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Columna
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La guerra de los botones

Se confirma que hay muertos dolorosos y muertos indoloros. Sucede siempre en los territorios sometidos a religiones trascendentes

David Trueba
Los asistentes al funeral del general Soleimani llevan a hombros el ataúd del fallecido, en Teherán (Irán).
Los asistentes al funeral del general Soleimani llevan a hombros el ataúd del fallecido, en Teherán (Irán).REUTERS

El operario militar que derribó con un misil antiaéreo un avión de pasajeros que acababa de despegar hacia el cielo de Teherán ha declarado que tuvo que tomar la decisión de apretar el botón en diez segundos. La situación era de enorme tensión en la zona, pues se vivía un ambiente prebélico entre Irán y Estados Unidos tras la decisión de Trump de ordenar el asesinato a distancia del general Soleimani. Los drones, los misiles, las defensas antiaéreas, pero sobre todo los mensajes en Twitter, se manejan todos con la felicidad de la distancia. Sí, la distancia es la felicidad, porque causas un daño sin estar en el radio de acción. Se llama teledirigir el dolor, y los expertos en redes sociales ya han dictaminado que la distancia entre el oyente y el emisor provocan en las comunicaciones públicas de nuestro tiempo una mayor agresividad, menor empatía y altas cotas de violencia. La guerra moderna es una guerra distante y fría, a vista de pájaro, del asqueroso dron. Son los muertos los que permanecen cercanos, visibles, sólidamente condenados.

El Gobierno de Irán consideró la ejecución de su general como una afrenta. Movilizó a las masas para proceder a un entierro de Estado. Durante los actos, hubo más de 50 muertos por aplastamientos, tal era el grado de fervor y manipulación. No le dolieron esos muertos, como tampoco los más de 300 que cayeron en las protestas sociales de noviembre por la carestía del combustible y las intolerables condiciones de vida. Se confirma que hay muertos dolorosos y muertos indoloros. Sucede siempre en los territorios sometidos a religiones trascendentes. Unos muertos valen, otros no valen nada. Cada mañana has de levantarte de la cama, mirarte en el espejo y concluir si eres un muerto valioso o un muerto sin coste. Durante tres días el Gobierno de Irán mintió en cada comunicación pública. Primero anunció el bombardeo de una base norteamericana y la muerte de muchos soldados enemigos. Luego se ha sabido que el ataque de respuesta estaba prácticamente telegrafiado con antelación para evitar daños mayores. Después sostuvo que los 176 pasajeros del avión ucranio, muchos de ellos jóvenes estudiantes, eran víctimas de un fallo técnico del avión. Se ocultó que la nave había sido derribada por un misil.

Desde Washington las mentiras han sido constantes también. Ahora se ha sabido que además de Soleimani, los drones ejecutores intentaron acabar con otro líder militar, en lo que ha sido un preámbulo negociador muy típico de Trump. Puñetazo y luego templanza. Los muertos entre medias son como una masa informe sin cara ni ojos, sin retrato oficial ni entierro de Estado. Son esa molestia pegajosa que uno se quita de la suela del zapato con tres restregadas al paso por la hierba, por el bordillo, por la rejilla de ventilación. En la pugna por el poder nuclear nunca se habla de que luego, al final del proceso supersofisticado de enriquecimiento del uranio, siempre hay un señor sentado frente al botón con diez segundos para tomar la decisión. Para emitir mentiras también hay un botón, pero al operario no se le amenaza con la culpa ni con la condena por sus errores, como ahora se amenaza al pobre desgraciado que pulsó el botón antiaéreo. Nadie pedirá la cabeza de quienes apretaron el botón de mentir. A ese lado del botón se vive muy bien. Al otro, se muere con gran docilidad.

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