Gucci apuesta por el espectáculo
El diseñador Alessandro Michele cambia los parámetros de su desfile de Milán para mostrar a los asistentes los entresijos de lo que llama “el rito más importante” de la moda
“A veces piensas: voy a dejarlo todo y dedicarme a otra cosa”. El que habla así es Alessandro Michele, el diseñador que ha convertido a Gucci en una de las firmas más imitadas y rentables; y a sí mismo en uno de los creadores más influyentes de la industria del lujo. Lo hace en la rueda de prensa después de su desfile para la marca italiana en Milán, celebrado este miércoles. Tras su declaración, en la sala se impone el silencio durante unos segundos que parecen lustros. “Yo creía que con 45 años estaría haciendo otra cosa, pero tengo 48 y sigo aquí, porque me apasiona, porque el mundo de la moda es muy poderoso, casi una religión. Y, por eso, quería rendir un homenaje a su rito más importante: el desfile”, concluye el creador. Una vez más, Michele consigue acaparar la conversación de la semana de la moda italiana con una suerte de show deconstruido, en el que invita a los asistentes a participar de todo el proceso previo a un desfile.
Antes de llegar a sus asientos, los 800 convocados tuvieron que atravesar el backstage, donde se maquillaba y peinaba a los modelos, un lugar generalmente de acceso limitado. Aunque el espacio era un poco más holgado y organizado de lo habitual, no se trataba de ninguna performance. O no solo. Los estilistas retocaban los labios y decoraban las melenas de las chicas y chicos envueltos en albornoces blancos, mientras el diseñador se paseaba entre ellas dando indicaciones sobre las sombras de ojos o conversando con el equipo.
Luego, al caer el telón, surgía la pasarela. “Quise que tuviese forma circular para simbolizar el ciclo sin fin de la moda. También para representar que todos formamos parte del mismo circo. Es una especie de comunión entre los que están sobre la pasarela y frente a ella, porque aunque no lo compartas todo, perteneces a ese universo”, continúa Michele. La rueda gira y el espectador puede ver cómo los modelos se van poniendo las prendas con ayuda de los vestidores. Poco a poco se completan los estilismos y aparecen representados algunos de los arquetipos en los que Michele ha insistido a lo largo de sus cinco años en Gucci: la túnica monacal; el vestido de puritana; la pieza lencera con arneses de piel; el abrigo infantil; el uniforme colegial. Las texturas del terciopelo, la seda y la pana se sincronizan en una colección que parece querer condensar y sublimar el legado de sus cinco años al frente de Gucci.
Entre los muchos talentos que tiene Michele hay uno que ni siquiera sus más acérrimos detractores pueden negar. El italiano es capaz de articular sus colecciones en torno a reflexiones complejas —a veces directamente metafísicas— sobre la construcción de género, la sociedad del capitalismo o los límites del sexo, que, al ver sus desfiles, cobran pleno sentido. Y, al mismo tiempo, consigue que, al margen de estas tesis casi filosóficas, sus diseños resulten deseables y entendibles para un público que no está interesado en el inconsciente colectivo de Jung sino en llevar el logo de Gucci en la hebilla del cinturón como quien luce una condecoración.
Los diseños de Michele tienen varios niveles de lectura. Y la firma ha sido lo suficientemente inteligente para no despreciar el comercial en favor del intelectual. O viceversa. Generar ideas y vender bolsos. Y deportivas, sudaderas, abrigos. Hasta barras de labios: concretamente, más de un millón en el primer mes en el que esta línea cosmética se lanzó, según datos de la publicación especializada en moda Business of Fashion (BOF). Una estrategia siempre aderezada con una buena dosis de sentido del humor, ironía, provocación, llámelo equis. Como cuando la firma decidió convocar a los invitados a este último desfile a través de una nota de voz de WhatsApp del propio Michele: sencillo, efectivo y sostenible. Mínima inversión, máximo retorno. Tanto que en los departamentos de marketing y comunicación de la competencia deben estar tirándose de las extensiones.
Llevan cinco años haciéndolo. El éxito de Gucci ha revolucionado la industria del lujo al demostrar que era posible crecer a una velocidad que la mayoría asumía como inviable en el escenario económico actual. Por ejemplo, los ingresos de la marca en el mercado asiático aumentaron un 47% en 2018. El año pasado lo hicieron —solo— un 23%. Mientras en Norteamérica caían incluso un 2% en el segundo cuarto de 2019, según datos de BOF. Mantener indefinidamente Match 5 —la máxima velocidad que alcanzan los cazas de combate— se antoja imposible.
Pero este cambio de ritmo marca también inevitablemente una nueva etapa. Tras su desfile masculino el pasado enero, Michele declaró a The New York Times que estaba preparado para dejar el mundo de la moda. “Quizá un día ya no seré relevante”, reflexionaba. Ese día aún no ha llegado. Tampoco el de Alessandro Dell'Acqua, que celebraba 10 años al frente de Nº 21 con una propuesta articulada en torno al trabajo de la piel, el strass y el punto, sus tres señas de identidad, y donde las siluetas rectas y el patronaje de sastrería clásica dotaban a las prendas de una versatilidad que las hacía aptas de la oficina al cóctel.
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