses de las capitales. Aunque la moda imperante es la apropiación del chaleco por el sector Servicios: las trabajadoras de la limpieza, los aparcacoches, el voluntariado joven de las ONG. Chalecos proletarios y humanitarios, que en los campos de Francia y España se hacen protestatarios. Echaré de menos la filigrana de las presillas antiguas, pero me parece que el escuálido cuerpo social ya se harta de tanta estrechez. Hasta que reviente.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_