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Columna
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Una obra con final conocido

¿Los comportamientos inconvenientes de Trump suman suficiente para probar que peligra la democracia en EE UU y meritan su destitución?

Francisco G. Basterra
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el pasado jueves en Florida.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el pasado jueves en Florida.SAUL LOEB (AFP)

Estados Unidos es un país con una historia corta, lo que explica la reverencia hacia sus padres fundadores, autores de la figura del impeachment, solución constitucional extraordinaria para evitar el surgimiento de un déspota, un presidente que confunda su papel con el de un rey. Precisamente el abandono del yugo colonial de la monarquía británica es el acto constituyente de la República americana.

En el Senado se representa estos días una obra para dos personajes; un hombre y una mujer de edades parecidas, un republicano y una demócrata. Su resultado es previsible. El primero, el presidente de EE UU, defiende su inocencia y su irresponsabilidad por su heterodoxa gestión. Como presidente, viene a decir, puedo hacer lo que quiera y no me pasará nada. La estrella de la función, tras el telón, es Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes. Pelosi, una política valiente que hasta el último momento trató de evitar el impeachment, inició el 18 de diciembre el proceso de destitución de Trump, con dos acusaciones: abuso de poder y obstrucción a la justicia; “porque si no lo hubiéramos hecho, piensen en lo bajo que habría caído nuestra democracia”.

Asistimos a un insólito juicio político. Los demócratas pelean para convocar a testigos y aportar documentos con nuevas evidencias. Los republicanos, de momento, se niegan y buscan una absolución rápida de Trump. El primer cargo es abuso del poder presidencial por presionar y coaccionar a una potencia extranjera, Ucrania, requiriéndole una investigación sobre su principal rival electoral, Joe Biden, y su hijo, que le ayudaría en la elección presidencial de noviembre. No hubo nada a cambio, quid pro quo, asegura la Casa Blanca.

Trump y su equipo legal se fuman un puro y niegan la mayor: no hay delito, es un intento desesperado de los demócratas por descabalgar torticeramente a Trump, cuya elección nunca aceptaron. El presidente ejercía su capacidad de dirigir la política exterior con autonomía. Trump y sus abogados buscan una expansión extraordinaria de los poderes presidenciales, limitando el control del Ejecutivo por el Congreso. Deberían ser los votantes y no el Congreso quienes decidan la salida de un presidente.

El segundo cargo es la supuesta obstrucción de la justicia cometida por el presidente al negar al Congreso testigos y pruebas. Pero el presidente se mofaba de sus rivales desde Davos, vía tuit, afirmando: “Tenemos todo el material, ellos no tienen nada”.

El impeachment es un paracaídas constitucional para salvar la república en caso extraordinario. ¿Los comportamientos inconvenientes de Trump, sus mentiras compulsivas, suman suficiente para probar que peligra la democracia en EE UU y meritan su destitución? La representación se acerca a su final y no hay suspense. Absolución por el Senado y a votar el 3 de noviembre.

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