Los duques de Sussex comienzan a sufrir los primeros recortes
La letra pequeña de su acuerdo de salida de la familia real impide parte de sus planes
-¿Sabes lo más curioso de Europa? Pequeñas diferencias.
John Travolta explicaba a Samuel L. Jackson, en Pulp Fiction, cómo una palabra es capaz de transformar una simple hamburguesa en un manjar.
-¿Sabes cómo llaman al cuarto de libra con queso en París? Lo llaman royal con queso.
El palacio de Buckingham propinó recientemente al príncipe Enrique y a su esposa, Meghan Markle, el enésimo mazazo al prohibirles usar el término royal en su marca registrada de presentación al mundo: Sussex Royal. Y toda la rabia contenida en el comunicado en el que la pareja acataba la decisión sugiere que, por mucho que se presente como un contratiempo, ha sido un golpe bajo. “Aunque ni la monarquía ni el Gobierno tienen jurisdicción alguna sobre el uso del término royal en el ámbito internacional, el duque y la duquesa de Sussex no tienen intención de usar la marca Sussex Royal ni la reiteración del término royal en ningún territorio (tanto dentro del Reino Unido como en el resto del mundo) cuando se produzca la transición en la primavera de 2020”, respondían los duques de Sussex. Un texto de más de mil palabras en el que se comenzaban a perfilar los términos de esa transición y que tenía todo el aspecto de ser un intento de controlar las riendas de un proceso que no ha sido tan suave como hubieran deseado.
La Ley de Marcas Registradas de 1994 del Reino Unido protege en su artículo 4 "palabras, letras o símbolos que pueden llevar a las personas a pensar que su usuario ha recibido recientemente o en el pasado el patronazgo o la autorización real”. Como cualquier disposición jurídica, la interpretación puede ser rígida o flexible y la casuística amplia. La oficina del lord chamberlain (el funcionario de mayor rango al frente de los asuntos de la Casa de los Windsor) ha redactado sus propias guías de interpretación y ejemplos. La lista es previa a que Enrique y Meghan causaran tanto revuelo en la familia real, pero parece pensada para añadir sal a la herida. Ejemplos de uso fraudulento de la palabra royal serían “vajillas, alimentos de lujo, comida orgánica, pastelería, bebidas alcohólicas, ropa, eventos deportivos, exhibiciones, ferias florales y actos turísticos, médicos y de filantropía”, dice el texto. Y añade: “la lista no es exhaustiva”.
Por el contrario, actividades para las que el término no encierra problema alguno serían “servicios financieros o de seguros, doble acristalamiento de ventanas, reparaciones eléctricas, o productos como monopatines, ordenadores, videojuegos o camisetas”.
Nunca un texto legal pudo contener tanta carga de crueldad no intencionada.
El príncipe Enrique y Meghan, interpretan los medios británicos, comienzan a entender en qué consiste tratar “profesionalmente” con el palacio de Buckingham. “Los Sussex entendieron de inmediato la importancia de proteger una marca. Por eso se dieron tanta prisa en registrar Sussex Royal para cualquier uso comercial futuro (incluidos pijamas, según nos han contado)”, escribía Robert Hardman, especialista en asuntos de la realeza, en The Daily Mail. “Difícilmente pueden poner objeción a que la reina y sus empleados, que representan una institución que lleva siglos protegiendo la marca, hayan puesto sobre la mesa unas leyes ya consolidadas de protección de su propiedad intelectual”.
Enrique y Meghan retendrán, como ellos mismos se encargan de recalcar en el comunicado, el título de su alteza real (HRH, en sus siglas en inglés). Pero admiten que no lo usarán en el día a día “porque dejarán de ser miembros activos de la familia real a partir de la primavera de 2020”. El príncipe solo seguirá siendo mayor, teniente comandante y jefe de escuadrón durante los 12 meses que dure el periodo de prueba, después del cual el palacio de Buckingham y los Sussex deberán revisar sus términos y adaptarlos a los acontecimientos. Y la pareja mantendrá el dispositivo de seguridad del que disponen hasta ahora por “el perfil público que supone haber nacido en el seno de la familia real, la carrera militar [del príncipe], el propio perfil independiente de la duquesa y el nivel de riesgo y amenaza que ambos comparten y que ha sido ampliamente documentado en los últimos años”.
Nadie duda de que la capacidad de la pareja para asegurar su independencia económica está más que garantizada, y los expertos que se han puesto a calcular los ingresos que pueden obtener en un futuro inmediato hablan de decenas de millones de euros. No se ha calculado todavía, sin embargo, el lucro cesante que implica un deterioro progresivo de la reputación al que la prensa sensacionalista británica se ha dedicado con empeño desde el primer minuto. “Ese comunicado ha sido la rabia rencorosa de Meghan. Meghan siempre consigue lo que Meghan quiere”, se desfogaba Tom Bower en el programa Good Morning Britain, cuyo presentador, el periodista Piers Morgan, se ha convertido en el azote diario de la actriz estadounidense. Junto a él estaba sentada la periodista Afua Adom, en representación de una prensa liberal que todavía sigue haciendo causa en la defensa de una pareja que ha decidido soltar amarras de las rigideces de la familia real y de una mujer que ha sustituido a Camilla Parker-Bowles, la duquesa de Cornualles, como blanco de todos los ataques.
De momento, van ganando los primeros, que se han regodeado en el escarnio. Hamburguesas, monopatines o camisetas, sí. Para el resto, deberán conformarse con ser Enrique y Meghan. A secas.
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