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Columna
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Líbano, el Leviatán ausente

En los últimos días las calles de Beirut han estallado de nuevo en protestas. El malestar responde a una crisis de triple magnitud: económica, política y generacional

Eva Borreguero
Un manifestante posa con una bandera de Líbano este sábado en medio de una nube de gases lacrimóngenos cerca del Parlamento libanés en Beirut.
Un manifestante posa con una bandera de Líbano este sábado en medio de una nube de gases lacrimóngenos cerca del Parlamento libanés en Beirut. NATALIA SANCHA

La libertad, entendida como ausencia de dominación política, social y económica, surge de una sana tensión entre el Estado y la sociedad cuando compiten y colaboran entre sí. Es la tesis de Daron Acemoglu y James Robinson en su libro publicado recientemente, El pasillo estrecho. Recurriendo al símil de la Reina Roja en la novela de Lewis Carroll —para mantenerse en una situación no hay que dejar de correr—, los autores señalan como ambos actores deben avanzar en paralelo, y en ocasiones con oscilaciones pendulares, en una carrera sin ganadores, que redunda en mutuo beneficio: es el “pasillo estrecho”, una posición de equilibrio entre un Estado fuerte y una sociedad capaz de controlarlo. Un espacio que posibilita el desarrollo de la justicia, las garantías individuales, hábitat natural de la democracia. Fuera de este corredor prodigan los regímenes represores, el “Leviatán despótico”. También su contrario, el “Leviatán ausente”: sociedades con instituciones débiles gobernadas desde el tribalismo y la jaula de normas que forman las tradiciones.

Entre los casos históricos que examinan los autores, Líbano destaca como paradigma del “Leviatán ausente”. Un país con 18 credos religiosos reconocidos donde el poder no reside en el Estado, sino en las comunidades. Son estas las que proporcionan los servicios públicos y garantizan la aplicación de la ley. Un país en el que coexisten dos ejércitos, las Fuerzas Armadas de Líbano y el del movimiento chií delegado de Irán, Hezbolá. Donde cada uno de los principales colectivos religiosos —musulmanes chiíes y suníes, drusos, cristianos maronitas y ortodoxos— tiene su propio equipo de fútbol. Los organismos, en los que se encuentran representadas las comunidades, son inoperantes porque cada una de ellas tiene la capacidad de vetar lo que decida el resto. En última instancia, los diferentes grupos sociales desconfían del poder y temen que el Estado sea capturado por los otros: la sospecha de conspiración es permanente. Nos encontramos ante “una sociedad dividida contra sí misma, incapaz de actuar de manera colectiva”.

En los últimos días las calles de Beirut han estallado de nuevo en protestas. El malestar responde a una crisis de triple magnitud: económica, política y generacional. Con un sistema bancario al borde del colapso y unos dirigentes políticos favorecedores de las élites, los jóvenes reclaman el fin de las oligarquías sectarias, la corrupción y la formación de un Gobierno de tecnócratas. Afirman pertenecer a una generación postsectaria, estar hartos de las injerencias extranjeras ¿Triunfarán? La libertad política, apuntan Robinson y Acemoglu, aun estando protegida por la ley, no es un valor logrado a perpetuidad. Su mantenimiento requiere una presión de abajo arriba, de los movimientos sociales hacia los legisladores. Las revueltas de Líbano podrán producir algunas reformas que faciliten la gobernabilidad del país. Pero el encauzamiento hacia el pasillo estrecho requerirá transformaciones mayores de incierto futuro.]@evabor3

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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