Miedosa
No debería haber visto las sesiones de investidura. Ahora me cuesta sacar la cabeza de debajo de la sábana
Sé que no es la actitud. Pero tengo miedo. No debería haber visto las sesiones de investidura. Ahora me cuesta sacar la cabeza de debajo de la sábana. Me acuerdo de mi abuela que la mañana del 24 de febrero de 1981 quemó en la bañera libros de Marx y Engels —Zola y Galdós también acabaron en la pira— y citó a sus dos hijos para que arrojasen a las llamas sus carnés del Partido Comunista de España. Al padre de mi abuela se le reventaron los bronquios en el penal de Cuéllar. Por rojo. Por enseñar a leer a los analfabetos con las páginas de El Socialista.Por hacer esa pedagogía que tanto necesitamos y poco se parece al adoctrinamiento de curas que te pronosticaban ceguera si te matabas a pajas, o de monjas que solo veían en ti una perdida si no te mostrabas hacendosa, rezadora, bordadora, sumisa. Las niñas rebeldes, en clase, se comían obscenamente los mocos.
Tengo miedo porque nos dejamos usurpar la cultura democrática y permitimos que nos tiznen la Historia y las historias practicando una equidistancia amnésica: al horror de la guerra le siguieron 40 años de franquismo, acumulación de capitales por parte de familias vencedoras, moral nacionalcatólica, machismo, falta de libertad de expresión, torturas, fusilamientos. En la construcción de esta democracia, siempre perfectible, desempeñaron un papel fundamental esos comunistas —españoles, pero pestíferos— que exudan azufre y quieren llegar al poder para matar religiosas, derogar la propiedad privada y quitar a las personas de bien lo que han ganado con el sudor de su frente. Será una catástrofe que haya un ministro comunista. Sin embargo, el mundo no se acabó cuando pulcros neoliberales, con las artimañas de volátiles ingenierías financieras, dejaron a millones de seres humanos en la calle. A la intemperie. Sin más esperanza que uno de esos subsidios que preconizan partidos que conservan la sensibilidad social: los de izquierdas. Diga a su progenie que esconda su hucha de cerdito. Metan las joyas de la tía debajo del colchón. Tapien puertas de iglesias y sedes bancarias. Pongan protección especial a las familias de los banqueros, aunque quienes nos usurpan cada día la cultura democrática son aquellos y aquellas que dan la espalda a una parlamentaria de EH Bildu cuando hace su discurso en el estrado; invitan al transfuguismo pidiendo socialistas valientes; llaman al levantamiento del Ejército; comparan la situación de España con la Alemania de los campos de exterminio nazi… Esas actitudes inicuas son ataques directos a la democracia —pucherazo, corrupción, golpismo— que ejemplifican la normalidad de una derecha vesánica y violenta. Todo porque un rojerío coaligado llega para corregir una fiscalidad injusta, que a usted le echen del trabajo estando de baja, memoria segada, violencia de género.
Ante estas medidas horrendas nos quedaremos sin inversores y el paro subirá y el país se irá al garete: quizá sea cierto el estribillo de que mandan los mercados y no los he votado, y el barrunto de que Dios es de derechas. Pero es el momento de intentarlo. De hacer pedagogía sin mentiras, con autoridad y sin autoritarismo. Saquemos la cabeza de debajo de la sábana.
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