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Columna
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La indecencia es rentable

Es un buen momento para dar otra vuelta al mandato de Trump evitando la caricatura

Francisco G. Basterra
Trump muestra la portada de 'The Washington Post' del pasado jueves.
Trump muestra la portada de 'The Washington Post' del pasado jueves. AP

El político demócrata que suceda a Trump en la Casa Blanca está todavía en el instituto. Aún le quedarían cinco cursos por delante hasta que en enero de 2025 el polémico presidente acabe su probable segundo mandato. Por lo visto la última semana en EE UU, la más brillante de su presidencia, no resulta aventurado abandonar toda esperanza sobre el resultado de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, el “Lasciate ogni speranza”, de la Divina comedia de Dante a las puertas del infierno.

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El presidente absuelto por el Senado de abuso del poder y obstrucción del Congreso; el descalabro demócrata incapaz de gestionar los caucus de Iowa y el arcaísmo de privilegiar el colegio electoral sobre el voto directo; la débil participación a la hora de votar, desmintiendo la leyenda urbana del interés de la ciudadanía por quitarse de encima a Trump; el humillante resultado obtenido por Biden en el pequeño Estado de Iowa, el demócrata considerado, por su moderado centrismo, más elegible para ganar a Trump.

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Creo que este es un buen momento para repensar a Trump, considerar con detenimiento su presidencia, darle otra vuelta a su mandato evitando la caricatura. Puede resultar más eficaz para entender su inexplicable éxito y capacidad para que le reboten las críticas de sus adversarios por sus mentiras, su corrupción, su racismo, su pasión por los autócratas y las democracias iliberales. Con el resultado de la erosión de la democracia estadounidense.

En primer lugar, Donald Trump no fue un presidente por accidente, como preferimos pensar. La presidencia de Obama no fue un éxito sin paliativos como llegamos a creer. Hillary Clinton fue una pésima candidata. El millonario neoyorquino entendió antes que sus contrincantes la irritación creciente de una mayoría ciudadana ante la realidad de que un salario normal no servía ya para tener una vida digna.

Trump ha logrado que lo que está bien y lo que está mal no sean ya la brújula de la democracia, borrando las fronteras entre la verdad y la mentira. Ha exportado con éxito su populismo desacomplejado —el Brexit sería el ejemplo perfecto— manejando con astucia la comunicación a través de irritantes tuits, relegando al desván a los medios tradicionales que pierden su calidad de prescriptores, arrollados por la seducción de las redes sociales. Ha cambiado de raíz el tablero político; hasta el proteccionismo comercial con el ‘América primero’, eje de su presidencia, le está funcionando. Su atrevimiento con China es aplaudido.

Absuelto por el Senado, cabe preguntarse si el sistema de control y equilibrio del Ejecutivo ha funcionado y el presidente puede hacer lo que le venga en gana. Lo que funciona es la economía, que vive el ciclo de crecimiento más largo de la historia de EE UU, con práctico pleno empleo. La baza más importante para ser reelegido el martes 3 de noviembre. La presidencia de Trump no es una noria errática, obedece a un guion y tiene método por heterodoxo que nos parezca. La indecencia es rentable. Hoy resulta virtuosa y no solo en EE UU.

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