Mirar a lo lejos mejora la visión
El pánico a lo distinto promueve una cierta renuncia a la transgresión de las fronteras establecidas y por lo tanto afianza el aislamiento mental
El dato es asombroso. Un 90% de los niños y jóvenes chinos sufren de miopía. Las cifras no son demasiado distintas en Corea o Australia. Y después de variados estudios se ha concluido que, además de la exposición constante a dispositivos que obligan a fijar la vista en la corta distancia, el factor clave es la escasez de horas al aire libre. El ser humano, pese a negarlo de manera constante, es dependiente del Sol. La luminosidad del día también preserva la calidad ocular. La miopía complica la visión lejana y establece la perspectiva como algo difuso y aventurado. No es raro que un planeta miope cada vez tenga mayor inclinación por fijar su atención en lo cercano. Quizá tengamos aquí una metafórica explicación del rebrote de los nacionalismos. El pánico a lo lejano y distinto promueve una cierta renuncia a la transgresión de las fronteras establecidas y por tanto afianza el aislamiento mental. En los medios de comunicación se aprecia una disminución intensa de la información internacional en favor de la crónica local y el suceso de cercanía. Desde hace años se sabe que los muertos duelen en función de su pertenencia a un círculo de proximidad.
Sin embargo, cuando la situación política y social de un país se tensa y el ciudadano es expuesto a tan solo dos visiones antagónicas y enfrentadas, posar la vista más allá de las fronteras es un sabio remedio óptico. A los españoles nada nos conviene más que apreciar, por ejemplo, la dramática ruptura social que padecen en Estados Unidos. Habría que remontarse a su guerra civil para encontrar una imposibilidad de tal calibre para acordar su política, recuperar la esencia del parlamentarismo y aspirar a una unión de intereses. Es muy posible que un enfrentamiento así solo favorezca las aspiraciones de un líder como Trump, cuya virtud es la del desafío al rival y la competición visceral. Pero el daño al país rebosará su mandato, como ha sucedido en otros lugares antes ejemplares como el Reino Unido, donde un liderazgo ha requerido para imponerse del enfrentamiento radical de los ciudadanos. Constantemente se nos hace un llamamiento a participar en un circuito cerrado; es entonces cuando más necesario resulta levantar la cabeza y posar la mirada en la distancia.
La repetición por tercera vez de las elecciones en Israel o la alianza en Austria entre los conservadores y el partido verde son también situaciones espejo de las que España puede aprender más de lo que parece. Del mismo modo, lo sucedido en el land alemán de Turingia ofrece otra gran oportunidad de ejemplificar en carne ajena nuestros problemas. Allí el mero apoyo de la ultraderecha ha desacreditado la opción de liberales y conservadores para alzarse con el poder en el bloqueo aritmético. Angela Merkel tiende a menudo a la desaparición y el liderazgo discreto, pero cuando asoma suele hacerlo con enorme capacidad de influencia. Bastó su crítica a beneficiarse de un apoyo así, que tildó de vergüenza imperdonable, y la coalición conservadora corrió a desenlazarse del abrazo venenoso de los ultras. Es un país con memoria. Pese a institucionalizar la condena de su pasado y entonar el perdón por su monstruosa deriva nazi, sabe que tiene el enfermo adentro y no debe jamás permitir el contagio sutil a través de las venas de su sistema democrático. Mirar a lo lejos mejora la visión y el pasado es a veces también una forma de horizonte.
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