‘¿Te lo vas a comer? | Cómo calcular las raciones infantiles
Muchos nos preocupamos de la calidad de la alimentación infantil, pero se habla poco de la cantidad que comen los niños, sobre todo cuando sales fuera


Muchos nos preocupamos de la calidad de la alimentación infantil, pero se habla poco de la cantidad que comen los niños, sobre todo cuando sales fuera.
¿Recordáis La jungla de cristal 3, donde Bruce Willis y Samuel L. Jackson tienen que resolver la prueba de los bidones de agua? Creo que ninguno entendimos nunca cómo superaban el reto de Simon, pero da igual: con la paternidad nos ha llegado esa prueba en forma de comida. Porque cuando vas de restaurante con niños, ni Stephen Hawkins es capaz de calcular la ración correcta.
Si pedimos un menú de adulto, irremediablemente va a sobrar comida.
Si pedimos un menú infantil, también. (O quizá no, pero según los rancios y fritos que sean la pasta y los Nuggets de turno, mejor que no se lo acaben).
Y si pedimos a la carta, quizá entonces acertamos con el plato, pero si le sumamos la bebida y el postre -porque siempre quieren postre, eso es una ley universal- nos sale más caro que la cena de adultos.
El proceso normal es que revisemos una y otra vez todas las opciones (qué tormento en ese momento las cartas largas como un catálogo de Ikea) y contrarreloj hagamos combinaciones de posibles menús y cálculos mentales de superdotado para ver por cuánto nos sale la broma… total, para que al final los niños se acaben quejando igual y pierdan el apetito a los diez minutos.
Las razones pueden ser: que la comida tarda y ya les ha entrado el sueño, que está demasiado caliente, demasiado fría, demasiado salada, demasiado aliñada, que tiene salsa de tomate y ellos en verdad querían kétchup…
Al final, para no montar el show ni tirar comida, hay dos opciones: pedir para llevar y cargar las sobras durante varias horas, para luego olvidarlas en el carrito y que se estropee la comida, o hacer de camión escoba y acabárnoslo todo los adultos, que así no hay quien adelgace.
Todo esto, claro, se produce a una velocidad vertiginosa en la que antes de entrar al restaurante los niños están famélicos y a mitad del primer plato ya están llenos pero quieren postre y luego se pondrán a bailar o a jugar de manera sonora y molesta para que los camareros y las demás mesas nos puedan taladrar con la mirada.
Como corolario, lo peor es que justo al salir del restaurante dirán y repetirán que tienen hambre, como si no hubiera habido comida disponible a su alcance durante una hora y media. (Esto además da más rabia cuando se produce en el típico bufete libre, ya sea de desayuno de hotel o de restaurante, donde las cantidades eran casi ilimitadas).
Mi consejo: pedid solo menús los adultos y dadles un poco de todo a los niños, que así no sobra. Y si sobra, al menos te comes lo que te apetecía a ti y no un Frankfurt frío…
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