El ruido que no cesa
Es el momento de explicar la letra pequeña que va a marcar la gestión de los asuntos más espinosos. Y desterrar toda ambigüedad
El año que acaba de empezar va dando sus primeros pasos en un clima desconcertante donde no termina de verse claro hacia dónde se va ni de qué manera se saldrá del atolladero. En lugares muy distantes del mundo las piezas no casan y a ratos se tiene la impresión de que se ha encendido el motor pero que el coche no arranca. Hay una distancia notable entre el ruido de las proclamas y la tozudez de los hechos. Así que se asiste a la misma película, pero el argumento no avanza y no se atisba ningún próximo desenlace. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Hong Kong: las calles siguen llenándose de gente que reclama más democracia, estallan conatos de violencia que protagonizan los sectores más radicales, las fuerzas del orden reprimen las protestas y detienen a cada vez más manifestantes, y la calma regresa durante un tiempo. Pero por grandes que sean las movilizaciones nada se mueve realmente. El conflicto se enquista y, aunque se pise el acelerador a fondo, la palanca de cambios sigue en punto muerto. Puro ruido.
Hay un elemento irreal en la política actual. Los discursos han ido engordando y se han llenado de grandes palabras y de recetas fáciles para resolver problemas complejos. Lo político, el orden simbólico, está saturado de promesas infladas. Y por eso la gestión cotidiana de lo público, la política, no funciona. Boris Johnson ha ganado las elecciones en el Reino Unido con el reclamo de resolver cuanto antes el Brexit. Lo que nadie sabe muy bien es cómo va a conseguir desenredar los múltiples hilos que se fueron trenzando durante décadas sin provocar tensiones y quiebras entre esos engranajes que tanto trabajo costó ajustar.
Los más débiles han sido pisoteados. Esta fórmula inspira buena parte de la retórica que hoy utilizan los políticos para mover a la gente o seducir a los votantes. El siguiente paso obliga a identificar al responsable del entuerto y a construir el rostro del enemigo. Para estigmatizarlo. Según quien tome la iniciativa, el culpable puede ser Bruselas, el inmigrante, la globalización, la banca, el sistema, el Estado central, el terrorismo. La lógica de un pueblo desamparado que está siendo triturado por un poder ajeno y desalmado prende en la imaginación de unas sociedades bombardeadas permanentemente con la ilusión de una felicidad instantánea. Y es la frustración por unas expectativas no satisfechas la que opera como combustible para escenificar unas exigencias que no siempre se pueden satisfacer.
Es posible que dentro de unos días haya Gobierno en España. Ante el ruido que no cesa de los términos que están manejando los que se oponen a cualquier acuerdo, y que están siempre a punto de rozar lo apocalíptico, las negociaciones entre los socialistas y Esquerra se han llevado en el mayor de los secretos. Quizá tenga sentido tener margen para atar algunos cabos en la penumbra, es necesario ir afinando los acuerdos y limando las asperezas. Hace no mucho, y con el afán de desacreditar las oscuras maniobras de los políticos, se pedía con insistencia que cada encuentro entre las distintas fuerzas fuera retransmitido en directo e iluminado en cada detalle. Ahora ha reinado la oscuridad. Toca ya ponerle punto final y que los ciudadanos sepan de qué va por fin la vaina. Es el momento de explicar la letra pequeña que va a marcar la gestión de los asuntos más espinosos. Y desterrar toda ambigüedad.
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