El verdadero problema
La única manera de "salvar España" (o Cataluña) es entender que lo que importa precisamente es el coste que se paga para salvarla
Acaba 2019 sin que hayamos podido responder a la eterna pregunta de cómo puede España sobrevivirse a sí misma. Pero el año sí nos deja una lección que nos ayuda a enfocarla mejor: hemos aprendido que lo que está verdaderamente en juego no es el encaje de Cataluña en el Estado (o fuera de él). No: la cuestión central es si, en la búsqueda de una solución, seremos capaces de mantener y ampliar las instituciones que conforman la democracia pluralista que llevamos cuatro décadas construyendo.
Hay cuatro resultados posibles si nos reconsideramos territorialmente: secesión, recentralización, descentralización, o que todo siga igual. La posibilidad de daño institucional irreparable es mayor en los extremos, es cierto. La Generalitat nos ha venido dando un amargo aperitivo del primero. Y los discursos de Vox marcan el tono del segundo. Una pulsión soberanista que se volvió bronca tras el fallo del TJUE sobre Junqueras. Más allá de obvias diferencias ideológicas, ambas posiciones siguen la misma lógica nacional-populista que disfrazan oportunamente de democracia. Pero lo preocupante es que la fuerza atrayente de esta polarización de las banderas empieza a notarse en la manera en que los partidos que se llaman moderados se relacionan con las instituciones: como si solo estuviesen ahí para defender a los suyos o a su proyecto. Así dicho proyecto sea simplemente una leve reforma descentralizadora, o el mantenimiento del statu quo: todos quieren salvar a España del resto. Cueste lo que cueste.
Pero el aparato estatal no está para facilitarle la batalla partidista a nadie. La única manera de “salvar España” (o Cataluña) es entender que lo que importa precisamente es el coste que se paga para salvarla. En una democracia el Estado se debe a la protección inclusiva del conjunto de la ciudadanía en plano de igualdad. Si no está funcionando así, si hay minorías que están excluidas de la toma de decisiones (y en España las hay en más de un lugar), entonces la estructura tendrá que reformarse a sí misma para corregir el desequilibrio. Eso sí: la forma en que se llegue al nuevo resultado es hasta más importante que el resultado en sí mismo.
Porque la democracia no se define ni se defiende, sino que más bien se hace, se ejerce. De nada sirve la mejor utopía del mundo sobre el papel si para llegar a ella se pisotea la misma esencia de lo que se afirma perseguir. @jorgegalindo
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