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De la opulencia, a los refugiados: la historia del Gran Hotel Beira Concebido como un estandarte del lujo, este establecimiento de cinco estrellas encargado por el Gobierno portugués en Mozambique tuvo una vida corta. Una vez cerrado, colgó por primera vez el cartel de completo Isabelle, en su noveno mes de embarazo, vive aquí con su marido y su hijo. Esta es la habitación del Gran Hotel donde nació y creció. Ya no quedan rastros de parqué ni de mármoles preciosos; fueron saqueados inmediatamente después del cierre del hotel. Una madre con su hijo, junto al abismo del primer piso donde en tiempos hubo una gran ventana con vistas al lujoso salón. La inauguración data de 1955. Con una altura de 25 metros repartidos en tres pisos, 116 habitaciones, una terraza con helipuerto, tiendas, peluquerías, restaurantes y bar, el hotel podía presumir incluso de tener la única piscina olímpica de las colonias portuguesas. Este pequeño ecosistema vive de una economía de circuito cerrado. Los puestos de comida salpican el pequeño paseo de la entrada, y hay una sastrería y dos cines, todo bajo el control de siete jefes, guardianes de la autogestión. Una mujer acarrea agua por una de las dos escaleras de la entrada principal. En este vestíbulo en otros tiempos lujoso, todo estaba listo para dar la bienvenida a inversores internacionales y ricos turistas blancos de los países vecinos, Rhodesia (ahora Zimbabue) y Sudáfrica. Carlos pasó su infancia en el hotel. Ahora tiene una casa y trabaja para el ayuntamiento de Beira, y se ocupa del vecindario donde viven los okupas, luchando por conseguir mejores viviendas para ellos. Aquí todos le consideran un referente. El hotel costó el triple del presupuesto previsto, y no dio beneficios; los turistas preferían otras playas o, en el mismo Beira, hoteles menos deslumbrantes y más céntricos. De modo que, en 1963, la Companhia de Moçambique se vio obligada a cerrarlo. Beira es la segunda ciudad de Mozambique, después de la capital, Maputo, por número de habitantes (unos 500.000) y por una economía que, ya desde la época portuguesa, gira en torno al puerto del océano Índico El 25 de junio de 1975, después de que la colonia obtuviera la independencia de Portugal, el Gran Hotel se convirtió en el cuartel general del partido filorruso en el poder, el Frelimo, que aprovechó la descomunal planta baja para reuniones y fiestas, y los sótanos para encarcelar a los opositores. Aquí se encuentra el Gran Hotel Beira. Hoy es un asentamiento ilegal poblado por 1.800 personas, sin ventanas, baños, ni luz, tan agrietado y húmedo que parece que vaya a derrumbarse de repente. Y sin embargo, nació como una joya del Art Déco. Las 116 suites se convirtieron en más de 200 pisos improvisados y los okupas, a quienes los locales llaman watha muno (extranjeros) vendieron todo lo que se podía vender, desde los muebles hasta los marcos de puertas y ventanas. En este edificio se concentran cientos de problemas: alcoholismo, violencia doméstica, tráfico de drogas, y los niños que, jugando, caen a los fosos vacíos de los ascensores o de las cornisas sin parapetos. Helena tiene cinco hijos y vive en el Gran Hotel desde 1992. Perdió a una hija, Fátima, en un accidente doméstico. El padre de sus primeros cuatro hijos era seropositivo y murió en 2008. En 2012 descubrió que tenía tuberculosis y también era seropositiva. Está siguiendo un tratamiento antirretroviral y sus hijos han dado negativo en la prueba del VIH. El cine del Gran Hotel: una caseta con bancos de madera, el techo sostenido por un tronco, una televisión antigua y un reproductor de CD. Katia ha perdido tres hijos: dos gemelos, que nacieron prematuramente, y un tercero que cayó desde el lado opuesto a donde la han retratado. Dado que la estructura ya no tiene parapetos, la caída desde los pisos altos, o en el hueco del ascensor ahora vacío, es uno de los mayores peligros, especialmente para los niños. Un niño prepara sacos de carbón que sus padres venderán. La recepción del hotel se inunda constantemente en la temporada de lluvias. En tiempos estaba amueblada con grandes candelabros de cristal, mármol y mosaicos.