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Tribuna
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Por activa y por pasiva

La ley de eutanasia nos librará de la desvergüenza de quienes imponen lo que no quieren para ellos

Jordi Ibáñez Fanés
Manifestación en favor de la muerte digna en Madrid
Manifestación en favor de la muerte digna en MadridCARLOS ROSILLO

Ignoro cuándo esa expresión se convirtió en una coletilla deplorable para decir cosas tan corrientes como que algo se hace “por acción u omisión”, o simplemente “de todos modos”, o “bajo ningún concepto”. La expresión no parece incorrecta, solo que ha llegado a fatigar los oídos empeñados en seguir la política de este país y sus idiolectos, y llama mucho la atención que se use en frases negativas. “No te voy a ayudar ni por activa ni por pasiva” solo puede producir una gran perplejidad en quien espera esa ayuda. Lo más sensato sería responder: “De acuerdo, ¿pero al final me ayudarás o no?”. Aunque, vistos los tiempos en que vivimos, no sería extraño que pronto esa reina de lo zafio y lo tozudo abdicase y le cediera el trono a la más guerrera “por tierra, mar y aire”. Primero no te dan ni agua, y luego te quitan el aire. Es muy lógico.

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Toda esa pequeña disquisición previa, a pesar de hurgar un poco en los modismos de la política, no pretende ser un comentario sobre la situación política actual. Solo sirve para introducir un apunte sobre algo que, con toda certeza en esta nueva legislatura y con este nuevo Gobierno, por fin se definirá en términos de derechos y deberes legales. Me refiero a la muy esperada ley sobre eutanasia, solo frustrada, con el primer Gobierno de Sánchez, por el vicio de la política de no aceptar ni tan siquiera lo razonable si luego resulta que ha de ser un tanto a favor del adversario. Es el espíritu del “ni por activa ni por pasiva” (o su variante “por tierra, mar y aire”). Poco se puede añadir al proyecto de ley que el Partido Socialista manejaba sobre esta cuestión y que presumiblemente se volverá a presentar en las Cortes. Garantizaba hasta la extenuación el derecho del paciente a que nadie le empuje a morir (detalle importante), y al mismo tiempo garantizaba el otro derecho fundamental: que a nadie se le imponga el martirio indeseado de una enfermedad cruel o de una agonía espantosa. Así que una de las pocas certezas (y espero no equivocarme) que la nueva legislatura ofrece es que por fin se aprobará esa ley.

¿Queda con eso resuelto el tema? Sí, y debería, para todos los casos en los que el deseo de acabar con un padecimiento desesperado quedaba al albur de tener cerca a un médico amigo. Para quien sea aficionado a leerse los diarios de sesiones del Congreso de los Diputados, recomiendo mucho que se acuda a la intervención del entonces diputado de Ciudadanos Francisco Igea en la sesión plenaria del 8 de mayo de 2018, por sensible e inteligente, a pesar de que su grupo estaba entregado al “ni por activa ni por pasiva” con el PSOE y a él le tocó defender un sí, pero no. Luego, es verdad, Ciudadanos impulsó una ley de muerte digna en diciembre de aquel mismo año, y por coherencia (no por pasiva o por activa) hubiese debido sumarse al proyecto de ley sobre eutanasia. Este periódico publicó también dos artículos memorables de Jorge M. Reverte, uno de ellos premiado (Una muerte digna, del 3 de febrero de 2008), y el otro, poniendo directamente el dedo en la llaga de la contradicción (Que nos detengan, 4 de abril de 2019). Léanse, o reléanse. En ellos queda dicho lo fundamental, porque se nos recuerda que compasión, empatía, privacidad y sensatez (sensatez humana, ni marciana ni integrista) son aquí los conceptos claves.

Queda por desarrollar la gestión de la muerte digna en términos de protocolos médicos, rutinas clínicas, estándares éticos y avances biomédicos

¿Cabe entonces añadir algo sobre el asunto? Sí, queda todo lo que supone someter ese mundo a la horma de la ley, lo que sin duda era y es indispensable para evitar abusos y desmanes. Y sobre todo: queda lo que el futuro nos depara no ya sobre la casuística cruel del enfermar y agonizar, sino sobre la gestión en términos de protocolos médicos, rutinas clínicas, estándares éticos y avances biomédicos, que abren expectativas a ratos excitantes, y a ratos distópicas (¿o alguien se cree que habrá una sanidad universal para longevidades veterotestamentarias?). Por otra parte, tampoco es descabellado temerse que de la sacralización dogmática de la vida como valor absoluto, a menudo hipócrita y cínica, pasemos a una celebración estilosa de la buena edad para dejar este mundo, y que de la hipocresía de la muerte “cristiana” y sufriente se pase a la no menos hipócrita celebración de la buena muerte inconsciente.

No sé si hacer de aguafiestas es tarea de la filosofía, que ha dicho cosas interesantes, pero también triviales, sobre la muerte y el morirse. La lechuza del crepúsculo no debe comportarse como un vulgar pájaro de mal agüero. Pero no es malo, cuando todo el mundo aplaude, apartarse un poco y mirar qué se aplaude exactamente.

Así pues, viva la ley que por fin esta sociedad se dará para evitarnos la vergüenza de tantos casos cuya exhibición solo servía para poner en evidencia la desvergüenza de quienes prescriben a los demás lo que no quieren para ellos. Pero viva sobre todo la vida indomable, y muera la muerte domesticada. En ese punto no habrá ley, por buena que sea, que nos prescriba cómo vivir y cómo morir si sabemos cómo ser activamente (y si no hay más remedio pasivamente) personas libres.

Jordi Ibáñez Fanés es escritor y profesor de la Universidad Pompeu Fabra. Su último libro se titula Morir o no morir. Un dilema moderno (Anagrama).

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