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Los franceses acaban de descubrir a Iñaki Uriarte y les encanta

El autor asegura que leer al escritor vasco le ha salvado la vida

Por muy alto que pongamos el listón, Iñaki Uriarte, dice el autor, nunca decepciona.
Por muy alto que pongamos el listón, Iñaki Uriarte, dice el autor, nunca decepciona.Carlos de Maqua

“Siempre he pensado que el bostezo era síntoma de paz espiritual”. Esta frase gana en credibilidad cuando la pronuncia el autor de un libro que nunca provoca bostezos, muy al contrario: un libro que hace brincar, bailar de alegría, un libro que se festeja y se trasiega como un chupito de ron Diplomático en el bar Sirimiri de San Sebastián. Iñaki Uriarte es uno de los descubrimientos más importantes del año de la literatura española en Francia (junto a Manuel Vilas); es el regalo de Navidad que me merecía porque me he portado muy bien en 2019 (me temo que no va a poder decirse lo mismo de 2020).

Este vasco-español nació en Nueva York pero vive en Bilbao y se pasea por Benidorm. Es un tío contemplativo cuyo gato se llama Borges. Puede que sea conocido en España, pero aquí acaban de traducir solo sus diarios. En el prefacio, Frédéric Schiffter –otro vasco despreocupado– le compara con Cioran, Chamfort y Pascal: por muy alto que pongamos el listón, Uriarte no decepciona. Este crítico perezoso lleva más un cuaderno de destellos que un diario literario al estilo de Gide o Léautaud.

Leer a Uriarte es como ir de vacaciones con un amigo inteligente, pero nada coñazo. Reflexionar sin abroncar es lo más arduo que se puede hacer

Su lucidez es intensa: “Nunca me acostumbraré al abismo que existe entre el discurso moral que algunos mantienen en público y la deshonestidad con la que actúan en privado. En cambio, me he acostumbrado a que sean mis amigos”. ¿Hace cuánto que no nos encontrábamos con una colección de reflexiones tan agradables? Leerlo es como estar de vacaciones con un amigo inteligente, pero nada coñazo. Reflexionar sin abroncar es lo más arduo que se puede hacer hoy en día.

El título, Bostezar ante Dios, viene de un párrafo magistral en el que Uriarte admira a un hombre que bosteza al volante. Entiende entonces que bostezar es un acto de libertad, de insolencia, un desafío a la eficacia capitalista. Imagina a este hombre bostezando delante de un pelotón de fusilamiento y hasta delante de Dios. No hay nada de blasfemo en ello: se trata solo de desdramatizar, en no importa qué situación.

El bostezo ridiculiza toda contrariedad. Este libro saltarín y retozón (como diría Montaigne) escapa a cualquier clasificación igual que a cualquier pensamiento farragoso. Leed a Uriarte y me agradeceréis que os haya presentado a uno de los últimos hombres honrados de la civilización occidental. Pienso que semejante elegancia no podía tener otra nacionalidad que la vasco-española. Son humanos de un genio particular: han creído en el nacionalismo violento, y después renunciaron a él; su lengua data de antes de nuestra era pero desaparece suavemente; han sido siempre muy de producto local, pero no por ecologismo: únicamente porque su comida es la mejor del mundo.

Una noche que hablaba muy alto en una taberna en la que los jamones ibéricos cuelgan del techo, un lugareño me amenazó: “¡Beigbeder, que no estás en tu casa!”. Por toda respuesta, bostecé. Y seguimos entonces bebiendo hasta el final de la calle y de la noche. Puedo, pues, afirmar sin exagerar que Iñaki Uriarte me ha salvado la vida. Para todos aquellos que dudan de la utilidad de la literatura, aquí va un mordaz desmentido.

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